Campillo de Ranas.
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(Carlos) |
El grupo “Senderismo por Guadalajara”, dirigido por
Carlos, inicia la temporada con una ruta corta, sencilla, pero interesante por
el recorrido. Tras reunirnos en Guadalajara y desayunar en Tamajón llegamos al
albergue de Campillo de Ranas, un edificio solitario y tétrico visto de lejos,
válido para una película de Hichcock, a pesar de que es un domingo azul,
soleado, sin nubes, con buena temperatura porque el otoño se resiste a llegar. Desde
sus 2.046 m de altitud, con una prominencia de casi 1.000 m, el emblemático pico
Ocejón vigila y señorea esta zona
que en la división administrativa de finales del siglo XVIII pertenecía a la
Comunidad de Villa y Tierra de Ayllón -Sexmo de Transierra-, adscrita a
Segovia, y que pasó a Guadalajara en el siglo XIX.
Iniciamos la marcha por una senda rodeada de espeso monte
de jara pringosa, un terreno malo, con poco suelo y rocas salientes, que antes
debió ser bosque. Al fondo, un verde más oscuro anuncia el pinar –quizá de
repoblación- y hacia él nos dirigimos en fila india para girar a la izquierda
por camino. A lo lejos se vislumbra Majaelrayo, rodeado de sierras que lo
separan del Parque Natural hayedo de la Tejera Negra. Por el camino empiezan a
aparecer los robles y, en la cercanía del pueblo, chopos amarillentos por el incipiente
otoño y por la sequía.
Majaelrayo,
que antes se llamó Majada del Rayo, está a 1.186 m de altitud, y cambió de
emplazamiento en el siglo XVII. Fue un pueblo importante. En los primeros años
del reinado de Carlos IV se produjo una recuperación agraria y ganadera y
contaba con molinos para el cereal y batanes para los tejidos. Se construyeron
viviendas más grandes, con corrales para el ganado y obras comunes como fuentes, por ejemplo la del Caño, por la
que pasamos.
Construida en el año 1792, bajo el reinado de Carlos IV
como reza una inscripción, y concebida para facilitar el llenado de cántaros,
botijos, etc., permitir abrevar a los animales en el pilón y encauzar el agua
sobrante, junto con el arroyo de Sotorraños, para llenar el lavadero público
–estructura relacionada-, de pizarra, abierto y orientado al sur para
resguardar del frío a las lavanderas. Todavía se aprovechaba el sobrante para
regar algunos huertos. Tuvo papel de encuentro de mozos y mozas con la excusa de llenar el cántaro: "La palabra que me diste / en el caño de la fuente / como era palabra de agua / se la llevó la corriente".
De la riqueza de la vida en este lugar da idea el hecho de que, ya en 1621, existía una Hermandad que organizaba la Fiesta del Santo Niño el primer domingo de Septiembre. La fiesta, que quizá llegó con los primeros habitantes, incluía un rico folklore con ocho danzantes ataviados con trajes característicos que interpretaban distintas danzas -paloteo, espadas, fajas, cordón y castañuelas-, algunas de las cuales tenían letra. Al principio pudo ser una loa, un auto, de raíz pastoril. En los actos religiosos también está presente otro personaje, abundante en la zona, la botarga.
De la riqueza de la vida en este lugar da idea el hecho de que, ya en 1621, existía una Hermandad que organizaba la Fiesta del Santo Niño el primer domingo de Septiembre. La fiesta, que quizá llegó con los primeros habitantes, incluía un rico folklore con ocho danzantes ataviados con trajes característicos que interpretaban distintas danzas -paloteo, espadas, fajas, cordón y castañuelas-, algunas de las cuales tenían letra. Al principio pudo ser una loa, un auto, de raíz pastoril. En los actos religiosos también está presente otro personaje, abundante en la zona, la botarga.
El pueblo llegó a tener más de 600 habitantes en la segunda mitad del siglo XIX, aunque en la actualidad tiene 60. La vida ha cambiado. De la ganadería y la explotación forestal para hacer carbón vegetal se ha pasado al turismo y la construcción-rehabilitación (apartamentos rurales). Su desaparición completa se ha evitado convirtiéndolo en un parque temático.
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Campillo de Ranas |
Estamos en uno de los pueblos de la Arquitectura Negra,
arquitectura popular que utiliza principalmente la pizarra, material abundante
que le da un aspecto negruzco y que sirve igual para cubiertas y paramentos,
tanto para viviendas, edificios comunitarios, pequeñas edificaciones para
guardar el material agrícola y ganadero, tainas y majadas o cobertizos para el
ganado en lugares aislados. Grandes lajas sirven para los puentecillos.
