II Aniversario “Ande Andarás”.
Esta ha sido una jornada especial para el grupo
senderista “Ande Andarás” porque celebraba el segundo aniversario desde su
constitución. Por ello se había previsto un programa también especial, con una caminata
corta y mucho tiempo para la charla, el aperitivo y la comida. En otro sereno día
otoñal –no quiere llover-, con un pálido sol flotando en el despejado cielo de
noviembre, con buena temperatura, salimos de Tórtola de Henares –el pueblo de los
múltiples senderos que se bifurcan, de los caminos trillados-, provistos de
nuestras piernas y botas de siete leguas, por el camino de la Cirolera,
paralelo al arroyo de la Vega que cruza el pueblo por el sur, y lo seguimos por
su margen izquierda oyendo el eco de nuestros pasos. El buen camino,
polvoriento y seco, con matorrales que lo visten en algún punto, atraviesa un mar
de tierra parda, seca y aterronada. El polvoriento paisaje modula la línea del
campo árido formada por los arcos suaves de las lomas, las jorobas de la
tierra, que tienen la graciosa ondulación de los senos femeninos y corta el
horizonte dando al lugar gran potencialidad plástica.
El camino desciende de modo ligero cruzando
predominantemente campos inundados de luz, arados, marrones, aunque también hay
algunos verdes, con el sembrado ya nacido. El aire, vibrando seco, trae hasta
nosotros las voces de un grupo de cazadores con sus perros que buscan en las
islas de monte antes de que un brusco giro a la derecha, dejando al lado
contrario dos rebaños de añosos olivos repitiéndose disminuidos en la
perspectiva, nos acerque al arroyo del que habíamos ido divergiendo. Abajo nos
espera el color otoñal de los chopos y demás vegetación de ribera. Sólo estas
arboledas manchan a trechos la llanura tostada por el sol. Nos acercamos hasta
el río y, arrullados por el agua que murmura al pie de los chopos, escuchando
su sonido, hacemos una parada en la melancolía vegetal de la ribera, en el
silencio profundo de la chopera, midiéndonos con la escala de los árboles.
Los pueblos ribereños vierten al río sus leyendas y sus
aguas, y el Henares, de desnutrido cauce,
apenas un suspiro de agua dulce,
ajeno a cuanto ocurre a su lado, no deja de circular y, con paso remolón,
calmo, desliza sus aguas susurrantes y tranquilas entre las choperas. La
letanía del río, su rumor tranquilo, nos llega fresco. Volvemos sobre nuestros
pasos, nos desviamos a la izquierda y bajamos hasta el río en otro punto, donde
se iban a bañar desde el pueblo. El río, que copia los árboles, es verde y
misterioso como un espejo, una lengua de agua ribeteada de árboles que empieza
a sumergirse entre una espesa selva de carrizos y espadañas. Sus aguas no
pueden calificarse de cristalinas, son opacas aunque los reflejos del verdor
matizan su turbidez, pero lo que se admira en ellas no sólo es su estampa sino
su mansedumbre y laboriosidad. El agua es como la conciencia del paisaje. El
agua bate dulcemente la orilla en movimiento imperceptible, rota en movientes
espejos de sol. Es un momento mágico propenso al lirismo, a la descripción
exuberante y enfática. Es el éxtasis maravilloso de una sublime contemplación.
Los árboles han bajado a beber hasta las aguas del río y
el bosque de ribera pierde poco a poco su espesura. La luz y las variaciones
cromáticas de este estallido de la naturaleza quedan como la única orientación
en el paso del tiempo. El otoño ha teñido de rubio esplendor los sotos de los
ribazos, ha tintado las orillas de los dorados y gualdas más rutilantes y está
desnudando las arboledas de chopos, sauces y alisos. Los árboles contra el
cielo y el tapiz de las hojas en el suelo. La sinfonía de colores toma forma de
armónica explosión que mezcla amarillos, ocres enardecidos de reflejos dorados
y rojizos más ardientes. Es el exhibicionismo del paisaje que, sin embargo, no
pierde su serenidad. Lo apreciamos bien en estos paseos contemplativos.
De vuelta nos desviamos de nuevo a la izquierda y regresamos
al pueblo por la orilla derecha del arroyo de la Vega. Las acequias y regatos
tienen sus márgenes llenos de carrizos que hacen ostentación de sus penachos. Pasamos
por una gran balsa vacía y, a la vista del pueblo, llegamos a un recinto, donde
antes hubo un tejar, ahora convertido en una especie de zoo con caballos, un
asno, perros –un mastín y unos galgos negros muy cariñosos-, gallinas y un gato,
que conforma una bucólica estampa de ruralismo antañón. Entramos al pueblo por
la calle Federico García Lorca, y por el Paseo de la Alameda vamos hasta el
recinto de Fuente Vieja con lavadero, s. XV, Fuente Nueva y pilón de sillería,
s. XIX, y Lavadero Público en estilo toledano de piedra y ladrillo, s. XIX.
