jueves, 7 de septiembre de 2017

Sorolla en París.




Cosiendo la vela
Joaquín Sorolla (1863-1923), es el creador de las imágenes más brillantes de la España mediterránea, luminosa, optimista. Es uno de los artistas más populares junto con Velázquez y Goya. A sus 23 años visitó París y quedó deslumbrado por su ambiente artístico. Tras años de preparación, a partir de 1890 comenzó a presentar sus obras en los certámenes internacionales. Esta exposición en su Museo narra la historia de ese triunfo a través de las pinturas que marcan los hitos de su carrera internacional, que descubren, al mismo tiempo, su evolución desde sus trabajos de carácter social hasta sus experimentaciones de luz y color, que combinan el naturalismo, la luminosidad del impresionismo, la pincelada suelta, brillante y rica en matices, la solidez compositiva y la elegancia de los viejos maestros como Velázquez, de quien la crítica le consideró heredero.

El pintor Raimundo de Madrazo
Las obras que presentó Sorolla se adaptaban a los grandes formatos y a las composiciones académicas, pero incluían también novedades estilísticas como las perspectivas inspiradas en Degas, en la instantaneidad de la fotografía y la estampa japonesa. Comenzó presentando sus obras en el Salon des Artistes Français de París y siguió en Múnich, Berlín, Viena y la Bienal de Venecia. En 1906 inauguró con gran éxito su primera exposición monográfica en la Galería Georges Petit de París, a la que siguieron Berlín, Düsseldorf y Colonia en 1907, y las Grafton Galleries de Londres en 1908.


Autorretrato
Se ganó una gran fama como retratista y amigos, artistas, la alta burguesía, la aristocracia, e incluso la Casa Real, posaron para él. En los retratos de interior, la profundidad del espacio, la sugestión de la atmósfera, la gama de color, son referencias constantes a Velázquez. Al margen de los encargos, los retratos familiares transmiten espontaneidad, originalidad e intimidad: la valoración de la familia y el reconocimiento de los sentimientos hogareños ocupan un lugar cada vez más importante. Del mismo modo comienzan a ser más valorados, como un subgénero, los retratos infantiles.
 
Clotilde con traje gris
A este género tan importante de la pintura, el retrato, incorpora su interés principal, el estudio de la luz, por medio de los retratos al aire libre, con la luz cobrando protagonismo filtrada por la vegetación o por toldos.
 
La familia
Niños a la orilla del mar
Uno de los principales protagonistas del triunfo de Sorolla en las grandes exposiciones internacionales es el mar, el Mediterráneo, que aparece tanto en el mundo del trabajo –actividades de los marineros- como en el del ocio. Es el triunfo del color y la luz, verdaderos referentes de estos cuadros con los que experimenta continuamente. La luz, su obsesión. Compartía la opinión de Claude Monet sobre que la pintura en general no tenía suficiente luz, aunque solamente podían acercarse a la realidad.



El bote blanco
En el verano de 1905, en Jávea, realiza algunas de sus obras más importantes liberándose de la corporeidad de las figuras y, contrastando los colores, plasmando la fluidez cambiante del mar, cristalino sobre el fondo oscuro de la roca, y los efectos de la luz sobre el agua. Camille Mauclair (Art et Décoration, 1906) diría que “nadie había logrado expresar hasta ese punto el tumulto y la transparencia de la ola, la zambullida de los cuerpos desnudos en el agua”.



Instantánea
Después de estar en 1906 en el Salón de París, se trasladó, como muestra de su cosmopolitismo, a Biarritz para pasar el resto del verano en esta elegante estación balnearia donde veraneaba la alta sociedad y la aristocracia, lo que marcó una nueva composición y un nuevo refinamiento, una nueva distinción en las poses y atuendo de sus modelos. Aquí realizó unos espléndidos retratos de su mujer y sus hijas en la playa, en los que pone de manifiesto su dominio del color y la luz. En un momento en que ya ha consolidado su triunfo y ha abandonado los grandes formatos y su presentación a los certámenes abiertos en favor de exposiciones individuales, estas composiciones son de tamaña mediano.

Clotilde paseando en los jardines de La Granja
Queriendo pintar paisajes españoles, como su amigo Aureliano de Beruete (quien dijo que Sorolla “vio pronto y con gran sagacidad lo que hay de bueno y de verdadero en el impresionismo… y lo asimiló inmediatamente”), en otoño de 1906 fue a Toledo y Segovia, donde la solemnidad de la arquitectura castellana y su moderno enfoque con la calidez de la luz, aparecen en sus vistas de esas ciudades. En 1907 fue a La Granja para pintar a Alfonso XIII y, mientras tanto, dejó unos cuadros familiares, unos retratos de su mujer en los jardines de palacio.




Calle de naranjos
Para elaborar sus grandes lienzos, Sorolla trabajó continuamente en obras de pequeño formato, “notas de color” como él las llamaba, que le servían como esbozo de cuadros grandes o para ensayar composiciones y efectos más arriesgados, porque, como dijo Vicente Blasco Ibáñez, “Aquello no es pintar, es robar a la naturaleza la luz y los colores”.


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