lunes, 23 de julio de 2018


Frontera entre la Alcarria y la Campiña.


Después de tener abandonado al grupo senderista Ande Andarás durante varios meses, el caminante pródigo vuelve, por fin, al hogar. El reencuentro es muy emotivo pero, además de los antiguos miembros, hay muchas caras nuevas. El grupo no para de crecer, su fama se extiende allende los territorios circunvecinos. Es ideal para alimentar posibles espíritus debilitados.


El día ha madrugado más que nosotros y el sol se remonta en el horizonte. Son las 8:30, la hora oficial de presentación en el Centro Social de Tórtola de Henares –población que ha más que duplicado su población en el presente siglo- y, tras los saludos y bienvenidas, de comienzo de la caminata. En esta ocasión se trata de una ruta circular por “Tierras de frontera entre la Alcarria y la Campiña”, de unos 14 kms, parecida a alguna que hicimos en otra ocasión. Salimos por la calle Benito Chávarri hasta la Carretera de Fontanar, la GU-192, por la que transitamos muy poco porque nos desviamos a la izquierda por un camino entre cultivos de espárragos, en un mar de tierra, que nos lleva hasta el objetivo de siempre en estos casos, el  río Henares.

Luis Miguel


A los campos amarillentos de cereal y de rastrojos, con mucho cosechado –hoy, domingo, se trabaja
porque estos días ha habido tormentas-, les suceden las choperas que acompañan al río haciendo túnel sobre los caminantes; al sol implacable sobre nuestras protegidas cabezas, la sombra caritativa y balsámica de las arboledas. A pesar de algo de lluvia ayer, los caminos están terrosos, polvorientos, secos; tienen el polvo calcinado de los días de verano, pero también la tranquilidad antigua que acompaña los ecos de la Historia.



De cuando en cuando hacemos una parada de reagrupamiento, que Félix –Presidente del grupo- aprovecha para ilustrarnos sobre el paisaje –los pueblos, el antiguo emplazamiento de Tórtola, las montañas, las casas de los señores del pueblo, la disminución del olivar, etc.-, y sobre la sociología de años atrás –señores, dueños de la tierra, etc.-, además de explicarnos la significación de algunos restos antiguos como ruinas de casas, graveras, etc. También comenta el topónimo del pueblo, indicando que debe venir de torre, que es lo que figura en el escudo (“de gules, una torre de oro aclarada de azul, sobre ondas, timbrado con la corona real de España”) y en la bandera del pueblo (“torre amarilla, aclarada de azul, en triángulo rojo, con dos ondas azules y una blanca”). El Henares presente en los símbolos de la población.



Es un día soleado, azul, con pocas nubes en el cielo remoto. Una ligera brisa refresca algo, pero el sol pega de lleno y el calor va aumentando conforme crece la mañana. Al dejar el río, salimos de nuevo al sol y ya no habrá sombra hasta el final. El campo nos envuelve en su calor. En otra parada, Félix explica, en un proceso de arqueología histórica, el trabajo del esparto, la dedicación de todo el pueblo –incluso los niños-, como un trabajo complementario, y cómo el abandono del modo de vida antiguo, la ausencia de caballerías, etc., hizo desaparecer la actividad. Nos hace comprender una realidad que se escapa de nuestros desenfocados ojos actuales al haberse perdido todo vínculo con aquellos tiempos. En la actualidad hay un grupo que trata de resucitar esta artesanía e incluso se prepara la apertura de un museo, que incluirá piezas de uso cotidiano en otros tiempos –aunque no tan lejanos-, arcaicas, y otras actuales.



El calor sigue en aumento, la mañana comienza a arder, y Félix decide no ir a la fuente de la Teja, que se vislumbra entre un grupo de árboles, y volver directamente al pueblo. Estamos en el horno del día. La foto en la ermita pone el punto final a la marcha. La distancia que separa los cálculos de la realidad ha desaparecido. Aquí estamos todas y todos, pero es el momento de la despedida de los que no pueden quedarse. Los demás vamos al Centro Social “El Horno” –antiguo horno, como indica su nombre-, junto a la fuente, lavadero y abrevadero.


Rosi y Félix, Félix y Rosi, tanto monta monta tanto, han preparado una ligera comida que no consta nada más que de refrescos variados de todas clases, aperitivos de todo tipo, una espectacular paella llena de “tropezones” y marisco, vino, sandía, tarta y galletas, café y licores. Pantagruélica.




Al final, “a escote”, pagamos los gastos. Pero lo que no podemos pagar, lo que es impagable, es el cariño y la amabilidad con la que Rosi y Félix preparan cada caminata, cada comida. Eso, y la estupenda gente que lo compone –sobre todo las señoras-, es lo que hace que valga la pena volver una y otra vez al grupo, y el caminante pródigo, con malestar retrospectivo, en el sosiego que marca las horas de la tarde, hace fervientes votos por no tardar tanto la próxima ocasión.

Mientras el río corra, los montes hagan sombra y en el cielo haya estrellas, debe durar la memoria del beneficio recibido en la mente del hombre agradecido”.

4 comentarios:

  1. Excelente descripción de lo vivido, José Luis!

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  2. ...a la magia de lo andar, escribir le pone alas...y se escapa así, entre los sueños de gente inquieta como, Felix, tu mismo J.Luis, Rosi y tantos otros compañeros de ruta que haceis posible vivir rutas como la de ayer...preciosa!!

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  3. Gran relato Jose Luis, descriptivo, inmersivo, interesante y emotivo.
    Enhorabuena, espero que no dejes de regalarnos tus cronicas nunca.

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  4. Tus crónicas nunca nos dejan indiferentes muchas gracias

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