Enfrente, en el Centro Municipal “El Horno”, es donde vamos a comer. Somos
muchas personas. Nadie ha querido perderse el acontecimiento. Un informal
aperitivo da paso a una formal y magnífica comida -todo preparado gracias al
esfuerzo de algunas personas-, al término de la cual llega el momento más
emotivo del día.
Jose sube al escenario, barre el aire con un amplio gesto
de la mano reclamando atención, todas las miradas puestas sobre él, y sin
gestos grandilocuentes ni frases sentenciosas, hablando con suavidad,
acariciando las palabras, expresa emocionadamente el sentir de todos respecto a
la impagable labor de Félix y Rosi, nuestros Presidentes. Mientras nuestras
miradas están colmadas de silencio, él, sonriendo, el aire evocador, con los
ojos llenos de visiones pasadas, con su mente inundada de imágenes y recuerdos
más o menos recientes, va desgranando la labor de los dos, que es real, no
coloreada por la imaginación. Aunque todos estamos en mundos distintos, nos
hallamos en el mismo sitio atrapados en la alegría de la celebración. Unos
sencillos detalles para el nieto –otra generación más de senderistas- y para el
propio Presidente completan el breve pero conmovedor saludo. Los demás hemos
escuchado desenterrando recuerdos, bebiendo en los recuerdos, perdidos los
recuerdos en el laberinto del cerebro.
Rosi y Félix le han acompañado en el escenario. Rosi,
mirando la vida a través de una sonrisa que enriquece el mediodía. Félix,
sonriendo también con una risa franca, alegre y con el fulgor febril de la
aventura en los ojos. Interroga con sus ojos que expresan sorpresa y ensancha
la sonrisa que todavía flota en el aire cuando se dispone a contestar. Su
mirada perfora el tiempo, el sol penetra en los recuerdos que pueblan esa
mirada y, aunque la tiene pintada de otoño, los días pasan sin tocarle. Hay
personas que se han separado del río de la vida y corren peligro de desecarse.
No es este el caso. Se dice que las empresas que se basan en una tenacidad
interior deben ser mudas y oscuras, porque a poco que uno las declare o se enorgullezca
de ellas, todo parece fatuo, sin sentido. Y así contesta Félix, con su proverbial
humildad y sencillez, y, como Machado, podría decir “Nunca perseguí la gloria”.
Mientras, todos tratamos de capturar esa mirada para poder seguir viendo el
mundo a través de ella. Cada vez más inflamado de esperanza, de un florilegio
de aventuras e historias pasadas, se llega a un futuro que se alimenta de
esperanzas y deseos, y, así, Félix nos emplaza para futuras empresas.
Los sucesos distantes, transformados por el recuerdo,
pueden adquirir cierto sentido porque se los ve aislados, desconectados de los
detalles anteriores y siguientes, de las envolturas del tiempo, y lo mismo
puede suceder con los protagonistas de los hechos. La lenta irrealidad del
tiempo empieza a arrebatar los recuerdos, borrando sus contornos y fundiéndolos
en el olvido. El corazón les da un valor y un sentido distintos para cada uno,
pero, aunque es difícil arrancar el mensaje encerrado en el núcleo de toda
experiencia humana, al final resulta que los hechos no son más que un
comentario de nuestros sentimientos y se pueden deducir éstos de aquéllos. En
Rosi y Félix los recuerdos están muy vivos y los sentimientos a flor de piel.
No todas las cosas llevan hacia otras nuevas, algunas remiten hacia atrás, a
cosas ya acontecidas. Es lo que hemos hecho recordando. Pero aquí, en Rosi y
Félix, hay enormes perspectivas de futuro. Es la unión del pasado y el presente
con la veloz pluralidad del futuro volando hacia nosotros en esta mística del
senderismo.
Entre las mesas las conversaciones chisporrotean. Muchas veces
se cree que no se ha vivido lo bastante para contarlo, pero las ganas de contar
dan ganas de vivir. Y eso hago, especialmente para mostrar también mi felicitación
y profundo agradecimiento a Rosi, Félix y demás miembros permanentes del grupo
que tan bien nos acogen a los esporádicos, eventuales y ocasionales.
Todos sentimos que debemos aguardar pacientemente hasta que los superficiales episodios de nuestra historia vuelvan a coincidir, hasta que otra vez marchemos al mismo paso. ¡Que sea pronto!
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