lunes, 26 de febrero de 2018


Tendilla: Feria de las Mercaderías.



Tendilla es una población alcarreña “larga como una longaniza” (C.J.Cela) situada a 789 m de altitud, en un alargado y estrecho vallecito entre pequeñas montañas de terreno áspero, cerros pedregosos por donde trepan rebaños de pinos, pero con vega junto al arroyo. Las casas están arracimadas en el fondo del barranco, ocultas entre los pliegues de las montañas, viendo limitados sus horizontes a una franja de cielo. En 2017 tenía 329 habitantes, lejos de los 2.800 (600 casas) que tuvo en el s. XVI. Disminuyó en el s. XVIII hasta los 752 (165 casas. Tomás de Uriarte la describió en 1781 como “mediana villa con una gran arboleda”), se recuperó hasta los 1.048 de 1900 y decayó hasta los 907 en 1956 y hasta la actualidad. Una de las causas de que la población parezca haberse desvanecido fue la gran fragmentación de la propiedad por divisiones sucesivas.

En la Edad Media perteneció al Común de Villa y Tierra de Guadalajara hasta finales del s. XIV. Enrique III de Castilla la elevó a Villa en 1394 y la donó en señorío a su Almirante Mayor don Diego Hurtado de Mendoza. Su hijo Íñigo López de Mendoza, Marqués de Santillana (poemas, Señor del Real de Manzanares), mandó construir el castillo y su segundo hijo, Íñigo López de Mendoza y Figueroa, primer conde de Tendilla, fundó el monasterio jerónimo de Santa Ana en 1473. El momento de mayor esplendor de la villa llegó con el segundo conde de Tendilla y primer marqués de Mondéjar, Íñigo López de Mendoza y Quiñones, Capitán General del reino de Granada tras su reconquista.

La pujanza económica tenía su origen en la Feria. En el s. XV existieron dos, la de San Mateo (local, ganadera, final de septiembre) y la de San Matías (finales de febrero), la más importante, quizá creada en tiempos de Juan II y confirmada por los Reyes Católicos en 1484. Eran ferias francas, en las que los comerciantes pagaban pocos impuestos, como en Medina o Valladolid. El s. XVI fue de gran desarrollo debido al aumento de población y negocios, según las Relaciones Topográficas de Felipe II en 1580 (paños, terciopelos, lana, joyería, mercería, lienzos, especias, cera, pescado, etc.), por estar situada en el camino de Castilla a Valencia pasando por Cuenca. Al ser en invierno (refrán: “San Blas malo, Feria buena”) eran necesarios los soportales de la Calle Mayor: muchas casas tenían la vivienda en el primer piso, siendo la planta baja cuadra que se alquilaba durante la Feria.

En el s. XVIII habían decaído, en 1752 había desaparecido la de San Mateo, las ganancias eran mucho menores y la de San Matías evolucionó hacia la ganadería mular y caballar. En los ss. XIX y XX (mulas viejas, “muletas”, “muleteros”) se hacían en la salida hacia Sacedón, registrándose los movimientos mercantiles en el Libro de Ferias. Julio Caro Baroja las menciona en “Los Baroja” y describe Tendilla en 1948 diciendo que “las Ferias no son ya ni sombra de lo que fueron”. Desaparecieron en 1967 pero fueron recuperadas en 1993. En el cancionero popular han quedado recuerdos de ella: “No compres mula en Tendilla / ni en Brihuega compres paño / ni te cases en Cifuentes / ni amistes en Marchamalo. / La mula te saldrá falsa, / el paño te saldrá malo, / la mujer te saldrá tuna / y los amigos contrarios”. Variantes: palabras más fuertes que “tuna”. “Mula de Tendilla, amistad de Alcocer y mujer de Hita, no me la des”. Seguidilla erótica del s. XVII: “A Tendilla se parte / la niña bella / y el galán no a Tendilla, / sino a tendella”.

Camilo José Cela estuvo aquí el 13 de junio de 1946 cuando se dirigía a Pastrana. En “Viaje a la Alcarria” cuenta que al pueblo “se entra por una alameda muy bonita y bastante frondosa”, que es “estirado todo lo largo de la carretera” y que “en este pueblo es donde tiene un olivar el escritor don Pío Baroja, para poder tener aceite todo el año”, que “está dando con el del tío Pierdecarros”. En el Parador Antiguo de Juan Nuevo quiere morderle un perro y no le dan de comer, y en la fonda un pato le da un picotazo. Antes de marcharse dio un paseo hasta las ruinas del convento.



