domingo, 19 de noviembre de 2017

Zuloaga en el París de la Belle Époque, 1889-1914.

La visión tópica que se tiene de Zuloaga, la interpretación tradicional, lo asocia a la España negra y a la Generación del 98. Esta exposición en la Fundación Mapfre pretende ofrecer una nueva imagen ampliando aquella concepción, mostrando cómo a ese profundo sentido de la tradición se une una visión plenamente moderna, ligada al Paris de la Belle Époque y al contexto simbolista en el que el pintor se mueve por aquellos años, y situando su obra junto a la de otros artistas contemporáneos como Paul Gauguin, Pablo Picasso, Santiago Rusiñol, Émile Bernard, etc. Para entender esta relación hay obras de otros artistas y de su propia colección.

Retrato de Mlle. Valentine Dethomas


Ignacio Zuloaga llegó a París en 1889 cuando contaba 19 años, tras un tiempo en Madrid y Roma. Allí, vivió plenamente la ebullición cultural, entró en contacto con distintos artistas y presentó sus obras en salones y galerías, siendo considerado por algunos como referente para el arte moderno. Las claves de su aprendizaje fueron las amistades (se movió en los círculos –talleres, artistas- idóneos), su especial relación con Émile Bernard y Auguste Rodin, el ser un retratista muy solicitado y la comparación de culturas mediante el viaje.



Sus primeros años.
Su obra se desarrolló entre dos culturas, la española y la francesa, pues en París vivió, aunque intermitentemente, durante más de 25 años. Asistió a las clases de Henri Gervex, admirador de Manet, y entró en contacto con Degas. En 1892 y 1895 viajó a Andalucía, una realidad muy diferente a la parisina, con usos y costumbres que los románticos consideraron exóticos. Esta tradición está representada en obras polémicas como “Víspera de la corrida”, rechazada por el Comité Español para la Exposición Universal de París de 1900.


Paul Gauguin: autorretrato dedicado a Carrière
El París de Zuloaga.
Asistió a la Academie de la Palette, entró en contacto con Henri Toulouse-Lautrec y otros,  conoció a Paul Gauguin, el artista más reconocido del grupo de Pont-Aven, en la Bretaña francesa, expuso junto a los simbolistas en 1891 y siguientes ediciones, alguna también dedicada al retrato, aplicó en su pintura algunos de los principios que animaban a esos pintores tratando de unir forma y contenido y dotando a su obra de un fuerte contenido espiritual.




Sus grandes amigos: Émile Bernard y Auguste Rodin.
Con Émile Bernard se encontró por primera vez en Sevilla e iniciaron una gran amistad que se afianzó por la visión que compartían del arte y su admiración por los antiguos maestros: El Greco, Zurbarán, Goya, Tiziano, etc. Ambos se basaban en la tradición para poder mirar hacia delante. Con Rodin coincidieron en varias exposiciones y forjaron una fuerte amistad, viajaron juntos a España e intercambiaron obra. Ambos mantuvieron su obra al margen del tiempo, tuvieron en cuanta la tradición rechazando copiar de la naturaleza tal como se presenta, buscando, por el contrario, el carácter de sus motivos.


Zuloaga retratista
El siglo XIX fue, sin duda, el del retrato. El género conoció un gran desarrollo al convertirse en modo de afirmación de la burguesía, lo que transformó la relación con el artista: funcionó como instrumento de promoción social y como medio de inversión. El artista se convirtió en empresario y obtuvo una buena rentabilidad económica. Zuloaga formó parte de la élite intelectual y tuvo un papel destacado. La nueva clientela adinerada buscó a los más célebres pintores para ser retratados, como la Condesa Anna de Noailles, retratada no sólo por Zuloaga, sino también por Auguste Rodin o Jacques-Émile Blanche.



La mirada a España. Zuloaga coleccionista.
Con sólo veinte años ya compró una pintura atribuida a El Greco y desde entonces comenzó a reunir una colección centrándose en los pintores que más admiraba: El Greco (La Anunciación, San Francisco, Visión del Apocalipsis), Zurbarán (Santa Úrsula) , Velázquez o Goya (cuadritos con escenas de los Desastres).
Vueta a las raíces.
Celestina
El tópico de la España negra, de tragedia, basado en la severa pintura del Siglo de Oro y en el gusto de Velázquez por mendigos y enanos, ha marcado tradicionalmente la visión que se tenía de su obra, y así lo recogió la generación del 98 que lo admitió como uno de sus representantes. Pero realmente su obra excede con mucho esta visión tan limitada y debe contemplarse en el contexto del París cosmopolita en el que vivió.




El Retrato de Maurice Barrés resulta un excelente ejemplo de su trayectoria, pues une los dos aspectos fundamentales de su producción artística: la francesa y la española, a la vez que rinde homenaje a la figura de El Greco, uno de los artistas más admirados en este momento y que, al igual que Zuloaga, conjuga en su obra un espíritu moderno junto a un profundo sentido de la tradición.




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