sábado, 10 de marzo de 2018


Derain, Balthus, Giacometti. Una amistad entre artistas. 




Estos tres artistas, más allá de la admiración mutua y el sincero afecto que les unió, formaron una profunda comunidad estética, hilo conductor de esta exposición en Mapfre Madrid. Los tres siguieron unas pautas similares en su trabajo y compartieron una visión común del pasado del arte –pintura antigua y arte de civilizaciones lejanas- y el anhelo de modernidad. Derain, que había sido importante entre los fauvistas, dirigió su atención a la tradición, un estilo realista conocido como “estilo bizantino” que fascinó a Giacometti y Balthus, de una generación más joven.


Así, las claves de la exposición son el Encuentro (se conocieron a principios de los años treinta gracias a su relación con el círculo surrealista), las Amistades comunes (Artaud, Breton, Aragon, Cocteau, Camus, Sartre, Malraus, etc.), la Mirada al pasado (humanismo plástico en Derain, copia de los maestros italianos en Giacometti, reinvención del pasado en Balthus) y Una modernidad diferente (reivindica el pasado al tiempo que consagra los movimientos abstractos y el surrealismo, vinculándose a Munch, Freud, etc.).

Antes de las seis secuencias principales, el recorrido de la muestra se inicia con una serie de retratos, algunos cruzados: Alberto Giacometti, Autoportrait, 1920. Aprendió con su padre. En este autorretrato pinta con estilo paterno, postimpresionista: sobre fondo amarillo, típico del periodo, la figura cobra forma con pinceladas sucesivas de tonos frescos y variados; encuadre y postura audaces y amplifican la mirada directa y franca del joven. Más tarde tuvo una crisis ante la imposibilidad de aprehender la realidad.



La mirada cultural
Los tres se interesaron por los maestros antiguos y la renovación de su arte se basará en la mezcla simultánea de distintas fuentes culturales, como se aprecia en El Gaitero, de Derain (cuadro del periodo bizantino o gótico, caracterizado por una vuelta al Occidente medieval -Giotto y el Quattrocento-. La melancolía que surge de su paleta apagada no indica que esté fuera de la realidad, puesto que el paisaje se parece a otros. Dialéctica sutil entre realidad y construcción mental). En Giacometti se aprecia la influencia de los maestros italianos y de la estatuaria egipcia o africana (Mujer que camina). En Balthus se manifiesta la impresión de Arezzo, donde había copiado los frescos de Piero della Francesca, con lo que proclama una reinvención del pasado.

Vidas silenciosas
Los motivos de sus obras cobran gran presencia, lo que da una sensación muy física, pero mientras Giacometti parece haber roto con la realidad, Derain y Balthus ordenan armoniosamente los objetos y figuras sobre fondos oscuros, con una dimensión narrativa, como en Bodegón con una figura (La merienda) de Balthus (un personaje sin identificación descorre una cortina y revela un espacio perturbador con un cuchillo clavado y las manzanas flotando en el aire). El tratamiento de la luz y la precisión de la ejecución transmiten cierta distancia con respecto al motivo.
André Derain: La mesa puesta, 1922.
Alberto Giacometti, Isabel en el estuedio, 1949
El modelo
Los modelos que tuvieron los tres artistas en común están reunidos en un juego de retratos cruzados. Isabel Rawsthorne, pintora, musa y amiga de los tres, posó para Derain, más tarde para Giacometti y acompañó a Balthus en su viaje por Italia. Derain destaca la belleza de las facciones de la joven, cuya blancura de tez es resaltada por el fondo oscuro y el vestido negro.




André Derain, Isabel Lambert, 1935-39
Balthus, Muchacha con camisa blanca, 1955
Balthus, Los niños Hubert y Thérèse Blanchard, 1937

Entreacto
La década de 1930 se caracterizó por una abundante creación teatral, a la que contribuyó Derain en varios espectáculos y Balthus creó los decorados y figurines de Los Cenci, primera obra de Antonin Artaud. Los dos colaboraron en decorados inspirándose en trajes tradicionales y en el arte asiático y siguieron colaborando en la postguerra. Giacometti dedicó menos atención al teatro, pero ideó un decorado minimalista, un único árbol, para Esperando a Godot, de Samuel Beckett, “biblia del teatro del absurdo”. Esta colaboración fue comentada por los escritores Julio Llamazares -en el artículo “El árbol” de su sección “Mirador”, con fecha 10-3-2018- y Manuel Hidalgo –“Galería de Imprescindibles”, “Alberto Giacometti: el caminante solitario”, de 11-3-2018-.

 Derain, Arlequín con guitarra, 
Samuel Beckett, Jean-Marie Serreau y Alberto Giacometti durante un ensayo de "Esperando a Godot", 1961.
(Fotografía Boris Lipnitzki)

El sueño, visiones de lo desconocido
Confluencia del motivo del sueño con el tema clásico de la mujer tumbada, figura durmiente o soñadora, lánguida (Balthus, Los días felices. Ambiente confortable de una escena de género de la vida burguesa, con decoración de cuento infantil: los tejidos apagando los ruidos, como el crepitar del fuego), abordado de distintas maneras. Jóvenes protagonistas, entre fondos oscuros con alguna iluminación, que dejan asomar su vida interior.

 Giacometti, La jaula

Giacometti, La casa blanca, 1958
La garra sombría
Compleja relación de los tres artistas con la realidad. Giacometti hablando del vacío en El hombre que se tambalea (de puntillas, con las piernas tensas por el esfuerzo, los brazos separados y la cabeza alzada, es una figura en lucha. Tras la Segunda Guerra Mundial, representa a la humanidad al borde del abismo o quizá la condición humana, más allá de la tragedia histórica; contrapone vacío y materia, modelando formas sumament finas sobre peana). Las pesadillas, la angustia y la destrucción también acechan en las obras tardías de Derain o Balthus (La falena, 1959-60. La falena, mariposa nocturna, vuela hacia el halo de la lámpara; la muchacha hace un gesto con la mano quizá para impedir que se queme. Confusión entre sueño y realidad, el pintor no representa el sueño, sino a la joven soñando).



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