Las viviendas son los edificios mejor construidos porque
tienen que adaptarse a unas condiciones climáticas duras. Están mezcladas con
dependencias para animales domésticos y almacenes para alimentos, paja, leña,
etc. Con la pizarra, barro y madera como recursos constructivos se estructuran
en volúmenes compactos, con ventanales pequeños en la fachada sur –al igual que
la puerta de acceso-, mínimo de iluminación y ventilación. Los cobertizos para
el ganado tienen igual forma constructiva, nave única y ausencia de huecos.
Otra construcción característica son los cercados para el ganado o pastos de
siega, muretes de piedras de pizarra rematados por una hilera de lajas puestas
en horizontal, con algunas más grandes colocadas en vertical, que forman un
sencillo pero atractivo juego estético.
Salimos de Majaelrayo por otra senda entre paredes de
pizarra, atravesando un vallejo donde el roble aparece formando “bocage” o
lindes arboladas dentro de las fincas cercadas. Cuando el bosque se abre en
dehesas para el ganado vemos un gran roble melojo. Las zonas con más piedra las
cubre el jaral y el brezo salpicado de cantueso. Así llegamos a otro pueblo, de
nombre muy significativo, Robleluengo,
a 1.166 m de altitud, con 28 habitantes, pedanía de Campillo de Ranas. Paramos
en la fuente viendo lo bien acondicionados que parecen ahora estos pueblos.
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(Luis Barra) |
Continuamos por un tramo de carretera y nos desviamos a
la derecha, por otra senda entre paredes de pizarra. El bosque se espesa aunque
hay algún prado. Vamos a la sombra con salpicaduras de sol en el suelo. Todo
está muy seco. En un momento ya se divisa Campillo de Ranas, pero hay que bajar
a un arroyo, acompañado por los árboles otoñales, cruzando puentecillos de
grandes lajas de pizarra, como el Pontón de Agua Fría. Constituían un reto
arquitectónico por el peso a soportar, se hacían con grandes losas sobre vigas
de roble y tienen un gran valor etnográfico. En un claro hay unas colmenas
hechas con troncos y un panel ilustra sobre la biodiversidad, la mortandad por
pesticidas y la varroa.
Otro panel avisa de los robles trasmochados, de gran
valor ecológico y etnográfico. El trasmocho consistía en descabezar a cierta
altura el tronco de los árboles con el objeto de producir brotes aptos para el
ramoneo del ganado, obtener leña y disponer de sombra para el sesteo de los
animales. Además, sus oquedades servían de refugio a la fauna, por lo que eran
un ejemplo de aprovechamiento al ofrecer multitud de recursos.
Seguimos la senda entre paredes de pizarra, con frondosas
en el cauce, y llegamos al tramo del Arroyo de Agua Fría, donde había dos
represas de pizarra para desviar agua que, conducida por surcos a los cercados
colindantes, servía para regar los prados por inundación. Los terrenos cercados
eran prados que se regaban, dejándose árboles en el perímetro para dar sombra y
mantener el frescor del pasto. El ganado controlaba los retoños del roble
melojo y abonaba los prados, obteniéndose un pastizal de gran calidad.
En una pared hay una cruz hecha con piedras de cuarcita
blanca que contrasta con el negro de la pizarra. Se piensa que podían ser
símbolos para invocar la protección divina para personas y animales domésticos,
o para reafirmar el paso a la fe cristiana de comunidades judeoconversa o morisca,
a fin de no ser perseguidos. En las cercanías está el paraje El Recorvillo con
las ruinas del antiguo lavadero, punto de encuentro de las mujeres.
Así
llegamos a Campillo de Ranas, a
1.102 m de altitud, que destaca por la esbeltez de la torre de su iglesia
parroquial, de piedra de pizarra con sillería esquinera de caliza blanca, igual
que su sencilla portada a mediodía, que produce una vistosa estética rural. Al
lado hay una plaza con porche y el juego de bolos. Benito Pérez Galdós en sus
Episodios Nacionales –inicio del capítulo tercero de “Juan Martín El
Empecinado”- sitúa como hijo de este pueblo al personaje “Viriato”: “- Yo,
señor oficial, estudiaba en la Complutense cuando declaramos la guerra a
napoleón. Soy hijo de unos labradores del Campillo de Ranas, y vivía en Alcalá
…”
Para
dar tiempo a que se haga el arroz hacemos una parada y degustamos una fresca
cerveza. El pueblo, como los otros, está lleno. Es domingo, es día de vida, de
la existencia de una realidad diferente de la percibida a diario. Después
salimos por carretera y acortamos por el campo hasta el albergue, que ya no
tiene un aspecto tan tétrico como antes, a la vista de la cristalera, macetas
con geranios, etc. El arroz, que todavía se hace esperar un poco, pondrá fin a
esta magnífica y bien organizada ruta por estos pueblos a cuyos nombres la
imaginación pone un halo mágico, por estas aldeas que se reparten desde hace
siglos la fantástica belleza y la dureza de vida de sus montañas y cuya memoria
es como una piedra sepultada entre ortigas, entre las hierbas que rodean alguna
casa.
Muy bonito recuerdo, José Luis.
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