martes, 21 de noviembre de 2017

II Aniversario “Ande Andarás”.




Esta ha sido una jornada especial para el grupo senderista “Ande Andarás” porque celebraba el segundo aniversario desde su constitución. Por ello se había previsto un programa también especial, con una caminata corta y mucho tiempo para la charla, el aperitivo y la comida. En otro sereno día otoñal –no quiere llover-, con un pálido sol flotando en el despejado cielo de noviembre, con buena temperatura, salimos de Tórtola de Henares –el pueblo de los múltiples senderos que se bifurcan, de los caminos trillados-, provistos de nuestras piernas y botas de siete leguas, por el camino de la Cirolera, paralelo al arroyo de la Vega que cruza el pueblo por el sur, y lo seguimos por su margen izquierda oyendo el eco de nuestros pasos. El buen camino, polvoriento y seco, con matorrales que lo visten en algún punto, atraviesa un mar de tierra parda, seca y aterronada. El polvoriento paisaje modula la línea del campo árido formada por los arcos suaves de las lomas, las jorobas de la tierra, que tienen la graciosa ondulación de los senos femeninos y corta el horizonte dando al lugar gran potencialidad plástica.

El camino desciende de modo ligero cruzando predominantemente campos inundados de luz, arados, marrones, aunque también hay algunos verdes, con el sembrado ya nacido. El aire, vibrando seco, trae hasta nosotros las voces de un grupo de cazadores con sus perros que buscan en las islas de monte antes de que un brusco giro a la derecha, dejando al lado contrario dos rebaños de añosos olivos repitiéndose disminuidos en la perspectiva, nos acerque al arroyo del que habíamos ido divergiendo. Abajo nos espera el color otoñal de los chopos y demás vegetación de ribera. Sólo estas arboledas manchan a trechos la llanura tostada por el sol. Nos acercamos hasta el río y, arrullados por el agua que murmura al pie de los chopos, escuchando su sonido, hacemos una parada en la melancolía vegetal de la ribera, en el silencio profundo de la chopera, midiéndonos con la escala de los árboles.



Los pueblos ribereños vierten al río sus leyendas y sus aguas, y el Henares, de desnutrido cauce,
apenas un suspiro de agua dulce, ajeno a cuanto ocurre a su lado, no deja de circular y, con paso remolón, calmo, desliza sus aguas susurrantes y tranquilas entre las choperas. La letanía del río, su rumor tranquilo, nos llega fresco. Volvemos sobre nuestros pasos, nos desviamos a la izquierda y bajamos hasta el río en otro punto, donde se iban a bañar desde el pueblo. El río, que copia los árboles, es verde y misterioso como un espejo, una lengua de agua ribeteada de árboles que empieza a sumergirse entre una espesa selva de carrizos y espadañas. Sus aguas no pueden calificarse de cristalinas, son opacas aunque los reflejos del verdor matizan su turbidez, pero lo que se admira en ellas no sólo es su estampa sino su mansedumbre y laboriosidad. El agua es como la conciencia del paisaje. El agua bate dulcemente la orilla en movimiento imperceptible, rota en movientes espejos de sol. Es un momento mágico propenso al lirismo, a la descripción exuberante y enfática. Es el éxtasis maravilloso de una sublime contemplación.

Los árboles han bajado a beber hasta las aguas del río y el bosque de ribera pierde poco a poco su espesura. La luz y las variaciones cromáticas de este estallido de la naturaleza quedan como la única orientación en el paso del tiempo. El otoño ha teñido de rubio esplendor los sotos de los ribazos, ha tintado las orillas de los dorados y gualdas más rutilantes y está desnudando las arboledas de chopos, sauces y alisos. Los árboles contra el cielo y el tapiz de las hojas en el suelo. La sinfonía de colores toma forma de armónica explosión que mezcla amarillos, ocres enardecidos de reflejos dorados y rojizos más ardientes. Es el exhibicionismo del paisaje que, sin embargo, no pierde su serenidad. Lo apreciamos bien en estos paseos contemplativos.



