miércoles, 20 de diciembre de 2017

El viaje de agua de Villamalea en Alcalá de Henares.

El “qanat” es un tipo de conducción subterránea de agua, tanto para abastecimiento de poblaciones como para riego, que puede contar con 3.000 años de historia. Los más antiguos se conocen en Irán y otros países asiáticos y a España llegó traído por los árabes. Se les denomina “viajes de agua” (del latín “via aquae”), estando la localización del agua asociada al personaje del zahorí. Una vez localizada el agua, a mayor altura que la población, se construían galerías de captación, minas, que tenían pozos de ventilación. Las minas se transformaban en canalizaciones al acercarse al final, donde había depósitos para su medición, distribuyéndose mediante tramos de caños de barro cocido. Han sido los principales medios de suministro de agua en muchas partes de España desde el s. X hasta el XX.

En Alcalá de Henares parte de la captación de aguas estaba en el entorno del Campus Universitario, motivo por el que los profesores Luis Rebollo y Miguel Martín-Loeches realizaron un trabajo de síntesis en “Cuadernos del Campus, Naturaleza y Medio Ambiente, nº 5, Aguas superficiales y subterráneas del Campus, 2007”. Según ellos, el caso más conocido y documentado es el de Madrid, donde se han cartografiado más de diez qanats que suman hasta 124 km de longitud. Aunque ya se empleaban estos sistemas desde mediados del s. IX, fue en el s. XVI, al convertirse en capital por Felipe II, cuando tuvo su mayor desarrollo. En Alcalá se conoce el recorrido aproximado de los viajes de los Jesuitas, Finca del Ángel, El Sueño, El Chorrillo, Villamalea y El Carmen, los dos últimos en el entorno del Campus. Fue el principal método de abastecimiento desde finales del s. XV hasta la mitad del s. XX.

Las galerías debían permitir el paso de una persona pudiendo medir 1,6 m de altura por 1 m de anchura y estaban revestidas de ladrillo o sin revestir cuando el terreno lo permitía. Tratan de drenar los materiales sueltos y heterogéneos (coluviones) del suelo e incluso las arcillas arenosas del acuífero terciario. Las bocas de los pozos de ventilación se cubrían por unas piedras en forma piramidal, “capirotes”. Según los registros, tanto en Villamalea como en El Carmen, la longitud visitable de galerías es próxima a los 500 m.

Los profesores siguen explicando en el folleto citado que el viaje de El Carmen comienza en terrenos del Campus, fue construido en 1722 y suministraba agua al convento de Carmelitas Descalzas o “de afuera”, cercano a la puerta de Aguadores. Una fuente pública se alimentaba con su sobrante. El viaje de Villamalea comienza en el prado de su mismo nombre, donde pueden observarse los capirotes de los pozos en piedra caliza, y sigue un trazado aproximadamente paralelo a la carretera de Meco, límite occidental del Campus. Era de propiedad municipal y suministraba un caudal medio de 6 litros por segundo (según datos suministrados por el que fue cronista oficial de Alcalá, D. Francisco Javier García Gutiérrez), que se repartía en doce fuentes y en acometidas particulares.

A finales del s. XIX, el estado de algunos viajes de agua de Alcalá, principalmente el de Villamalea, presentaba estas características. En cuanto a la propiedad, hay que precisar que era municipal el de Villamalea, perteneciendo el de El Carmen a las Monjas de Afuera y el del Chorrillo al Obispado. Las monjas estaban dispuestas a cederlo al Ayuntamiento a cambio de una cantidad del de Villamalea. En tiempos de escasez se pidió repetidamente al Obispado la utilización de su viaje, sin resultado.

En 1896 se publicó un Reglamento que especificaba todo el funcionamiento: las concesiones se harían por hls, sin fracción, y no menos de 2-3. Las tarifas serían 5 Hl/día, a caño libre con contador, 6 pts/Hl. Y si había sobrantes, se destinarían al riego al precio de 5 pts/24 h. Lo que no podía preveer el Reglamento eran las dificultades que se iban a presentar. A finales del s. XIX abundan los comentarios sobre la escasez de agua debido a la sequía, a los problemas ocasionados por la petición de permisos para las obras, a que éstas se tienen que realizar en verano –precisamente cuando más falta hace-, y a falta de limpieza, taponamientos, roturas, sustituciones, etc., en los viajes.

Las concesiones, que se iban revisando al aumentar los problemas, eran muchas. El Rector de las Escuelas Pías solicitó 25 Hl/día y los sobrantes de la fuente de la Plaza San Diego, y se le concedió. Los cuarteles de los Basilios y La Merced pidieron 50 Hl/día y sólo se les pudo dar 25. También se daba agua a los Asilos, casa de baños y un gasto nuevo fue el de la fábrica de luz, a la que se asignaron solamente 55 Hl/día, para que no faltase a la población. A pesar de todos los cuidados hubo conflictos por malos usos, incumplimientos, fraude, etc., y en una ocasión el alcalde llegó a admitir que los barrios pobres carecían de agua.

La escasa disponibilidad económica del Ayuntamiento luchaba contra todos estos problemas. Una solución era el pago a plazos en las compras. En 1894 se llegó a un presupuesto de más de 40.000 pts para reparar la traída y el reparto de las aguas, aunque en otros años las cantidades eran inferiores. La escasez hizo aparecer la idea de aumentar el precio del agua. Las soluciones que se barajaron fue el aforo para ver realmente las peticiones, la instalación de depósitos para llenarlos durante la noche, el que las fuentes surtieran a los que no tuvieran concesión propia, la búsqueda de nuevas aguas, etc.


Finalmente, la solución llegó en los años próximos a los años 50 del s. XX, con la traída de aguas del río Sorbe, momento en que los viajes de agua dejaron de cumplir su función después de varios siglos. Desde el año 2002 la UNESCO recomienda su protección, debido a que son un legado importantísimo de ingeniería hidráulica y todos debemos conocerlo, protegerlo y conservarlo. 

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