Dulce II
Ayer llovió. Hoy, por fin, se ven charcos en los caminos.
El día es bueno, soleado, con buena temperatura. Desde Jodra del Pinar viene el
río encajado, con meandros, alejado del camino que sigue el arroyo de la
Cabecera del Pozuelo, atravesando la paramera sin frondosas que delaten su
curso, entrando en el Parque Natural. El camino sale a la carretera de Sigüenza
(GU-118) e inmediatamente se toma a la derecha la carretera a Pelegrina (GU-1075) que ya se ve abajo.
El Dulce viene a la izquierda, encajándose en un maravilloso valle que puede admirarse
desde el Mirador Félix Rodríguez de la Fuente. La cascada de Gollorio queda a
la izquierda y, abajo, una ruta por el fondo pasando por la caseta de Félix, que
filmó aquí parte de la Serie Ibérica de El hombre y la Tierra, años 1970.
Bajo hasta el aparcamiento de los autobuses, desde donde
se ve más cerca el pueblo de 19 habitantes –aunque llegó a tener 484 en 1885-,
a 1.027 m de altitud, en cuyo centro destaca el ábside semicircular de la
iglesia de la Santísima Trinidad, de origen románico rural, del siglo XII, que
tiene como más destacado un artesonado mudéjar policromado y un retablo de la
capilla mayor, ambos del siglo XVI. Del asentamiento de tribus primitivas queda
un yacimiento de la Edad del Bronce. Fue reconquistado en el siglo XII y
entregado al Señorío de los obispos de Sigüenza que convirtieron en su
residencia de verano el castillo, el cual sería destruido por los ejércitos del
Archiduque Carlos y en 1811 por los franceses.
En esta pequeña población se notan las distintas
posiciones según el momento que se vivía. En época celtíbera el poblamiento era
en alto por necesidades de defensa, a pesar de los inconvenientes que suponían
la lejanía de los terrenos de cultivo y del agua. Los musulmanes no poblaron
las zonas montañosas, por lo que después de la Reconquista hubo que repoblarlos
y construir castillos que garantizasen la seguridad de los nuevos pobladores.
Con el alejamiento de la frontera musulmana y la paz el desarrollo urbano, prescindiendo
de consideraciones defensivas, se extendió a capas más bajas y favorables,
alejadas del castillo. Su trazado es medieval, de calles estrechas que
conforman dos barrios: el Sol, ladera Sur mirando a la garganta, y el Frío, que
mira al valle.
Un camino a la derecha del aparcamiento desciende
siguiendo el arroyo de Val, pasando por debajo del pueblo, cuyo cementerio está
rodeado de cereal. A la derecha sale un sendero a Sigüenza, no apto para BTT.
El fondo del valle y las laderas están dedicados a la agricultura y en las
lomas va aumentando la vegetación boscosa. Hacia atrás queda la figura
romántica del castillo mientras paso por las ruinas de la Casa del Prado, en el
barranco de la Veranosa. El valle se cierra por una gran pantalla de chopos otoñales,
amarillentos, y el camino, antes abierto, se hunde en el bosquecillo. El río
está completamente seco. Se cruza por un puentecillo ante una gran mole de
piedra caliza, por un paso estrecho, antes de llegar a La Cabrera.
Este mínimo pueblo -4 habitantes- está en el fondo del
valle, a 933 m de altitud. Se pasa por un gran campo deportivo con piso de
hierba, el frontón -con el lujo de una reproducción de Los músicos de Picasso
en la pared- y la iglesia, románica en origen, con su ábside semicircular, que
tiene una placa con versos de Constantino Casado, 1995 (“Huele a silencio y
calma entre tus rocas … al resguardo de encinas y enebrales … quien te miró una
vez ya no te olvida”), antes de llegar al gran puente de dos arcos, de 1778,
según reza una inscripción en el centro del pretil, que ahora parece excesivo.
Dejando a la derecha un meandro abandonado –efecto
moldeador del paisaje por el río-, desde aquí sigue un paseo de 2,24 km por la
margen derecha, sin dificultad, que permite apreciar la disolución de los
materiales calcáreos en el proceso de erosión a lo largo de millones de años.
Cerca del pueblo el agua verdosa está detenida, no corre. También se distingue
la diferencia de color entre el distinto arbolado, puesto que al alejarnos de
los chopos cercanos al cauce nos hundimos en el encinar hasta llegar a un
pequeño escenario junto al río, que ahora sí corre, con aguas clarísimas. Debe
haber manantiales en el tramo que he atravesado. Estas variaciones de caudal
son normales, aunque este año la sequía ha sido mayor.
Un panel nos ilustra sobre el río convertido en escultor
del paisaje, formado en un proceso que comienza hace 70 millones de años con
capas planas sucesivas (conglomerados, calizas, yesos), que se pliegan hace 60
millones (casi desaparecen los conglomerados) y que desde hace tres millones se
inicia la excavación por el río en la caliza, llegando en la actualidad a los
yesos. Para comprender mejor el hábitat circundante hay otros dos paneles que
explican la vegetación (paramera –encina, sabina-, ladera de sombra –quejigo,
arce de Montpelier-, ribera –chopo, sauce, fresno-, ladera soleada –encina,
sabina, enebro-) y la fauna (consumidores primarios -bellotas, libélulas,
erizo, conejo-, consumidores secundarios -jabalí, ciervo, cacho, trucha, tejón,
zorro, águila real, gato montés-, consumidores terciarios -hombre, nutria,
garza real-, carroñeros -alimoche, buitre leonado-).
Debajo de los imponentes cortados calizos hay grandes
encinas mientras el río se va encajando, hundiéndose en el terreno, antes de
llegar al caserío de Los Heros. Fue
un molino donde se elaboraba el papel moneda utilizado por el Banco de España y
estuvo funcionando hasta después de la Guerra Civil. Posteriores intentos de
reconversión no han cuajado. Las ruinas están rodeadas de una gran masa arbórea
con mucho amarillo, aunque también se ven colores otoñales en el encinar.
El valle se cierra y se pasa por una alta y estrecha zona
rocosa, donde se han visto buitres otros días, con una hilera de chopos en el
centro del cañón y el camino tapizado de hojas. Después el valle vuelve a
abrirse en zonas anchas con choperas alargadas acompañando al río. Si esta
vegetación de ribera estuviera completa se distribuiría en bandas paralelas
según el gradiente de humedad determinado por la proximidad al cauce. Además de
introducir diversidad en el paisaje y de servir de refugio a fauna y flora,
cumple importantes funciones ecológicas: Refrescar el ambiente (protección
contra el viento, bombeo de agua del subsuelo, transpiración de los árboles,
determinan un microclima húmedo y fresco), fertilizar el suelo (retención de
sedimentos y nutrientes transportados por el río y la descomposición de la
hojarasca caracterizan la elevada fertilidad de los suelos de las riberas),
frenar la erosión (sujetan los suelos, moderan la erosión fluvial, protegen los
cauces y riberas frente a las crecidas, depuran el agua).
Aparecen los labrantíos, con el cementerio al final,
antes de que unos estrechos nos den paso a Aragosa.
Un canal que lleva más agua que el río es lo primero que se ve al llegar al
caserío situado a 960 m de altitud, que cuenta con 26 habitantes. Tiene la
consabida iglesia románica del siglo XII y unos enterramientos visigodos, ss.
VI-VII. Perteneció al obispado de Sigüenza bajo fuero del rey Alfonso VII. Tras
el alargado pueblo salgo, con los ojos llenos de otoño, por la asfaltada GU-119
hasta llegar a la CM-1101, punto final para el día de hoy.
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