Sorolla en París.
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Cosiendo la vela |
Joaquín Sorolla (1863-1923), es el creador de las
imágenes más brillantes de la España mediterránea, luminosa, optimista. Es uno
de los artistas más populares junto con Velázquez y Goya. A sus 23 años visitó
París y quedó deslumbrado por su ambiente artístico. Tras años de preparación, a
partir de 1890 comenzó a presentar sus obras en los certámenes internacionales.
Esta exposición en su Museo narra la historia de ese triunfo a través de las
pinturas que marcan los hitos de su carrera internacional, que descubren, al
mismo tiempo, su evolución desde sus trabajos de carácter social hasta sus
experimentaciones de luz y color, que combinan el naturalismo, la luminosidad
del impresionismo, la pincelada suelta, brillante y rica en matices, la solidez
compositiva y la elegancia de los viejos maestros como Velázquez, de quien la
crítica le consideró heredero.
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El pintor Raimundo de Madrazo |
Las obras que presentó Sorolla se adaptaban a los grandes
formatos y a las composiciones académicas, pero incluían también novedades
estilísticas como las perspectivas inspiradas en Degas, en la instantaneidad de
la fotografía y la estampa japonesa. Comenzó presentando sus obras en el Salon
des Artistes Français de París y siguió en Múnich, Berlín, Viena y la Bienal de
Venecia. En 1906 inauguró con gran éxito su primera exposición monográfica en
la Galería Georges Petit de París, a la que siguieron Berlín, Düsseldorf y
Colonia en 1907, y las Grafton Galleries de Londres en 1908.
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Autorretrato |
Se ganó una gran fama como retratista y amigos, artistas,
la alta burguesía, la aristocracia, e incluso la Casa Real, posaron para él. En
los retratos de interior, la profundidad del espacio, la sugestión de la
atmósfera, la gama de color, son referencias constantes a Velázquez. Al margen
de los encargos, los retratos familiares transmiten espontaneidad, originalidad
e intimidad: la valoración de la familia y el reconocimiento de los
sentimientos hogareños ocupan un lugar cada vez más importante. Del mismo modo
comienzan a ser más valorados, como un subgénero, los retratos infantiles.
A este género tan importante de la pintura, el retrato,
incorpora su interés principal, el estudio de la luz, por medio de los retratos
al aire libre, con la luz cobrando protagonismo filtrada por la vegetación o
por toldos.
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Niños a la orilla del mar |
Uno de los principales protagonistas del triunfo de
Sorolla en las grandes exposiciones internacionales es el mar, el Mediterráneo,
que aparece tanto en el mundo del trabajo –actividades de los marineros- como
en el del ocio. Es el triunfo del color y la luz, verdaderos referentes de
estos cuadros con los que experimenta continuamente. La luz, su obsesión.
Compartía la opinión de Claude Monet sobre que la pintura en general no tenía
suficiente luz, aunque solamente podían acercarse a la realidad.
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El bote blanco |
En el verano de 1905, en Jávea, realiza algunas de sus
obras más importantes liberándose de la corporeidad de las figuras y,
contrastando los colores, plasmando la fluidez cambiante del mar, cristalino
sobre el fondo oscuro de la roca, y los efectos de la luz sobre el agua. Camille
Mauclair (Art et Décoration, 1906) diría que “nadie había logrado expresar hasta ese punto el tumulto y la
transparencia de la ola, la zambullida de los cuerpos desnudos en el agua”.
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Instantánea |
Después de estar en 1906 en el Salón de París, se
trasladó, como muestra de su cosmopolitismo, a Biarritz para pasar el resto del
verano en esta elegante estación balnearia donde veraneaba la alta sociedad y
la aristocracia, lo que marcó una nueva composición y un nuevo refinamiento,
una nueva distinción en las poses y atuendo de sus modelos. Aquí realizó unos
espléndidos retratos de su mujer y sus hijas en la playa, en los que pone de
manifiesto su dominio del color y la luz. En un momento en que ya ha
consolidado su triunfo y ha abandonado los grandes formatos y su presentación a
los certámenes abiertos en favor de exposiciones individuales, estas
composiciones son de tamaña mediano.
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Clotilde paseando en los jardines de La Granja |
Queriendo pintar paisajes españoles, como su amigo
Aureliano de Beruete (quien dijo que Sorolla “vio pronto y con gran sagacidad lo que hay de bueno y de verdadero en
el impresionismo… y lo asimiló inmediatamente”), en otoño de 1906 fue a
Toledo y Segovia, donde la solemnidad de la arquitectura castellana y su
moderno enfoque con la calidez de la luz, aparecen en sus vistas de esas
ciudades. En 1907 fue a La Granja para pintar a Alfonso XIII y, mientras tanto,
dejó unos cuadros familiares, unos retratos de su mujer en los jardines de
palacio.
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Calle de naranjos |
Para elaborar sus grandes lienzos, Sorolla trabajó
continuamente en obras de pequeño formato, “notas
de color” como él las llamaba, que le servían como esbozo de cuadros
grandes o para ensayar composiciones y efectos más arriesgados, porque, como
dijo Vicente Blasco Ibáñez, “Aquello no
es pintar, es robar a la naturaleza la luz y los colores”.
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