La tertulia del jacuzzi.
Después de una vida de trabajo, curtidos por los vientos
de la vida, la jubilación les permite disfrutar del ocio. En estos años
otoñales, crepusculares, se ponen en marcha aunque sea para llegar a ninguna
parte y nunca parecen llevar más prisa que cuando no tienen nada que hacer. No
quieren quedarse sentados, viendo pasar la vida, ni viendo a las arañas tejer y
recorrer sus telas. Su motivación consiste en que es la parada lo que exige una
explicación, no la acción. Estando en el secreto de la pasividad activa o de la
actividad pasiva, deben seguir, no pueden permitirse largas paradas en ningún
lugar, menos aún en la melancolía.
Ahora viven al mismo tiempo todas las edades de la vida.
Son todo el tiempo, un presente eterno sin fin y sin principio. Su mirada
perfora el tiempo y vuelven a saltar a la vida. Como el ser humano está
esclavizado a las exigencias de su cuerpo, de entre las múltiples aficiones
personales siempre hay una que es el denominador común, la que une a todos:
tratar de mantenerse físicamente en unas condiciones aceptables. Para eso,
además de actividades en exterior como senderismo, la asistencia al gimnasio les
permite otras ocupaciones diferentes como la natación, y asimismo resulta muy
adecuado en días de mal tiempo, etc.
La simetría de sus vidas les ha traído a esta bella
frivolidad arquitectónica, a esta antigua arquitectura fabril, industrial, a
este limitado paisaje, al que cada uno llega cuando quiere. Unos aparecen
apenas la aurora abre las puertas del día, apenas raya en el cielo la primera
luz del alba, cuando escasamente la aurora comienza a colorear el horizonte. En
cambio, el día madruga más que otros.
El inicio y desarrollo de la sesión de cada programa de
entrenamiento es individual. Lo normal es que se comience haciendo cardio en la
sala fitness: cinta, bicicleta, elíptica, etc. En este optimismo de pasos y
pedales, todos son compañeros de sudores mientras algunos tarzanes, más
jóvenes, tratan de muscularse con las pesas. La actuación continúa con una
sesión suave en distintas máquinas de las modernas instalaciones, mientras se
habla con otras personas, o con la asistencia a alguna clase en las salas de
actividades.
Tras el paso por el vestuario, la mañana se sigue
llenando con la natación libre en las calles señaladas del vaso principal de la
piscina climatizada, donde hay que pelearse con otras personas, o con alguna
clase en el vaso de enseñanza. El largo final de la sesión se desarrolla en el
spa: cinco minutos, como manda el reglamento, en el baño turco y otros tantos
en la sauna, separados por una ducha de agua fría. Toda esta actividad hace que
los días pasen sin tocarles, no hay más que verlos. El relax llega al término
de la sesión, en el jacuzzi que es el punto de reunión. Aquí el tiempo se
detiene.
Cuando en otros lugares se izan banderas diferenciadoras,
aquí se reúne gente de muchos lugares: Alcalá, Cuenca, Rioja, Ávila, Huesca,
etc. Todos diferentes y todos iguales, todos atrapados en la alegría. Unos bajos
o delgados, poquito estuche; otros altos, fuertes, ventripotentes o con barriga
campechana, con vientre rotundo y risueño de dios tibetano. Unos con la cabeza
bien protegida por un abundante pelo guillotinado muy corto; otros con un
cráneo brillante pobre en cabellos. Unos hablan con suavidad, acariciando las
palabras; otros con frases llameantes, incendiarias; alguno habla poco, con
frases sintéticas, porque el que calla bien habla. Todos con la poesía del
habla de la gente, con las palabras escritas en el agua en estas escaramuzas
verbales típicas, con una risa franca y alegre que enriquece la mañana y que
siempre flota en el aire.
Son hombres vacunados contra el desaliento, pero el mal
flota bien y a veces se produce un susto: uno no se está haciendo más joven y
se está a punto de dejar de hacerse mayor. En estos casos la cabeza es el peor
enemigo: se empieza a ver cosas que no están y lo peor es que quizá no se ven
las que están. Haciendo esfuerzos por vencer las rachas de abatimiento,
tratando de insuflar un espíritu audaz en un ánimo decaído, aparece la
preocupación de cada uno por los demás en los momentos aciagos.
El tiempo siempre tiene prisa, se escapa de las manos,
pero éste es un momento infinito, aunque breve. El tiempo, suspendido, ya no
existe; sólo existen ellos, con la sensación, por unos momentos, de haber sido
expulsados del tiempo, de vivir en un limbo donde no existía el antes, el ahora
ni el después, donde no se escuchan los rumores del futuro. En estos días
geométricos, que giran una y otra vez, recorren juntos el sendero de la vida
que ya no tiene el color de siempre.
Con el jacuzzi lleno, como si fuera una sala de espera,
algunas veces la conversación les hace regresar a un tiempo pasado, pero no son
parásitos del recuerdo, no suelen padecer ataques del pasado. La memoria no es
el territorio de la nostalgia sino de la esperanza. Hay alegría en la escena. La
tertulia se interrumpe para dejar sitio a otras personas. Arrugados como una
pasa, saliendo por “la boca del Metro”, vuelven a los vestuarios donde la ducha
pone fin a estos destellos de normalidad que supone el ir al gimnasio varios
días por semana. Y con la ducha no sólo desaparece el sudor sino las
preocupaciones.
Pero, en alguna ocasión, no acaba aquí la mañana. Tienen
oído que la deshidratación es un grave peligro en la actividad deportiva, por
lo que van a hidratarse al bar, al lugar adecuado para remojar la palabra, a
reírse tras el cristal de la jarra de cerveza. Siguen su destino cósmico
tomando juntos unas cervezas o unos vinos, como en un trabajo en red. Es el
colofón de una sencilla amistad, espontánea, verdadera, sincera, desinteresada.
Con mi gratitud por la forma en la que me han admitido en
el grupo, dedicado a (orden alfabético) Domingo, José, Luis, Paco, Rafa, etc.,
etc.
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