TOULOUSE-LAUTREC y los placeres de la belle époque.
Toulouse-Lautrec es el símbolo de una época dichosa.
Evoca la vida parisiense, de Montmartre, de sus cabarets, sus mujeres y sus
placeres nocturnos. Ha conquistado la memoria colectiva de aquella época en la
que el arte sufre una importante reforma, al hilo de los cambios producidos en
la sociedad –especialmente en la urbana- por la revolución industrial. Lautrec
se impregna del espíritu de la época y de las tendencias innovadoras, haciendo
de la creación gráfica y del cartel algo novedoso, arte. Le presta una atención
comparable a la que dedica a sus pinturas, añadiéndoles valor con la consideración
de la calle, de los transeúntes, para lo que utiliza unos contornos lineales
precisos, claros esquemas de colores y composiciones y encuadres originales que
plasmará en una tipografía concebida a ese fin.
La nueva mentalidad, más abierta y hedonista, propició el
disfrute de nuevos placeres al alcance de mayor número de ciudadanos. Los
cambios sociales afectaron al arte, la literatura, los espectáculos y los usos
sociales, tal como se puede apreciar en esta exposición en la Fundación Canal
que reúne una de las dos únicas colecciones completas que existen de los
carteles de Lautrec, procedentes del Musée d´Ixelles, Bruselas, compuesta de 65
obras, 33 de Lautrec y otros de importantes artistas coetáneos como Alfons
Mucha o Jules Cheret.
♣LOS PLACERES de la noche. El cabaret parisién.
El aire de modernidad de París, consecuencia de la
industrialización, la explosión demográfica y la efervescencia urbana, se
refleja en la aparición, a finales del s. XIX, de numerosos cabarets y
cafés-conciertos que exhiben espectáculos audaces y humorísticos a tono con el
espíritu de libertad de ese periodo. Cantautores como Aristide Bruant,
cantantes y bailarinas como Jane Avril, son las estrellas con sus canciones
corrosivas y sus bailes libertinos. Actúan en locales como Chat Noir, Moulin
Rouge, Les Folies Bergères, etc., símbolos de la época.
Manuel Orazi, Palacio de la Danza, 1900.
Alfons Mucha, La dama de las Camelias, 1896
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♣ LOS PLACERES de los escenarios.
Desde Napoleón III el teatro era una “libre empresa”, por
lo que en el París de la belle-époque proliferaron teatros y salas de
espectáculos de todo tipo. Los templos de la cultura erudita eran la
Comédie-Française, el Odéon, la Opéra-Comique o la Opéra Garnier, pero se crean
otras salas más pequeñas como el Théâtre de la Renaissance, el del Capucines,
el Antoine o el Marigny. El teatro entra en la conversación habitual y las
mujeres copian los trajes de las actrices.
♣LOS PLACERES literarios y artísticos.
La aspiración modernista de la sociedad de finales del s.
XIX y principios del XX queda reflejada en la efervescencia artística y
literaria, nuevas fuerzas dinámicas, individuales o colectivas, que cuestionan
el arte clásico academicista y proponen alternativas de vanguardia. Los
impresionistas alteran la forma de hacer las cosas y revitalizan la mirada
sobre el mundo, la visión modernista se extiende por todas las ramas del arte.
La difusión de todas estas expresiones vive un gran auge, la vida literaria y
artística alcanza una popularidad inédita, el arte ya no es exclusivo de las
capas altas de la sociedad. Los carteles promocionan publicaciones, periódicos,
obras teatrales, ferias de arte, etc.
♣LOS PLACERES modernos. El consumo.
La industrialización trajo como consecuencia una auténtica
explosión en el consumo debido al gran desarrollo del comercio, al auge de los
grandes almacenes, el desarrollo del crédito, el crecimiento de los asalariados
y el nacimiento de las ligas de consumidores. Multitud de objetos y bienes,
gran parte nuevos, comienzan a venderse a gran escala, naciendo la sociedad de
consumo, y el cartel publicitario se convierte en un medio adecuado para
promocionarlos sin dejar de ser plenamente artístico, condición necesaria para
su éxito. La figura de la mujer se convierte en un eficaz reclamo, en una
eficaz estrategia comercial.
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