Henche, pequeña población –de unos cien habitantes- de la
provincia de Guadalajara, celebra el 9-12-2017 la Fiesta de la Matanza, en la
que abre su intimidad a la mirada de los foráneos. Por ese motivo la Asociación Senderista Ande Andarás se
une a la celebración y traslada su ruta de este día a la zona. Cuando llegamos,
casi en la luz cenicienta del alba, la hoguera ya arde en la plaza y comienzan
los preparativos. Vamos a la Asociación de Jubilados “La Fidelidad” donde
degustamos, con un café caliente –servido por Pepe (marido de Mª Carmen), Cecilio y Tere- porque la mañana está
fría, unos dulces típicos elaborados por nuestra compañera Mª Carmen. Por la sala pasa un silencio, los coloquios quedan en el
aire. El aroma del café se extiende por el local mientras, entrecerrando los
ojos, levantando ligeramente la cara y los hombros, saboreamos lentamente, con
delectación, las rosquillas crujientes de azúcar. Esta operación se repite
varias veces.
Este pueblo perteneció al Señorío de Atienza en el s. XV,
pasando después al de Cifuentes, y el nombre le viene de un caballero francés
llamado Dhanche que se asentó en el s. XV. Sus monumentos más destacables son
la Iglesia Parroquial de Ntra. Sra. de la Asunción (origen románico), ermita de
San Roque, puente medieval (camino de Madrid a Trillo para ir a los Reales
Baños de Carlos III). También tiene un molino aceitero del s. XVIII, fuentes y
bodegas, la Covacha de la Mora y el paraje la Era Alta cuya cruz de madera
domina el pueblo.
Tere, Pepe, Cecilio |
Perteneció a la Tierra de Atienza, a la de Jadraque,
etc., el rey de Castilla Juan II entregó el territorio en señorío a Gómez
Carrillo y desde el s. XV hasta el XIX perteneció a los duques del Infantado. En
1273 se firmaron aquí unos privilegios por los que Alfonso X El Sabio creaba el
Real y Honrado Concejo de la Mesta. La arenisca sobre la que se asienta el
pueblo aparece en varias casonas. Otros elementos de consideración son la
ermita de San Roque, la fuente de los cuatro caños y el tesoro de Carramantiel,
necrópolis y poblado visigodo datado en el s. VII.
La carretera es nuestra |
La arenisca de los altos vigila nuestro paso.
Ahora que no hay niebla puede verse bien cómo la iglesia emerge poderosa desde el caserío cerrándolo por detrás como un retablo.
Paramos en la barroca ermita de la Purísima Concepción, enorme, como enorme es la iglesia del pueblo, que no parece tener relación con sus casonas y el tamaño de las iglesias, quizá debidas a importancias pasadas puesto que Gualda aparece en el mapa vinícola de Guadalajara en el s. XVIII.
El cielo alto cobija el remontado vuelo de varias rapaces
que hacen círculos en el remoto azul y los ecos de la caminata ruedan por el
campo. Seguimos por la carretera hasta Henche donde, mientras ha durado nuestra
ausencia, ha tenido lugar la elaboración de las típicas gachas y migas
alcarreñas, le han cortado la respiración a un cerdo y todavía se están
elaborando los chorizos a la antigua usanza. La plaza hierve en multitud, los
asistentes circulan en racimos y nosotros nos metemos en su dinamismo, en su
alegre palpitación, en sus ruidos. Han tenido la amabilidad de guardarnos
gachas y migas y las calientan antes de servirlas. Nos atienden Yolanda, que resulta ser de Alcalá, y Esther, que nos cuenta que ellos han
hecho el vino. Esto es el aperitivo.
La espera se entretiene con la música de un grupo de Cifuentes
que ameniza el entreacto. Llegan las letras navideñas prendidas al son bronco
de las zambombas que pautan los compases. Al toque del campanillo del
Ayuntamiento, sin más prosopopeyas, se anuncia la formación de la cola para la
comida. El humo de la hoguera nos envuelve y perfuma. El menú resulta ser alubias
blancas estofadas con chorizo, pan y flan -en cuyo reparto aparece de nuevo Yolanda-, y en las mesas hay porrones de
vino. El vino por el color, el pan por el olor y todo por el sabor. Los
sentidos se solazan.
Con el plato en la mano nos estacionamos ante las mesas
que hay preparadas, de pie. Se dice que la mejor manera de desprenderse de los
olores de cocina es comer fuera, como hacemos nosotros. El olor es el de las
judías calientes, casi quemando, por lo que no es momentáneo y fugaz sino que
evoca otras situaciones parecidas. Pero no hay nadie que se contente con el
olor solamente y conforme se van enfriando damos buena cuenta del contenido del
plato hondo. Por la lengua llega la conciencia de los sabores y el gusto no nos
da ningún dis-gusto. La boca se hace agua. Con el plato en la mesa se hace
llegar la comida hasta la boca, tratando de que no gotee después de una larga
travesía o se baja la cabeza como si se quisiera estudiar la geometría del
plato. La suavidad, la cremosidad de las judías, patatas y caldo llenan la
boca, la inundan de sedosidad, sutileza y exquisitez, contrastando con la
diferente textura del chorizo, todo ello complementado con frecuentes tientos
al porrón. Somos estómagos agradecidos.
La tarde decae. Aquí la amabilidad no tiene límites y nos
invitan a una casa a tomar café. En este caso Manoli, Ángel -marido-, y Marga
–hermana-. Empequeñecemos la gran sala con nuestra abundante presencia y nos
hundimos en los asientos cercanos a la estufa con una sensación de plenitud y
satisfacción, de irrealidad soñolienta, en un abandono lánguido, como
cristalizados, aletargados, instalados en la tranquilidad, en la
despreocupación, en este rabo de tarde que declina tras las ventanas. Con el
café vienen unas pastas estupendas y, como dice Félix, después de tanta comida
tendríamos que empezar la ruta otra vez. La gran estufa, el calor, el aroma del
café, el olor de las pastas, nos provocan una agradable ensoñación. Aquí se
reencuentra el sabor de las cosas, de lo sencillo, de lo verdadero. Con el
vivir callado de las cosas transcurre aquí el tiempo. No dan ganas de moverse.
Hoy ha sido un día diferente del soñoliento silencio de
los pueblecillos pequeños y con poca vida, una realidad distinta de la
percibida a diario. Todos hemos salido de la monótona grisura de los días sin
emoción puesto que los días no adquieren sabor hasta que uno escapa de la
obligación de tener un destino. Hoy lo hemos disfrutado gracias a la inmensa
amabilidad y gentileza de muchas personas a las que difícilmente podremos
devolver tantas atenciones. En los crepusculares caminos de vuelta todos
pensamos que este día tiene el sabor de días futuros.
Muy buen relato!!
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