El embalse de Irabia.
Para disfrutar del hayedo de Irati unos senderos
importantes son los que están alrededor del embalse de Irabia: SL-NA53C (vuelta
al embalse, 10 km desnivel 80 m), SL-NA52C (Camino de Plaza de Beunza, orilla
sur, 4,4 km, desnivel 90 m), SL-NA54C (Los Paraísos-Erlan, orilla norte,
combina pista con senda, 4,3 km desnivel 184 m, dificultad baja).
Nosotros elegimos “Los Paraísos-Erlan” para poder contemplar
ejemplares magníficos de distintos árboles. Un cartel explica la historia del entorno.
En principio habla de que “Los bosques
son grandes captadores de precipitación, que evacuan por los arroyos o a la
atmósfera en forma de humedad. Así ralentizan el ciclo del agua y la hacen
accesible. También son fijadores de CO2, absorbiendo la contaminación del aire
producida en los ámbitos industriales. La Selva de Irati tiene un papel
trascendental en el clima de la zona, y pone a disposición de toda Navarra
grandes cantidades de agua a través del río”.
Sigue comentando que “El
haya es un árbol caducifolio de hoja ancha que logra formar bosques en el sur de
Europa entre los 500 y los 1800 m de altitud. Soporta altas tasas de
precipitación pero requiere suelos bien drenados. La cabecera del río Irati
cobija uno de los hayedos más extensos de Europa, con 17.195 hectáreas”.
Sobre la calidad del paraje indica que “Los pájaros carpinteros precisan de árboles
viejos para vivir, porque se alimentan de larvas de insectos xilófagos,
comedores de madera, ausentes en plantaciones y bosques demasiado intervenidos.
La presencia entre otros del gran pito negro en el bosque del Irati indica que
su explotación es respetuosa con su conservación”.
El paseo, que nos han recomendado, resulta inmejorable.
La mañana está gris, pero no parece haber peligro de lluvia; la temperatura,
agradable. Dilatando la mirada sobre el mar de árboles, que resaltan más con
sus lujosos colores de otoño, entramos en un maravilloso éxtasis de sublime
contemplación. Los altos árboles contra el cielo y repitiéndose disminuidos en
la perspectiva. Las largas modulaciones del color, los cambios de tonalidad,
producen una agradable animación visual. La luz y las variaciones cromáticas
del bosque permanecen como única orientación en el paso del tiempo. El cambio
de color da altura artística al otoño.
El bosque se espesa y se adueña de la tierra, oculta
nuestra presencia, se traga toda la visión del mundo que nos rodea. Atravesando
su penumbra, mientras la escasa luz se pulveriza entre las ramas de esta
exuberancia vegetal, todo es silencio. Monotonía de silencio y bosque. Estamos
separados de la humanidad. El bosque engulle la pista, se abre ante nosotros y
se cierra a nuestra espalda. Cuando paramos el bosque se detiene, ya no se
mueve a nuestro alrededor. Después reanuda la marcha deslizándose a ambos
lados.
El camino va enterrado en el bosque. Enorme perspectiva
de bosque. Bosque tupido, impracticable. Estos mudos seres vegetales forman un
mundo dormido, un conjunto anónimo. Nos adentramos más en el denso reino del
bosque, del paciente bosque de sombría uniformidad, con los árboles agolpados
en apretadas filas. Los árboles pasan pero el panorama no cambia. El bosque
innumerable, idéntico a sí, da una idea de eternidad.
El bosque observa pacientemente nuestro paso. Los árboles seculares nos
miran oscuros desde todos los lados. El bosque nos traga, pero en este mapa de
bosque el silencio y la tranquilidad no resultan hostiles. Se está bien sin el
humo, el ruido y la fiebre de las personas, por eso el ecologismo es una
religión muy compartida.
Abandonando la pista se toma un húmedo sendero, ascendente al
principio. Pasamos quebrando los silencios por entre la densidad abrumadora de
los árboles, pisando el tapiz de las hojas en el suelo mullido, que cede bajo
las pisadas. El murmullo del viento en los árboles forma parte del lugar como
los mismos árboles o las rocas. Melancolía vegetal.
La cabellera espesa de la selva ha perdido ya muchas hojas en esta
larga travesía otoñal, y el invierno desnudará sus ramas, pero algún grupo de
árboles mantendrá su verdor intacto y serán como negras interjecciones. Sin la
fortaleza dramática del olivo o de la vid, estas hayas y abetos tienen la
fuerza de los grandes sueños. En ellos se cifra la imagen de la vida.
Cualquiera de los recorridos debe terminar en la presa. Su
historia es la siguiente: “Los aezkoanos
Domingo Elizondo, Antonio Aróstegui y Ciriaco Morea, hicieron fortuna en
América y regresaron a su tierra para ayudar a su desarrollo. Entre otras
cosas, en 1907 fundaron El Irati S.A., una empresa diversificada: Electricidad,
Montes, Destilería y Ferrocarril. Fueron la primera S.A. de Navarra y el primer
tren eléctrico del Estado que unía Pamplona y Sangüesa-Aoiz (1911-1955). Llegó
a contar con 600 trabajadores y suministró electricidad a toda la zona”.
“La presa de Irabia
fue construida en 1922 por El Irati SA para producir electricidad y al mismo
tiempo facilitar el transporte de troncos por el río Irati. Situada en el
corazón del bosque, alcanza, tras varias recrecidas, 44 m de altura y 158 m de
coronación, almacenando hasta 14 hm3. Actualmente su uso es para producción de
electricidad”.
“La empresa El
Irati S.A., para suministrar madera a su aserradero de Ekai, incorporó la
técnica de las barrancadas, arrastre de troncos río abajo mediante sucesivos
desembalses de agua. Para ello se construyeron varias represas a lo largo del
río, aún en pie, además de la propia presa de Irabia”.
El agua bate dulcemente la orilla en un imperceptible
movimiento, rota en escasos y movientes espejos de sol. El bosque de hayas baja
a beber hasta sus aguas. El agua, la conciencia del paisaje, refleja este
agitado torbellino vegetal. “Corrientes
aguas, puras, cristalinas/ árboles que os estáis mirando en ellas…”
(Garcilaso –Nemoroso-)
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