Henares IV.
Una vez recorrida la margen derecha del río Henares hasta
Matillas, incluyendo el río Salado, continúo por la margen izquierda y, antes
de llegar al río Dulce, el ancho valle de la cabecera del Henares permite otra
ruta por unos pueblos que quedan en medio. Es otro buen día, con algo de viento
fresco al principio y un cielo sin nubes. Dejo el coche en Sigüenza y voy de un
tirón hasta Horna, con las piernas frías resentidas por la continua subida,
para ir parando a la vuelta, en el sentido de las aguas.
Desde los 1.093 m de altitud a los que está Horna, rodeado de encinar en el monte y
frondosas en arroyos, acequias, etc., el buen camino desciende y llanea en
dirección sur en medio de campos cosechados de rastrojos amarillentos, otros
campos marrones, arados, a unos 1.070 m. Al fondo, la sierra se ve oscura de
encinas, con algún punto de frondosas que indica manantiales, y a la derecha
cerros de poca entidad escasamente punteados de chaparros. En un cruce de
caminos encuentro, envuelto en una nube de polvo, un gran rebaño de ovejas
controlado por un perro negro muy ágil y enérgico. Saludo de lejos al pastor y
agradezco que siguen otro camino que el mío. El del rebaño llanea, pero el mío
emprende una subida, cuya dureza acentúan las innumerables piedras, hasta los
1.142 m en que se encuentra Cubillas del Pinar. Detrás, el Mojón Colorado, a
1.200 m., es el punto más alto.
Ya en lo alto, y mientras recupero el resuello, veo hacia
atrás el camino por el que he venido con Horna al fondo, todo el fondo plano
del valle cerealista, una escasa línea de árboles que señala el curso del
Henares, la ermita de la Virgen de Quintanares en medio, y, al fondo, al otro
lado del valle, recostado en la ladera del pico Mojares, el pueblo del mismo
nombre.
Cubillas del Pinar
tiene 14 habitantes y, a pesar de su nombre, no tiene pinos aunque quizá los
hubiera. Se cree de origen ibero, momento en que pudo estar más habitado, y su
nombre deriva, al parecer, de una torrecilla en forma de cubo usada como
atalaya. Tras la reconquista cristiana, en el siglo XII, quedó en el Común de
Villa y Tierra de Medinaceli. La iglesia –una nave, artesonado mudéjar,
retablos de los ss. XVI y XVII, fuerte espadaña de dos vanos- deja ver de su
construcción románica del siglo XII una portada compuesta por dos arcadas que
se apoyan en parejas de capiteles con decoración vegetal sobre dobles columnas
muy desgastadas.
El viento de la mañana ya se ha calmado. La temperatura
ha subido y la cuesta hasta Cubillas me ha terminado de calentar. Siguiendo
valle abajo, ya se ve Guijosa a la derecha, a lo lejos, más hacia el centro del
valle. De frente, un promontorio en declinación hacia la derecha, cubierto de
encinas, cierra la visión. En lo alto se distingue la muralla del castro Caltilviejo, de un color amarillo
anaranjado que destaca del verde oscuro de las encinas. Cuelga sobre las rocas,
a mitad de camino entre Cubillas del Pinar y Guijosa.
Aunque no vale mucho, escondo la bicicleta entre las
encinas y las jaras, más que nada por el fastidio que representaría tener que
volver andando hasta Sigüenza, y subo el repecho hasta el castro, atalaya
insuperable que domina las campiñas del Alto Henares. Unas rocas calizas
triásicas se disponen a modo de acceso hasta una terraza asomada al abismo –de
más de 50 m.- donde se situó la arrasada habitación, variando su altitud desde
los 1.090 hasta los 1.150 m. Desde aquí se dominan las tierras agrícolas del
Alto Henares y las zonas de pastos. Cerca pasa un ramal de la cañada Real
Soriana y su valor estratégico deriva de su situación en el enlace del Sistema
Central con el Ibérico, lo que acentuó su papel durante las guerras celtíberas.
Su ocupación se produjo en tres fases: bronce final,
época celtibérica (construcción de las defensas) e hispanomusulmana
(observación y control de la calzada Mérida-Zaragoza). Su superficie se
aproxima a los 3.000 m2, en forma de triángulo isósceles protegido
por fuertes pendientes en dos lados y con una muralla en el tercero que tiene
unos 90 m, dirección N-S, estructura acodada con tramos entre los siete y los
25 m, espesor medio de dos y altura de cuatro m., torre en el lado Sur y
construcción por doble hilera de piedras más igualadas rellenada con piedras.
El segundo elemento de protección es un foso, parcialmente relleno pero
visible.
El “chevaux de frise” es el tercer elemento defensivo.
Consiste en dos grupos de hileras de piedras puntiagudas, de no más de medio
metro de altura, sembradas en el terreno de forma muy cercana para dificultar e
impedir el paso tanto de personas como de caballos, carros, etc. Como llegaban
hasta el borde del cortado, el paso debería hacerse necesariamente por el
pasillo central para dirigirse el N y pasar por la puerta, flanqueando la
muralla y estando expuestos a los defensores. Este método era efectivo a la par
que menos gravoso.
Después del castro, la última parada es en Guijosa, a 993 m de altitud y con 21
habitantes. Estas pequeñas poblaciones están cerca de la extinción. De la
iglesia románica del siglo XIII –con sencillo pero bonito pórtico- quedan
escasos restos, siendo lo demás más moderno. Lo más destacado del pueblo es el
restaurado castillo de don Íñigo López de Orozco, construido a mediados del
siglo XV, según el escudo en piedra tallado sobre el portón de entrada. Más
tarde fue posesión de los marqueses y duques de Medinaceli.
Su planta es cuadrangular con torreones cilíndricos,
macizos, en las cuatro esquinas con garitones almenados a los que se accede
desde el adarve. En el interior está la gran torre central con ventanas,
balcones y matacanes, con entrada a la altura del primer piso. Desde el patio
interior se subía al adarve por una escalerilla. Un foso, sin puente levadizo,
rodeaba el castillo.
Ya de vuelta, se aprecia la hilera de chopos que delata
el curso del río Quinto, que va a desembocar en el Henares algo debajo de
Alcuneza. Un pequeño tramo en ascenso, entre amarillos rastrojos y sin
arbolado, nos pone ante a enfrente el Otero, de 1.147 m de altitud, que abriga
su ladera con un pinar aunque tiene calva la parte superior. A la derecha, los
otoñales chopos señalan el cauce del Henares. No se aprecia la cantidad de agua
que puede llevar en esta época de “mal clima … los cauces se secan y las calles
se desbordan” (El Roto, El País, 9-10-2017). Poco después, mientras hacia atrás
se vislumbra el castillo de Guijosa, hacia adelante ya se aprecia la ciudad
mitrada, cuya catedral se presenta vuelta de espalda a nuestra vista.
No hay comentarios:
Publicar un comentario