Frontera entre la Alcarria y la Campiña.
Después de tener abandonado al grupo senderista Ande
Andarás durante varios meses, el caminante pródigo vuelve, por fin, al hogar.
El reencuentro es muy emotivo pero, además de los antiguos miembros, hay muchas
caras nuevas. El grupo no para de crecer, su fama se extiende allende los
territorios circunvecinos. Es ideal para alimentar posibles espíritus
debilitados.
El día ha madrugado más que nosotros y el sol se remonta
en el horizonte. Son las 8:30, la hora oficial de presentación en el Centro
Social de Tórtola de Henares –población que ha más que duplicado su población
en el presente siglo- y, tras los saludos y bienvenidas, de comienzo de la
caminata. En esta ocasión se trata de una ruta circular por “Tierras de frontera entre la Alcarria y la
Campiña”, de unos 14 kms, parecida a alguna que hicimos en otra ocasión. Salimos
por la calle Benito Chávarri hasta la Carretera de Fontanar, la GU-192, por la
que transitamos muy poco porque nos desviamos a la izquierda por un camino
entre cultivos de espárragos, en un mar de tierra, que nos lleva hasta el objetivo
de siempre en estos casos, el río
Henares.
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Luis Miguel |
A los campos amarillentos de cereal y de rastrojos, con
mucho cosechado –hoy, domingo, se trabaja
porque estos días ha habido
tormentas-, les suceden las choperas que acompañan al río haciendo túnel sobre
los caminantes; al sol implacable sobre nuestras protegidas cabezas, la sombra
caritativa y balsámica de las arboledas. A pesar de algo de lluvia ayer, los
caminos están terrosos, polvorientos, secos; tienen el polvo calcinado de los
días de verano, pero también la tranquilidad antigua que acompaña los ecos de
la Historia.
De cuando en cuando hacemos una parada de reagrupamiento,
que Félix –Presidente del grupo- aprovecha para ilustrarnos sobre el paisaje –los
pueblos, el antiguo emplazamiento de Tórtola, las montañas, las casas de los
señores del pueblo, la disminución del olivar, etc.-, y sobre la sociología de
años atrás –señores, dueños de la tierra, etc.-, además de explicarnos la
significación de algunos restos antiguos como ruinas de casas, graveras, etc.
También comenta el topónimo del pueblo, indicando que debe venir de torre, que
es lo que figura en el escudo (“de gules,
una torre de oro aclarada de azul, sobre ondas, timbrado con la corona real de
España”) y en la bandera del pueblo (“torre
amarilla, aclarada de azul, en triángulo rojo, con dos ondas azules y una
blanca”). El Henares presente en los símbolos de la población.
Es un día soleado, azul, con pocas nubes en el cielo
remoto. Una ligera brisa refresca algo, pero el sol pega de lleno y el calor va
aumentando conforme crece la mañana. Al dejar el río, salimos de nuevo al sol y
ya no habrá sombra hasta el final. El campo nos envuelve en su calor. En otra
parada, Félix explica, en un proceso de arqueología histórica, el trabajo del
esparto, la dedicación de todo el pueblo –incluso los niños-, como un trabajo
complementario, y cómo el abandono del modo de vida antiguo, la ausencia de caballerías,
etc., hizo desaparecer la actividad. Nos hace comprender una realidad que se
escapa de nuestros desenfocados ojos actuales al haberse perdido todo vínculo
con aquellos tiempos. En la actualidad hay un grupo que trata de resucitar esta
artesanía e incluso se prepara la apertura de un museo, que incluirá piezas de
uso cotidiano en otros tiempos –aunque no tan lejanos-, arcaicas, y otras
actuales.
El calor sigue en aumento, la mañana comienza a arder, y
Félix decide no ir a la fuente de la Teja, que se vislumbra entre un grupo de
árboles, y volver directamente al pueblo. Estamos en el horno del día. La foto
en la ermita pone el punto final a la marcha. La distancia que separa los
cálculos de la realidad ha desaparecido. Aquí estamos todas y todos, pero es el
momento de la despedida de los que no pueden quedarse. Los demás vamos al
Centro Social “El Horno” –antiguo horno, como indica su nombre-, junto a la
fuente, lavadero y abrevadero.
Rosi y Félix, Félix y Rosi, tanto monta monta tanto, han
preparado una ligera comida que no consta nada más que de refrescos variados de
todas clases, aperitivos de todo tipo, una espectacular paella llena de “tropezones”
y marisco, vino, sandía, tarta y galletas, café y licores. Pantagruélica.
Al final, “a escote”, pagamos los gastos. Pero lo que no
podemos pagar, lo que es impagable, es el cariño y la amabilidad con la que
Rosi y Félix preparan cada caminata, cada comida. Eso, y la estupenda gente que
lo compone –sobre todo las señoras-, es lo que hace que valga la pena volver
una y otra vez al grupo, y el caminante pródigo, con malestar retrospectivo, en
el sosiego que marca las horas de la tarde, hace fervientes votos por no tardar
tanto la próxima ocasión.
“Mientras el río corra, los montes hagan
sombra y en el cielo haya estrellas, debe durar la memoria del beneficio
recibido en la mente del hombre agradecido”.
Excelente descripción de lo vivido, José Luis!
ResponderEliminar...a la magia de lo andar, escribir le pone alas...y se escapa así, entre los sueños de gente inquieta como, Felix, tu mismo J.Luis, Rosi y tantos otros compañeros de ruta que haceis posible vivir rutas como la de ayer...preciosa!!
ResponderEliminarGran relato Jose Luis, descriptivo, inmersivo, interesante y emotivo.
ResponderEliminarEnhorabuena, espero que no dejes de regalarnos tus cronicas nunca.
Tus crónicas nunca nos dejan indiferentes muchas gracias
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