Carnavales en Guadalajara.
Los orígenes de los carnavales no están claros, se
pierden en la noche de los tiempos. Para ilustrar su origen pagano se cita a
Carna (diosa celta de las habas y el tocino) y a los hindúes Karna (hijo del
dios del sol) y Kamadeva (dios del amor y del deseo sexual; Kama Sutra,
aforismos de Kama o máximas sobre el amor), etc. También se busca su origen en
las fiestas en honor del toro Apis en Egipto, en las celebraciones dionisíacas
griegas o en las fiestas de invierno romanas (Saturnales) y en honor de Baco,
dios romano del vino (Bacanales). La iglesia Católica propuso como etimología
el término latino carnem-levare, “abandonar la carne”, que era prescripción
obligatoria durante los viernes de Cuaresma, y que acompañó a la versión
carne-vale, “adiós a la carne”, más popular. Representó un periodo de
permisividad y cierto descontrol, pero se ha convertido simplemente en una
fiesta popular de carácter lúdico.
![]() |
Almiruete |
El Carnaval en la provincia de Guadalajara es muy rico en
acontecimientos, de los que pueden citarse algunos como ejemplo. El día 2, en Arbancón, se celebra la Fiesta de las Candelas, La Candelaria,
la fiesta de la luz, en la que aparece la botarga, personaje misterioso que con
su disparatado traje, su máscara terrorífica, campanillas en la cintura, una
cachiporra en la mano y una naranja en la otra, se lanza en locas carreras
cobrando protagonismo y recogiendo donativos. El que salga en mitad del
invierno se interpreta con funciones relacionadas con ritos de fecundación, germinación
de los campos y fertilidad de la mujer. Actuando como una especie de mediador
entre los dioses y los hombres, atrae sobre sí al espíritu del Mal y deja que
las fuerzas del Bien, representadas por el sol, tengan el camino libre, función
que perdió con el cristianismo cuando de diablo se reconvirtió en bufón.
El sábado de carnaval, día 10, se celebra en Luzón, situado a 1.176 m de altitud en
la falda occidental de un cerrillo rodeado en parte por el río Tajuña. Su
nombre alude a los lusones, pueblo celtíbero asentado por estas tierras. De esa
época es un castro conocido como La Cava, frente al que está la Torre de los
Moros. Desde el s. XII hasta el XIX perteneció a la casa de Medinaceli. La
celebración es una de las Diabladas,
antiguas fiestas paganas en las que, danzando con los acordes de la música con
un sentido rítmico, los humanos se mezclan con la mitología de los dioses y sus
luchas eternas. Rememorando la tradición pre-cristiana que pretendía expulsar
los malos espíritus que iban contra la fertilidad de la aldea, los diablos
recorren el pueblo y tratan de asustar a la gente tiznando de hollín sus
rostros.
El ritual de la preparación es complejo. Cubren sus
rostros y brazos con una crema protectora, untan su cara y manos con una pasta negra
mezcla de aceite y hollín y se colocan una enorme dentadura tallada en patata
–antes en remolacha-, lo que les proporciona un aspecto fantástico por el
contraste de colores entre ojos, dientes y cuerpo. La amplia vestimenta es de
color negro y, para terminar de adquirir esa apariencia aterradora, se colocan
unos enormes cuernos de buey sobre sus cabezas. Los cencerros –también
conocidos como trabucos o cañones- que cuelgan de sus cinturas serán los que
anunciarán su llegada al pueblo a las cinco de la tarde, aunque el frío clima
ha sido ambientado antes por los dulzaineros.
En el Museo de las Tradiciones del pueblo hay una leyenda
que lo explica: "Una vez al año, los diablos abandonan el vientre de la
Madre Tierra a través de una grieta que nadie conoce. Un estruendo de cencerros
anuncia a vecinos y forasteros la llegada de los portadores de un misterio
ancestral. Una mezcla de hollín y aceite marca el rostro de los que se dejan
atrapar. Otros, corriendo despavoridos por las callejuelas, van a taparse con
mascaritas que vagan sin dirección, sin expresión alguna, portadoras quizás de
un secreto mudo".
El contrapunto lo ponen las Mascaritas, el segundo
personaje importante –como en Almiruete-, el Bien, vestidos con trajes largos y
coloridos, sayas y toquillas, y un trapo blanco con agujeros en ojos y boca cubriendo
el rostro. Son silenciosos, indefinidos, y no pueden ser manchados de hollín
por los diablos, para lo que llevan un bastón con el que golpearán a quien lo
olvide. Acompañada por la música de la dulzaina, toda la comitiva recorre la
plaza, la iglesia y el monumento dedicado a los diablos, erigido en mitad del
pueblo, para regresar de nuevo a la plaza. Al caer la noche, como si la tierra
acogiera otra vez a los diablos, los cencerros dejan de sonar.
