lunes, 11 de diciembre de 2017


Henche, pequeña población –de unos cien habitantes- de la provincia de Guadalajara, celebra el 9-12-2017 la Fiesta de la Matanza, en la que abre su intimidad a la mirada de los foráneos. Por ese motivo la Asociación Senderista Ande Andarás se une a la celebración y traslada su ruta de este día a la zona. Cuando llegamos, casi en la luz cenicienta del alba, la hoguera ya arde en la plaza y comienzan los preparativos. Vamos a la Asociación de Jubilados “La Fidelidad” donde degustamos, con un café caliente –servido por Pepe (marido de Mª Carmen), Cecilio y Tere- porque la mañana está fría, unos dulces típicos elaborados por nuestra compañera Mª Carmen. Por la sala pasa un silencio, los coloquios quedan en el aire. El aroma del café se extiende por el local mientras, entrecerrando los ojos, levantando ligeramente la cara y los hombros, saboreamos lentamente, con delectación, las rosquillas crujientes de azúcar. Esta operación se repite varias veces.

Este pueblo perteneció al Señorío de Atienza en el s. XV, pasando después al de Cifuentes, y el nombre le viene de un caballero francés llamado Dhanche que se asentó en el s. XV. Sus monumentos más destacables son la Iglesia Parroquial de Ntra. Sra. de la Asunción (origen románico), ermita de San Roque, puente medieval (camino de Madrid a Trillo para ir a los Reales Baños de Carlos III). También tiene un molino aceitero del s. XVIII, fuentes y bodegas, la Covacha de la Mora y el paraje la Era Alta cuya cruz de madera domina el pueblo.

Tere, Pepe, Cecilio
El hato senderista comienza la caminata, mientras el débil sol de la mañana, de luz árida y desolada, va recalentando la niebla de la amanecida. Seguimos el suave descenso del Arroyo de la Vega que surca, señalizado por una abundante vegetación de ribera –altivos chopos a los que el otoño ya ha desnudado-, un estrecho valle con escasos campos de labor arrancados al monte y una espesa vegetación de encina y carrasca en las laderas, que nos acoge mientras la niebla todavía señorea el fondo. Al borde del camino, rodeada de un pequeño pinar, aparece la ermita de San Bartolomé, barroca.


El campo y la mañana tienen caminos de sol, se alegran de luces mañaneras. Las miradas se dilatan en los varios matices de verde puesto que ha aparecido el pino y pasa a ser dominador cuando dejamos el camino y salimos a la carretera por donde avanzamos hacia la niebla de la que pronto aparece, fantasmal, aislada, la grandiosa ermita de la Purísima Concepción. Estamos en Gualda, pequeño pueblo de algo más de cincuenta habitantes. Desde la plaza de la fuente, pasando por una gran casona, llegamos a la plaza de la iglesia, con un espléndido Ayuntamiento y con la imponente iglesia del s. XVIII, que nos abren las señoras Feli y Concha.

Perteneció a la Tierra de Atienza, a la de Jadraque, etc., el rey de Castilla Juan II entregó el territorio en señorío a Gómez Carrillo y desde el s. XV hasta el XIX perteneció a los duques del Infantado. En 1273 se firmaron aquí unos privilegios por los que Alfonso X El Sabio creaba el Real y Honrado Concejo de la Mesta. La arenisca sobre la que se asienta el pueblo aparece en varias casonas. Otros elementos de consideración son la ermita de San Roque, la fuente de los cuatro caños y el tesoro de Carramantiel, necrópolis y poblado visigodo datado en el s. VII.


El arroyo de la Vega rodea Gualda por el Oeste y Sur, y por el Este discurre el barranco del Pozo, uniéndose ambos en el Barranco Grande que seguimos por un valle en cuyas laderas el roble melojo ha puesto la nota otoñal en el verde del pinar, descendiendo hasta el cruce con la carretera de Cifuentes. Hemos bajado desde los 837 m de altitud en Henche, pasando por los 764 de Gualda hasta los 717 que hay aquí, muy cerca ya del Tajo.

La carretera es nuestra
Volvemos por la misma carretera, ascendiendo el mismo valle, hasta Gualda.







La arenisca de los altos vigila nuestro paso.