La Feria de San Matías 2018 se celebra del 24 al 26 de febrero, con un marcado carácter turístico y promocional. Los vecinos se implican engalanando los balcones para crear ambientación de tiempos pasados. La calle se llena de gran variedad de puestos y acontecimientos festivos. Tras la apertura del viernes, el sábado se preparan migas, se exhiben trabajos del Taller de Artes y Oficios, actúa el grupo de dulzainas “Dulzanares Folk” (con participación de Félix, hombre polifacético y músico polivalente), se reparten dulces (“Siendo dulces de Tendilla, lo que me den”, C.J.Cela) y así se llega al momento cumbre del Torneo Medieval “Condes de Tendilla. También hay visitas guiadas a la iglesia de Ntra. Sra. de la Asunción y al Museo Etnológico, bueyada infantil y presentación de Los Zíngaros. El domingo termina la Feria con un Certamen de Música Folk, entrega de premios del concurso de Trajes Medievales y exhibición de aves rapaces.


La villa es conjunto Histórico-Artístico desde 1968. En este recorrido por la Feria, con el sol alto en el cielo despejado infundiendo una tibieza precursora de la primavera, pueden verse sus elementos más importantes, comenzando por los restos de la muralla medieval y el Palacio barroco de Juan de la Plaza Solano, Secretario Real y de Hacienda de Felipe V, o Palacio de los López Cogolludo (fachada principal almohadillada con balcón central en primer piso y frontón con escudo, capilla rococó). Poco después se encuentra la inacabada Iglesia de la Asunción pensada como Colegiata y empequeñecida en su ejecución (s. XVI, portada norte renacentista, retablo mayor ss. XVII y XVIII, templete del relicario de la Virgen de la Salceda –se encontró dentro de un sauce-, torre de tres cuerpos separado del templo a sus pies).



Lo más llamativo es el conjunto urbano con los soportales –con columnas de piedra- de su larga Calle Mayor que ahora se ven difícilmente. Tras cruzar el arroyo está la Fuente Vieja (s. XV, restos del escudo de los condes de Tendilla), cuyas aguas cautivas exhalan su perpetuo sollozo y caen con un rumor eterno y monótono. Alguna casa del s. XVIII nos acerca hacia lo alto, donde, en medio del pinar, se ubican las ruinas del monasterio jerónimo de Santa Ana, ruina vasta y amenazadora, que representaba algo grande en lo pasado, pero en la actualidad se desmorona a toda prisa, aunque el lugar posee toda la prestancia y solemnidad que corresponde a un mito.



De todas las actividades queda el buen regusto de la visita a la iglesia guiada por el sacerdote, D. Jesús, que nos cuenta bajo la torre lanzada al cielo, con la sonrisa dibujada en sus labios, con su mirada que perfora el tiempo, con un gracejo poco habitual distintas anécdotas, todas muy sabrosas, referentes al convento de Santa Ana -cuyo retablo está “guardado” en EE.UU.-, al convento de la Salceda, s. XIV, -mayoritariamente en el término de Peñalver, “de los mieleros”- donde profesaron personajes que iluminaron la historia como Francisco Ximénez de Cisneros –pasó de Gonzalo a Francisco- y Diego de Alcalá, que se ocupaba de las mulas, como “Morita”, a la que vendió en la Feria por indomable y que regresó antes que él al convento. En la iglesia nos enseña el retablo –dialéctica sobre si el que está arriba a la derecha es San Juan-, la cripta y la magnífica escalera.



La Feria es una vida casi enterrada en el olvido que trata de desenterrar recuerdos, pero la pervivencia de la historia se nutre más de crepúsculos que de éxitos y estas celebraciones resultan lentejuelas históricas. Pero constituyen un símbolo y la Historia está hecha de símbolos. Por eso gustan aunque hayan degenerado en una simple actividad turística, por eso la población está a rebosar y los puestos y la hostelería hacen negocio, que es de lo que se trata. Olvidándonos de lo que fue, viendo simplemente lo que es, da gusto ver el pueblo tan animado y solamente por esto ya vale la pena, a pesar de ser un fugaz espejismo en el que la gente del pueblo se viste de época tratando de contextualizar la fiesta.
 
Sofía, Judith, Raquel
Una media luna diurna, que ha ido remontándose con lentitud y está inmóvil como suspendida en la mitad del cielo, sobre el palenque del torneo, nos despide.



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