De vuelta nos desviamos de nuevo a la izquierda y regresamos al pueblo por la orilla derecha del arroyo de la Vega. Las acequias y regatos tienen sus márgenes llenos de carrizos que hacen ostentación de sus penachos. Pasamos por una gran balsa vacía y, a la vista del pueblo, llegamos a un recinto, donde antes hubo un tejar, ahora convertido en una especie de zoo con caballos, un asno, perros –un mastín y unos galgos negros muy cariñosos-, gallinas y un gato, que conforma una bucólica estampa de ruralismo antañón. Entramos al pueblo por la calle Federico García Lorca, y por el Paseo de la Alameda vamos hasta el recinto de Fuente Vieja con lavadero, s. XV, Fuente Nueva y pilón de sillería, s. XIX, y Lavadero Público en estilo toledano de piedra y ladrillo, s. XIX. Enfrente, en el Centro Municipal “El Horno”, es donde vamos a comer. Somos muchas personas. Nadie ha querido perderse el acontecimiento. Un informal aperitivo da paso a una formal y magnífica comida -todo preparado gracias al esfuerzo de algunas personas-, al término de la cual llega el momento más emotivo del día.



Jose sube al escenario, barre el aire con un amplio gesto de la mano reclamando atención, todas las miradas puestas sobre él, y sin gestos grandilocuentes ni frases sentenciosas, hablando con suavidad, acariciando las palabras, expresa emocionadamente el sentir de todos respecto a la impagable labor de Félix y Rosi, nuestros Presidentes. Mientras nuestras miradas están colmadas de silencio, él, sonriendo, el aire evocador, con los ojos llenos de visiones pasadas, con su mente inundada de imágenes y recuerdos más o menos recientes, va desgranando la labor de los dos, que es real, no coloreada por la imaginación. Aunque todos estamos en mundos distintos, nos hallamos en el mismo sitio atrapados en la alegría de la celebración. Unos sencillos detalles para el nieto –otra generación más de senderistas- y para el propio Presidente completan el breve pero conmovedor saludo. Los demás hemos escuchado desenterrando recuerdos, bebiendo en los recuerdos, perdidos los recuerdos en el laberinto del cerebro.

Rosi y Félix le han acompañado en el escenario. Rosi, mirando la vida a través de una sonrisa que enriquece el mediodía. Félix, sonriendo también con una risa franca, alegre y con el fulgor febril de la aventura en los ojos. Interroga con sus ojos que expresan sorpresa y ensancha la sonrisa que todavía flota en el aire cuando se dispone a contestar. Su mirada perfora el tiempo, el sol penetra en los recuerdos que pueblan esa mirada y, aunque la tiene pintada de otoño, los días pasan sin tocarle. Hay personas que se han separado del río de la vida y corren peligro de desecarse. No es este el caso. Se dice que las empresas que se basan en una tenacidad interior deben ser mudas y oscuras, porque a poco que uno las declare o se enorgullezca de ellas, todo parece fatuo, sin sentido. Y así contesta Félix, con su proverbial humildad y sencillez, y, como Machado, podría decir “Nunca perseguí la gloria”. Mientras, todos tratamos de capturar esa mirada para poder seguir viendo el mundo a través de ella. Cada vez más inflamado de esperanza, de un florilegio de aventuras e historias pasadas, se llega a un futuro que se alimenta de esperanzas y deseos, y, así, Félix nos emplaza para futuras empresas.

Los sucesos distantes, transformados por el recuerdo, pueden adquirir cierto sentido porque se los ve aislados, desconectados de los detalles anteriores y siguientes, de las envolturas del tiempo, y lo mismo puede suceder con los protagonistas de los hechos. La lenta irrealidad del tiempo empieza a arrebatar los recuerdos, borrando sus contornos y fundiéndolos en el olvido. El corazón les da un valor y un sentido distintos para cada uno, pero, aunque es difícil arrancar el mensaje encerrado en el núcleo de toda experiencia humana, al final resulta que los hechos no son más que un comentario de nuestros sentimientos y se pueden deducir éstos de aquéllos. En Rosi y Félix los recuerdos están muy vivos y los sentimientos a flor de piel. No todas las cosas llevan hacia otras nuevas, algunas remiten hacia atrás, a cosas ya acontecidas. Es lo que hemos hecho recordando. Pero aquí, en Rosi y Félix, hay enormes perspectivas de futuro. Es la unión del pasado y el presente con la veloz pluralidad del futuro volando hacia nosotros en esta mística del senderismo.

Entre las mesas las conversaciones chisporrotean. Muchas veces se cree que no se ha vivido lo bastante para contarlo, pero las ganas de contar dan ganas de vivir. Y eso hago, especialmente para mostrar también mi felicitación y profundo agradecimiento a Rosi, Félix y demás miembros permanentes del grupo que tan bien nos acogen a los esporádicos, eventuales y ocasionales.


Todos sentimos que debemos aguardar pacientemente hasta que los superficiales episodios de nuestra historia vuelvan a coincidir, hasta que otra vez marchemos al mismo paso. ¡Que sea pronto!

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