Los viajes a Tierra Santa en los ss. XVI y XVII
URBS BEATA HIERUSALEM
En el año 2017 se evocaron acontecimientos acaecidos
cinco siglos antes: en 1517 Selim I arrebató Jerusalén y los Santos Lugares de
Palestina a los sultanes mamelucos de Egipto que los gobernaban desde 1250; ese
mismo año llegó a España Carlos V para administrar un imperio que,
inevitablemente, chocaría con los turcos en el Mediterráneo y Europa Oriental;
las proclamas de Lutero comenzaron a dividir el mundo cristiano y, desde
entonces, en el ámbito protestante, las peregrinaciones quedaron desacreditadas
como medio de ganar indulgencias.
Para los peregrinos era un privilegio visitar los Santos
Lugares a pesar de que la peregrinación no figuraba entre los mandamientos de
la fe cristiana, a diferencia de la judía y la musulmana. Tras la Primera
Cruzada se estableció la indulgencia plenaria que libraba al peregrino de las
penas del Purgatorio. La vida se concebía como una peregrinación. Podía tener
su origen en un voto personal (el mallorquín Juan Bautista Suñer, afectado por
la epidemia de 1652), por encargo del confesor o una autoridad (el jesuita Fray
Diego Salazar a petición de Felipe II).
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Alexandria, Joris Joefnagel, ss. XVI-XVII |
Lo habitual hasta mediados del siglo XVI era llegar a
Venecia y embarcarse durante un mes, con las debidas escalas (Corfú, Creta,
Rodas, Chipre), hasta el puerto de Jaffa. La estancia para visitar la Ciudad
Santa y lugares cercanos (Betania, Belén, Jericó, río Jordán) podía durar dos
semanas. Desde Jerusalén se podía continuar hasta Samaria y Galilea, e incluso
a Damasco, y también al Sinaí. Había otras salidas desde Cartagena, Valencia,
Barcelona, Marsella, etc. Aunque el objetivo era llegar a Jerusalén, el
peregrino se enriquecía visitando los principales santuarios del camino y sus
reliquias. Los que pasaban por Roma pedían licencia al Papa.
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Viaje de la Tierra Santa Bernardo de Breydenbach, s. XV |
A pesar de que los Santos Lugares estuvieron bajo dominio
musulmán desde el año 638, las peregrinaciones no se interrumpieron porque los
cristianos pagaban muchos peajes, pero fueron disminuyendo. El peregrino
confesaba y hacía testamento antes del viaje y se preparaba para recibir todo
tipo de ofensas, robos, etc. Hubo naufragios y la vida en el barco era
incómoda, reducido espacio, mala alimentación, epidemias, etc. No fueron muchos
los españoles que se aventuraron a este viaje: a lo largo de los siglos XVI y
XVII una treintena dejaron constancia en sus libros, que llegaron a ser
populares, compitiendo con las ficciones sentimentales, libros de caballerías o
novela pastoril. Un alemán que viajó con Ignacio de Loyola desde Venecia dijo
que el peregrino debía llevar bien llenas tres bolsas: dinero, fe y paciencia. El
viaje estaba al alcance de pocos: nobles (Pedro Manuel de Urrea, el Marqués de
Tarifa), soldados, religiosos (los más abundantes los franciscanos).
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Biblia Políglota Regia Benito Arias Montano |
El culto a las reliquias se remonta a los orígenes del
Cristianismo (descubrimiento de un trozo de la Vera Cruz por Santa Elena en el
siglo IV) y siempre fueron unidas a las indulgencias, pero hubo críticas de San
Jerónimo y San Agustín, y más tarde de Erasmo, Alfonso de Valdés y del
protestantismo. No obstante, las peregrinaciones siguieron. En 1519 se
encontraron en Venecia el poeta y músico Juan del Encina y el Marqués de Tarifa
que hicieron juntos el viaje. Hacia 1575 marchó desde Roma una mujer llamada
María que ejerció la caridad en Jerusalén hasta que fue condenada a la hoguera.
