Miralrío-Jadraque-Villanueva de Argecilla-Miralrío.
Llegamos, saludando la proximidad del alba, a Tórtola
bajo la luz acerada del amanecer que promete otro hermoso día. En el punto de
encuentro del grupo senderista “Ande Andarás” hacemos la foto de rigor y
salimos hacia Miralrío, pequeña población que, aunque llegó a tener 500
habitantes a principios del s. XX, ahora sólo tiene 68. El pueblo todavía
conserva algún ejemplo de arquitectura popular y su iglesia de San Jorge, s.
XVI, construida por Juan de Buega, maestro de obras que trabajó en la catedral
de Sigüenza. Alguna chimenea de humo largo es indicio de vida. Estamos a 1.038
m de altitud y, desde el Mirador de la Muela, paseamos la mirada por el
paisaje, una impresionante vista sobre el valle del Henares cuyo espíritu está
presente en toda la zona. Tenemos a la vista un trozo de río serpenteante, cuya
desnuda vegetación de ribera casi no delata su curso. El invierno se aferra al
pueblo, el aire está fresco y claro y el disco rojo del sol surge lentamente
entre los vapores del alba, en la atmósfera ingrávida de la mañana, que es fría
y azul, brillante.
Por un buen camino con gran desnivel, pasamos por el
lavadero –en caliza como la iglesia- y descendemos en unos 3,5 kms, recorriendo
la mañana reciente con las rojizas calizas y escasa vegetación arbustiva al
lado, hasta el nivel del río a 761 m. El desnivel es de 287 m. El camino va cobrando vida contagiado de la energía luminosa que desprendemos. Vamos en bajada. Continuamos en
llano y ligerísima subida, reuniendo paisajes, encadenando eslabones
geográficos, a contracorriente del Henares del que no llegamos a oír su voz. La
columna del colorido grupo cansa el camino mientras pasa por una explotación de
ganado ovino y más tarde de ganado vacuno bravo. Hacia el río predominan las
tierras marrones, con alguna zona de rastrojo amarillo, y así llegamos a Jadraque,
a 832 m de altitud, con unos 9 km de marcha.
Jadraque es topónimo de origen árabe: Xadraq, campo
verde. De su existencia hay indicios en época romana, por aquí pasaba la
calzada Mérida-Zaragoza y se han encontrado algunos restos de momentos en que
las fechas se deshacen. Los musulmanes dilatándose por el reino visigodo: aparece
en crónicas árabes del s. IX, cuando pudo haber una torre atalaya en el lugar
del castillo, uno de los que vigilaban el Henares desde Alcalá. Se considera
que puede ser el “Castejón” citada en el Poema del Mio Cid y de ahí la
denominación de Castillo del Cid. Tras la reconquista, que se escribe con
metáforas de metales, pasó a pertenecer al Común de Villa y Tierra de Atienza,
usando su fuero. En el s. XV, cuando se independizó de los atencinos y entró en
señorío jurisdiccional particular, estuvo a punto de librarse una batalla en
las cercanías entre los ejércitos castellanos y aragoneses, Juan II de Castilla
y su primo Alfonso V de Aragón, evitado por la reina castellana María de
Aragón, consorte y hermana respectivamente. Perteneció a la casa de los
Mendoza, duques del Infantado. Fue centro de una gran comarca y todavía algunos
pueblos llevan el apellido de Jadraque. En el s. XIX el carlista Gómez la ocupó
y obtuvo parada del ferrocarril. Pero todo esto no le ha librado de ir
perdiendo población: 2.384 en 1860, 2.035 en 1950 y 1.459 en 2017.
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Luismi |
Paramos en el bar Alto Rey para desayunar y descansar,
mientras Luismi pone la nota cultural visitando la Saleta de Jovellanos, la
antigua sacristía de la capilla de la casona de los Verdugo, donde residió el
político D. Gaspar Melchor de Jovellanos en el verano de 1808, para reponerse
de su encarcelamiento en Mallorca, gracias a su amistad con el dueño D. Juan
Arias. Aquí coincidió con Francisco de Goya, al que se atribuyen bocetos y
frescos. Al igual que en Torrelaguna estuvieron detenidos Fray Bartolomé
Carranza, arzobispo primado, s. XVI, o la religiosa María de los Dolores
Rafaela, sor Patrocinio, s. XIX, aquí en Jadraque se produjo el encuentro entre
Isabel de Farnesio y la Princesa de los Ursinos, con la expulsión a Francia de
ésta, s. XVIII, y la estancia de Jovellanos, “desterrado” a los márgenes de la
historia, s. XIX.
