lunes, 12 de febrero de 2018


Fortuny



Mariano Fortuny, cuando murió en Roma con 36 años (1874), era el pintor español con mayor proyección, perteneciendo a la fabulosa generación de Federico de Madrazo, Eduardo Rosales, Vicente López, Joaquín Sorolla, etc. Trabajó con una gran libertad componiendo estampas, paisajes, escenas de batalla, copias de maestros, etc., tanto con dibujos como óleos, acuarelas o  grabados. Creó sensaciones de movimientos por medio de perspectivas asombrosas, con puntos de fuga que convergen rápidamente. Moduló el color según la luz. Pintó la vida, como en las escenas marroquíes que le dieron una ráfaga orientalista que no abandonó. Junto a sus obras, la exposición en el Museo del Prado recoge una gran colección de antigüedades que atesoraba en su atelier, que demuestran su interés por la observación y explican el refinamiento en la captación de las calidades, color y luz en sus obras.

La formación en Roma (1858-61).
El ser hijo y nieto de artesanos le dotó de una habilidad artística especial. Inició su aprendizaje en Reus y se formó académicamente en la Escuela de Bellas Artes de Barcelona. Pensionado por la Diputación de Barcelona marchó a Roma donde apreció el arte del Renacimiento y el Barroco, el estudio del desnudo que se manifestaría en su captación de las anatomías. En esta época mostró su calidad como acuarelista (Il contino, en el jardín de Villa Borghese) y su conocimiento del desnudo (La Odalisca).

África y el descubrimiento de la pintura (1860 y 1862).
La Diputación de Barcelona le encargó que viajara a Marruecos para pintar las gestas de la guerra hispano-marroquí donde participaban voluntarios catalanes. Siguiendo la campaña pintó La batalla de Wad-Ras, pero se sintió atraído por el misterio de los tipos y costumbres marroquíes (Fantasía árabe). En 1862 volvió y tomó apuntes para La batalla de Tetuán, que no terminó. Su pintura cambió a partir de su descubrimiento de la luz intensa, el color brillante y los espacios desnudos del norte de África.


Entre España e Italia (1863-68).
En Roma continuó trabajando en motivos árabes y representando tipos populares con un estilo realista, ocupándose ocasionalmente del retrato (Mirope Savati). En su posición original, en el techo, se presenta el gran cuadro decorativo “La reina María Cristina y su hija la reina Isabel pasando revista a las baterías de artillería” que pinto para la residencia parisina de la reina María Cristina de Borbón. En 1867 se casó en Madrid con Cecilia de Madrazo, hija de Federico de Madrazo, y pintó una de sus más imaginativas obras, Fantasía sobre Fausto.


Los grabados.
Fortuny sacó buen partido de los diferentes recursos de la técnica –estudiados en las obras de Ribera, Rembrandt y Goya- y mostró su habilidad en la litografía y aguafuertes, a los que consideraba especialmente adecuados para sugerir los ambientes misteriosos que le atraían. Con ellos consiguió una de las cimas de su arte y una especial versión del orientalismo en Europa con los motivos árabes. La intensidad expresiva se pone de manifiesto en obras como El anacoreta.

San Andrés
Los maestros antiguos y el Prado (1866-68).
Ya en Italia copió a algunos maestros del Renacimiento y el Barroco, pero fue en el Museo del Prado donde lo hizo con más profundidad y asiduidad. Le gustaron los artistas de las escuelas veneciana y flamenca –calidad del color y libertad de pincelada-, el Greco –entonces poco apreciado-, Ribera y Velázquez –dominio de la anatomía, calidades táctiles y del color- y especialmente Goya –gran penetración y calidad de las interpretaciones-.




El triunfo internacional (1868-70).
Siguió dedicándose al dibujo, en apuntes del natural realizados en cuadernos que le proporcionaban un material muy útil para sus obras,  y a la acuarela, con procedimientos de gran libertad, pero el gran éxito le vino por su representación de un mundo de belleza en interiores arquitectónicos ricamente ornamentados. Los motivos principales eran del siglo XVIII (El aficionado a las estampas y especialmente La vicaría), árabes (Jefe árabe, Un marroquí, El vendedor de tapices, Calle de Tánger, El fumador de opio) y composiciones de género (La elección de la modelo).




Granada (1870-72).
El ambiente de gran belleza de esta ciudad, donde estuvo más de dos años, le dio la tranquilidad que deseaba lejos de París. Logró una nueva captación del color y la luz en su trabajo del natural con figuras desnudas (Viejo desnudo al sol), rincones urbanos, paisajes, jardines, flores, etc. También combinó libremente distintos elementos para crear espacios nuevos en escenas ambientadas en el pasado –medieval islámico, renacentista, dieciochesco-, mezclando elementos reconocibles (La Carrera del Darro) con otros imaginarios para construir arquitecturas de alta calidad como escenarios (Pasatiempos de hijosdalgos, Almuerzo en la Alhambra, Ayuntamiento viejo de Granada), enriquecidas con objetos decorativos, evocando un mundo maravilloso que reflejaba una etapa muy feliz en su vida.


Cofre s. XI, marfil
El atelier.
En la década de 1860 desarrolla ampliamente su actividad coleccionista, atraído por armas, cerámicas, textiles, marfiles, muebles, cristales, etc. Destacan las obras de arte hispanomusulmán, artes decorativas italianas y españolas, telas, biombos y grabados japoneses, etc., algunas de las cuales fueron restauradas por él mismo.



Los últimos años (1873-74).
El colorido más intenso y la pincelada más libre fue el modo de abordar los temas árabes, tratados antes de manera más sintética (Árabe apoyado en un tapiz, Fantasía árabe ante la puerta de Tánger). También se interesó por motivos de la vida cotidiana (Carnaval de Roma), la vida familiar con sus esposa e hijos en el tiempo que pasó en Portici, cerca de Nápoles –trabajo al aire libre, comprensión del color local y su relación con la incidencia de la luz- (Calle de Granatello en Portici, Paisaje napolitano), y la estética de Extremo Oriente y el carácter íntimo de óleos y acuarelas (Los hijos del pintor en el salón japonés).
Desnudo en la paya de Portici
Corrida de toros
El corral
El espadero
Malvas reales






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