Este año, 2018, se ha suspendido por el mal tiempo y no nos
enteramos hasta llegar al pueblo, cuando
varias personas nos dicen que se ha trasladado al día 24. Recorremos el
pueblo desde el puente con un artístico pretil, junto a la fuente de los nueve
caños y el lavadero, pasando por la plaza del Ayuntamiento y la Iglesia
parroquial de San Pedro, s. XVI, y subiendo hasta el Museo de las Escuelas y
Capilla de los Escolapios, s. XIX. Una señora nos indica el camino hasta
la Ermita de la Virgen de la Peña, desde donde
retrocedemos hasta el Monumento al Carnaval. Las calles están cubiertas con
nieve y de los tejados cuelgan largos carámbanos. Todo el campo está nevado, el
cielo está encapotado y la sensación y la temperatura son frías, aunque no lo
consideramos suficiente para haber suspendido la celebración.
El martes de carnaval, día 13, sale la botarga en Tórtola de Henares, una de las primeras
del invierno. Para su recuperación, la Asociación Cultural Torela diseñó la
italianizante vestimenta arlequinada de colores rojo, amarillo y verde,
frecuentes en otras botargas. Lleva la cara muy pintada, sin careta, medio
escondida en la capucha con capirote, cayado pastoril y cachiporra para llamar
a las puertas solicitando el aguinaldo –dar el portazo-, borceguíes negros con
punta, cascabeles por el cuerpo y en los extremos del capirote y borceguíes, y
cuatro cencerros medianos en la parte de atrás de la cintura. José Ramón López
de los Mozos dice que el traje es “una especie de mono que en su parte
inferior, a modo de pantalón bombacho, llega hasta media pierna”, que el cayado
se usaba para “robar los chorizos de las despensas y chimeneas de aquellas
casas en que, por descuido, se habían dejado la puerta abierta”.
![]() |
Alarilla |
Por los colores de la vestimenta, además de otros
detalles, puede compararse con las botargas de Mazuecos, Montarrón, infantil de
Robledillo de Mohernando (sin máscara, con garrota o cayado), Alarilla (porra),
Fuencemillán, una de Guadalajara, Hita, y las de casados de Humanes de
Mohernando (porra), Málaga del Fresno (porra) y Robledillo de Mohernando
(porra).
El miércoles de ceniza, día 14, aparecen Los Chocolateros
en Cogolludo. Son un grupo pequeño
de jóvenes que, en esta fecha divisoria entre el Carnaval y la Cuaresma,
vestidos con pantalón y camisa blanca, con fajas y pañuelos rojos y
encapuchados con una tela blanca con orificios en ojos y boca, recorren las
calles con un orinal lleno de chocolate –que se calienta en una hoguera en la
plaza- y acompañado de bizcochos para ofrecerlo –la tentación- a los
viandantes: el que acepta rompe el ayuno, el que lo rechaza es manchado con el
chocolate. En esta última actuación del carnaval, el comportamiento de estos
diablillos blancos es parecido al de las botargas.
![]() |
Robledillo de Mohernando |
El Carnaval ha terminado. El sonido de los cencerros, la
canción del Carnaval, ha poblado las tardes. Caen los disfraces y las máscaras.
Se dice que cada uno se disfraza de aquello que es por dentro, que cuanto más
te disfrazas más te pareces a ti mismo (José Saramago), por lo que a algunas
personas los disfraces no los disfrazan, sino que los revelan. Del mismo modo,
las máscaras revelan el verdadero rostro de las personas (Carlos Ruiz Zafón)
porque una máscara dice más que una cara. Todo el mundo piensa que la máscara
social que se luce es el auténtico rostro, pero las personas son más complejas
que las máscaras que se usan en sociedad. Cuando se lleva una máscara mucho
tiempo se corre el riesgo de olvidarse de quién eres debajo de ella, por lo que
las personas pueden no llegar a conocer su verdadero aspecto. Menos mal que la
posibilidad de quitarse la máscara en todas las ocasiones es una de las raras
ventajas que se reconocen a la vejez (Memorias de Adriano, Marguerite
Yourcenar).
No hay comentarios:
Publicar un comentario