Después del descanso hacemos otra foto de grupo con el silencio
pétreo del famoso castillo, con su corona de almenas, a la espalda. Ya lo hemos
rodeado al venir. Se alza en la cima del que el filósofo D. José Ortega y
Gasset, sin que le temblara el pulso, denominó “el cerro más perfecto del
mundo”, un cerro áspero y altivo. Su situación estratégica, dominando el Camino
Real de Aragón, hizo que fuese visitado por muchos monarcas desde los Reyes
Católicos hasta Felipe V, pasando por Carlos I (1529 y 1534, castillo en mal
estado, los gobernadores en general hicieron dejación en su cuidado), Isabel de
Valois, Felipe II, Felipe IV. El Cardenal Mendoza lo convirtió en palacio. A
finales del s. XIX fue comprado por el pueblo y más tarde restaurado. Tiene una
estructura rectangular, con gran patio de armas, animada por cubos almenados de
planta circular, sin torre del homenaje.
Salimos sin ver nada más aunque Jadraque, que ha
sintetizado el tiempo entre sus piedras labradas, daría para una visita mucho
más larga: Casonas hidalgas de los ss. XVII y XVIII (Inquisición, Casa de las
Cadenas –antigua casa de postas, se hospedó la reina Isabel de Farnesio y se
fraguó el destierro de la Princesa de los Ursinos -, casona de la calle San
Juan –parada de Juana La Loca en sus viajes entre Castilla y Aragón-), varias
ermitas, el Cristo de la Cruz Acuestas (atribuido a Juan Martínez Montañés).
Pasamos por la plaza del Ayuntamiento y por la Iglesia Parroquial de San Juan
Bautista (finales s. XVII, “Cristo de los Milagros” atribuido a Pedro de Mena y
“Cristo recogiendo las vestiduras después de la flagelación” de Zurbarán,
además de pila bautismal y sepulturas de alabastro, tres naves, torre de tres
pisos con chapitel, etc). Como no son horas, tampoco vemos ni probamos otro de
los atractivos de Jadraque, el cabrito asado.
Dejamos atrás el omnipresente castillo y, en ascenso, nos
internamos abandonando la carretera en un vallecito muy arbolado, empinado. Al
principio es camino, pero después se transforma en sendero. Comenzamos con
vigorosa vitalidad, pero pronto surgen los lamentos del cansancio, rico en
sufrimiento e indigente en palabras. Llegamos a unos largos abrevaderos donde
paramos un poco sin dejar huella. En la naturaleza estamos de visita y la mejor
forma de dejarla es como si por allí no hubiera pasado nadie. Seguimos. El tono
es épico. Rodeados de encina, que sube tapizando las laderas, y de caliza, en
este paisaje de pura introspección, continuamos el ascenso con aprendida
paciencia, en las profundidades de la soledad que nos envuelve, procurando no
tener el bofe en la boca y que nuestras artríticas y reumáticas articulaciones
no se desencuadernen. Llegamos a lo alto, donde nos estaba esperando el viento,
a los 12 km de recorrido. Hemos recuperado la altitud que perdimos antes.
Una calma profunda arropa el campo. El sol brilla en el
despejado cielo invernal. Hacia atrás, por donde hemos subido, el bosque
espeso, océano de árboles, inexpugnable muro vegetal de oscuras encinas. Al
fondo nos es dado divisar las nieves que blanquean la cordillera, desmintiendo
lo que algunos pueden considerar escaso contenido estético de la zona. “¡El día
que España esté a la altura de su paisaje!” (Francisco Giner de los Ríos).
Volvemos la vista hacia nuestro objetivo: “Los árboles se han ido” (Federico
García Lorca), la belleza de la naturaleza domesticada, un canto a la
perfección del campo cultivado sin descanso durante dos mil años junto a la
piedra vieja. En este mundo calcáreo a donde nos ha conducido nuestro sendero
vital, escenas de piedra, páramo, cierzo áspero y frío armado de cuchillas,
punto de fuga del horizonte, conforman un escenario despejado.
Abrigados por el mismo viento continuamos por el llano en
el que, eliminando los árboles, se crearon campos de cultivo ahora verdeados
por el cereal recién nacido. Cargados con los ecos de la tierra dirigimos
nuestros pasos cansados hasta Villanueva de Argecilla, a 1.019 m de altitud,
pequeña población de 31 habitantes. Estos pueblos permanecen inertes y
desesperanzados, fuera de la corriente de la vida. El pueblo se abre a la
mirada, a la intimidad, con la edad secular de algún edificio y con su iglesia
de los ss. XV-XVII. Sólo nos resta volver a Miralrío, sumando los 16,83 kms del
recorrido total. El caminante es suma del camino.
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Luismi |
De regreso a Tórtola, nos espera una espléndida comida, atención
de nuestros Presidentes Félix y Rosi, en el Centro Social. Cervantes decía que
“importa más el camino que la posada”, pero, comprendiendo su intención, vamos
a degustar esta trama emocional que hemos tejido a nuestro alrededor, este
territorio anímico, íntimo, en el que se han instalado algunas ausencias.
Esta
marcha queda archivada en la memoria. Somos señores de nuestro tiempo y la vida
seguirá camino adelante. Cuando nos vamos, la tarde es calma, el atardecer
apacible.
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