Ahora que no hay niebla puede verse bien cómo la iglesia emerge poderosa desde el caserío cerrándolo por detrás como un retablo.





Paramos en la barroca ermita de la Purísima Concepción, enorme, como enorme es la iglesia del pueblo, que no parece tener relación con sus casonas y el tamaño de las iglesias, quizá debidas a importancias pasadas puesto que Gualda aparece en el mapa vinícola de Guadalajara en el s. XVIII.




El cielo alto cobija el remontado vuelo de varias rapaces que hacen círculos en el remoto azul y los ecos de la caminata ruedan por el campo. Seguimos por la carretera hasta Henche donde, mientras ha durado nuestra ausencia, ha tenido lugar la elaboración de las típicas gachas y migas alcarreñas, le han cortado la respiración a un cerdo y todavía se están elaborando los chorizos a la antigua usanza. La plaza hierve en multitud, los asistentes circulan en racimos y nosotros nos metemos en su dinamismo, en su alegre palpitación, en sus ruidos. Han tenido la amabilidad de guardarnos gachas y migas y las calientan antes de servirlas. Nos atienden Yolanda, que resulta ser de Alcalá, y Esther, que nos cuenta que ellos han hecho el vino. Esto es el aperitivo.



La espera se entretiene con la música de un grupo de Cifuentes que ameniza el entreacto. Llegan las letras navideñas prendidas al son bronco de las zambombas que pautan los compases. Al toque del campanillo del Ayuntamiento, sin más prosopopeyas, se anuncia la formación de la cola para la comida. El humo de la hoguera nos envuelve y perfuma. El menú resulta ser alubias blancas estofadas con chorizo, pan y flan -en cuyo reparto aparece de nuevo Yolanda-, y en las mesas hay porrones de vino. El vino por el color, el pan por el olor y todo por el sabor. Los sentidos se solazan.

Con el plato en la mano nos estacionamos ante las mesas que hay preparadas, de pie. Se dice que la mejor manera de desprenderse de los olores de cocina es comer fuera, como hacemos nosotros. El olor es el de las judías calientes, casi quemando, por lo que no es momentáneo y fugaz sino que evoca otras situaciones parecidas. Pero no hay nadie que se contente con el olor solamente y conforme se van enfriando damos buena cuenta del contenido del plato hondo. Por la lengua llega la conciencia de los sabores y el gusto no nos da ningún dis-gusto. La boca se hace agua. Con el plato en la mesa se hace llegar la comida hasta la boca, tratando de que no gotee después de una larga travesía o se baja la cabeza como si se quisiera estudiar la geometría del plato. La suavidad, la cremosidad de las judías, patatas y caldo llenan la boca, la inundan de sedosidad, sutileza y exquisitez, contrastando con la diferente textura del chorizo, todo ello complementado con frecuentes tientos al porrón. Somos estómagos agradecidos.


La tarde decae. Aquí la amabilidad no tiene límites y nos invitan a una casa a tomar café. En este caso Manoli, Ángel -marido-, y Marga –hermana-. Empequeñecemos la gran sala con nuestra abundante presencia y nos hundimos en los asientos cercanos a la estufa con una sensación de plenitud y satisfacción, de irrealidad soñolienta, en un abandono lánguido, como cristalizados, aletargados, instalados en la tranquilidad, en la despreocupación, en este rabo de tarde que declina tras las ventanas. Con el café vienen unas pastas estupendas y, como dice Félix, después de tanta comida tendríamos que empezar la ruta otra vez. La gran estufa, el calor, el aroma del café, el olor de las pastas, nos provocan una agradable ensoñación. Aquí se reencuentra el sabor de las cosas, de lo sencillo, de lo verdadero. Con el vivir callado de las cosas transcurre aquí el tiempo. No dan ganas de moverse.


Hoy ha sido un día diferente del soñoliento silencio de los pueblecillos pequeños y con poca vida, una realidad distinta de la percibida a diario. Todos hemos salido de la monótona grisura de los días sin emoción puesto que los días no adquieren sabor hasta que uno escapa de la obligación de tener un destino. Hoy lo hemos disfrutado gracias a la inmensa amabilidad y gentileza de muchas personas a las que difícilmente podremos devolver tantas atenciones. En los crepusculares caminos de vuelta todos pensamos que este día tiene el sabor de días futuros.

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