lunes, 5 de febrero de 2018

Los viajes a Tierra Santa en los ss. XVI y XVII
URBS BEATA HIERUSALEM



En el año 2017 se evocaron acontecimientos acaecidos cinco siglos antes: en 1517 Selim I arrebató Jerusalén y los Santos Lugares de Palestina a los sultanes mamelucos de Egipto que los gobernaban desde 1250; ese mismo año llegó a España Carlos V para administrar un imperio que, inevitablemente, chocaría con los turcos en el Mediterráneo y Europa Oriental; las proclamas de Lutero comenzaron a dividir el mundo cristiano y, desde entonces, en el ámbito protestante, las peregrinaciones quedaron desacreditadas como medio de ganar indulgencias.

Para los peregrinos era un privilegio visitar los Santos Lugares a pesar de que la peregrinación no figuraba entre los mandamientos de la fe cristiana, a diferencia de la judía y la musulmana. Tras la Primera Cruzada se estableció la indulgencia plenaria que libraba al peregrino de las penas del Purgatorio. La vida se concebía como una peregrinación. Podía tener su origen en un voto personal (el mallorquín Juan Bautista Suñer, afectado por la epidemia de 1652), por encargo del confesor o una autoridad (el jesuita Fray Diego Salazar a petición de Felipe II).



Alexandria, Joris Joefnagel, ss. XVI-XVII
Lo habitual hasta mediados del siglo XVI era llegar a Venecia y embarcarse durante un mes, con las debidas escalas (Corfú, Creta, Rodas, Chipre), hasta el puerto de Jaffa. La estancia para visitar la Ciudad Santa y lugares cercanos (Betania, Belén, Jericó, río Jordán) podía durar dos semanas. Desde Jerusalén se podía continuar hasta Samaria y Galilea, e incluso a Damasco, y también al Sinaí. Había otras salidas desde Cartagena, Valencia, Barcelona, Marsella, etc. Aunque el objetivo era llegar a Jerusalén, el peregrino se enriquecía visitando los principales santuarios del camino y sus reliquias. Los que pasaban por Roma pedían licencia al Papa.

Viaje de la Tierra Santa
Bernardo de Breydenbach, s. XV
A pesar de que los Santos Lugares estuvieron bajo dominio musulmán desde el año 638, las peregrinaciones no se interrumpieron porque los cristianos pagaban muchos peajes, pero fueron disminuyendo. El peregrino confesaba y hacía testamento antes del viaje y se preparaba para recibir todo tipo de ofensas, robos, etc. Hubo naufragios y la vida en el barco era incómoda, reducido espacio, mala alimentación, epidemias, etc. No fueron muchos los españoles que se aventuraron a este viaje: a lo largo de los siglos XVI y XVII una treintena dejaron constancia en sus libros, que llegaron a ser populares, compitiendo con las ficciones sentimentales, libros de caballerías o novela pastoril. Un alemán que viajó con Ignacio de Loyola desde Venecia dijo que el peregrino debía llevar bien llenas tres bolsas: dinero, fe y paciencia. El viaje estaba al alcance de pocos: nobles (Pedro Manuel de Urrea, el Marqués de Tarifa), soldados, religiosos (los más abundantes los franciscanos).

Biblia Políglota Regia
Benito Arias Montano
El culto a las reliquias se remonta a los orígenes del Cristianismo (descubrimiento de un trozo de la Vera Cruz por Santa Elena en el siglo IV) y siempre fueron unidas a las indulgencias, pero hubo críticas de San Jerónimo y San Agustín, y más tarde de Erasmo, Alfonso de Valdés y del protestantismo. No obstante, las peregrinaciones siguieron. En 1519 se encontraron en Venecia el poeta y músico Juan del Encina y el Marqués de Tarifa que hicieron juntos el viaje. Hacia 1575 marchó desde Roma una mujer llamada María que ejerció la caridad en Jerusalén hasta que fue condenada a la hoguera. Hacia final del siglo XVI peregrinó devotamente el importante compositor sevillano maestro Francisco Guerrero

Alegoría del triunfo de la santga Liga
Andrea Marelli, s. XVI
Desde el siglo XIV, los franciscanos tenían otorgada la Custodia de Tierra Santa, con la finalidad de atender a los peregrinos latinos. En el siglo XVI terminaron por ser expulsados, pero se refugiaron en el santuario de San Salvador. Los reyes españoles, desde Fernando el Católico, financiaron el mantenimiento, aunque había otras “sectas cristianas”, como cristianos griegos, coptos, armenios, georgianos, sirios, jacobitas y nestorianos que se distribuían los espacios de culto. Las disensiones fueron especialmente importantes entre los católicos y los ortodoxos. Esta provincia franciscana fue considerada la más importante de la Orden, y su documentación permite reconstruir la historia.




Jerusalem
Christian Adrichem, s. XVII
Esta exposición quiere dar a conocer la magnífica colección de libros de peregrinación que posee la Biblioteca Nacional, mezcla de libro de viajes y obra de devoción. Los testimonios descubren las facetas de la convivencia entre cristianos, musulmanes y judíos y permiten comprender las conflictivas relaciones históricas, económicas, sociales y religiosas entre estos pueblos del Mediterráneo. Los peregrinos descubrían con asombro cómo cerca de Nazaret se hablaba castellano –judíos expulsados de España-, cómo algunos musulmanes bebían vino y comían cerdo, el trato fraternal de algunos musulmanes en las caravanas, lugares de culto compartidos, etc. Los peligros aumentaron para los españoles tras la batalla de Lepanto –muchos ocultaban su nacionalidad- y los judíos conocieron los vaivenes de la Historia con momentos de tolerancia y otros de persecución. Los relatos de los peregrinos dieron a conocer en Europa la vida y costumbres de los turcos, moros y judíos, nuevos animales y plantas, palomas mensajeras, monedas, etc.

La imprenta permitió la difusión masiva de la experiencia del peregrinaje. Con el fin de facilitarla varios franciscanos redactaron guías. Obras como Verdadera información de la Tierra Santa (Antonio de Aranda, 1533) o El devoto peregrino (Antonio del Castillo, 1654) alcanzaron numerosas ediciones. Juan del Encina (Tribagia) y el Marqués de Tarifa (Viaje a Jerusalén) también contaron sus experiencias en sendos libros difundidos en los Siglos de Oro. Benito Arias Montano (Biblia Políglota Regia) incorporó información sobre la geografía, edificios, indumentaria, pesos, medidas, monedas, etc. Christian Adrichem describió Jerusalén y lugares circunvecinos. Además de los libros escritos en castellano, se conserva alguno en catalán (Miquel Matas), pero la mayoría lo eran en latín y fueron conocidos en España. De nuevo en el siglo XVII, debido a su éxito, se imprimieron otros: Viage de Gerusalem de Juan de León, Sevilla, el extremeño Pedro González Gallardo, Fray Juan Bautista de la Concepción desde Granada, etc.

Concilio de Trento
Antoine Lafréri, s. XVI
Para tratar de evitar la heterodoxia en lo referente a las peregrinaciones, la Inquisición utilizó los índices de libros prohibidos: Peregrinatio Hierusalem, de Petro de Urrea, 1551; en latín y castellano el de Valdés, 1559, y el de Quiroga, 1583, y varios portugueses. No se conocen con exactitud las causas de la prohibición, pero quizá disgustaron algunas críticas al papado (venta de cargos eclesiásticos), el abandono de la familia por peregrinar (Erasmo), etc.


Anónimo
Carta náutica del Mediterráneo, s. XVI




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