Hacia final del siglo XVI peregrinó devotamente el importante compositor
sevillano maestro Francisco Guerrero
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Alegoría del triunfo de la santga Liga Andrea Marelli, s. XVI |
Desde el siglo XIV, los franciscanos tenían otorgada la
Custodia de Tierra Santa, con la finalidad de atender a los peregrinos latinos.
En el siglo XVI terminaron por ser expulsados, pero se refugiaron en el
santuario de San Salvador. Los reyes españoles, desde Fernando el Católico,
financiaron el mantenimiento, aunque había otras “sectas cristianas”, como
cristianos griegos, coptos, armenios, georgianos, sirios, jacobitas y
nestorianos que se distribuían los espacios de culto. Las disensiones fueron
especialmente importantes entre los católicos y los ortodoxos. Esta provincia
franciscana fue considerada la más importante de la Orden, y su documentación
permite reconstruir la historia.
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Jerusalem Christian Adrichem, s. XVII |
Esta exposición quiere dar a conocer la magnífica
colección de libros de peregrinación que posee la Biblioteca Nacional, mezcla
de libro de viajes y obra de devoción. Los testimonios descubren las facetas de
la convivencia entre cristianos, musulmanes y judíos y permiten comprender las
conflictivas relaciones históricas, económicas, sociales y religiosas entre
estos pueblos del Mediterráneo. Los peregrinos descubrían con asombro cómo
cerca de Nazaret se hablaba castellano –judíos expulsados de España-, cómo
algunos musulmanes bebían vino y comían cerdo, el trato fraternal de algunos
musulmanes en las caravanas, lugares de culto compartidos, etc. Los peligros
aumentaron para los españoles tras la batalla de Lepanto –muchos ocultaban su
nacionalidad- y los judíos conocieron los vaivenes de la Historia con momentos
de tolerancia y otros de persecución. Los relatos de los peregrinos dieron a conocer
en Europa la vida y costumbres de los turcos, moros y judíos, nuevos animales y
plantas, palomas mensajeras, monedas, etc.
La imprenta permitió la difusión masiva de la experiencia
del peregrinaje. Con el fin de facilitarla varios franciscanos redactaron
guías. Obras como Verdadera información de la Tierra Santa (Antonio de Aranda,
1533) o El devoto peregrino (Antonio del Castillo, 1654) alcanzaron numerosas
ediciones. Juan del Encina (Tribagia) y el Marqués de Tarifa (Viaje a
Jerusalén) también contaron sus experiencias en sendos libros difundidos en los
Siglos de Oro. Benito Arias Montano (Biblia Políglota Regia) incorporó
información sobre la geografía, edificios, indumentaria, pesos, medidas,
monedas, etc. Christian Adrichem describió Jerusalén y lugares circunvecinos.
Además de los libros escritos en castellano, se conserva alguno en catalán
(Miquel Matas), pero la mayoría lo eran en latín y fueron conocidos en España.
De nuevo en el siglo XVII, debido a su éxito, se imprimieron otros: Viage de Gerusalem
de Juan de León, Sevilla, el extremeño Pedro González Gallardo, Fray Juan
Bautista de la Concepción desde Granada, etc.
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Concilio de Trento Antoine Lafréri, s. XVI |
Para tratar de evitar la heterodoxia en lo referente a
las peregrinaciones, la Inquisición utilizó los índices de libros prohibidos:
Peregrinatio Hierusalem, de Petro de Urrea, 1551; en latín y castellano el de
Valdés, 1559, y el de Quiroga, 1583, y varios portugueses. No se conocen con
exactitud las causas de la prohibición, pero quizá disgustaron algunas críticas
al papado (venta de cargos eclesiásticos), el abandono de la familia por
peregrinar (Erasmo), etc.
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Anónimo Carta náutica del Mediterráneo, s. XVI |
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