viernes, 1 de septiembre de 2017

Agüero

Este pequeño pueblo, que experimentó una gran pérdida de población en el s. XX, está situado en la comarca Hoya de Huesca, a 696 m de altitud, en un emplazamiento áspero y bravío cerca del río Gállego, con el telón de fondo de la espectacular sierra llamada los Mallos de Agüero, masas de conglomerados de caprichosas formas y tinte algo rojizo típico de la era Terciaria, similares a los de la orilla opuesta del río, los imponentes Mallos de Riglos.

De su origen altomedieval quedan vestigios del castillo, s. X, de cuando fue avanzadilla del reino de Aragón y a comienzos del s. XII, la viuda de Pedro I, la reina Berta, gobernó desde aquí el “reino de los Mallos” que incluía Murillo, Marcuello, Riglos y hasta Ayerbe. Conserva dos joyas del románico aragonés: la portada de la iglesia de San Salvador y, en las cercanías del pueblo, la iglesia de Santiago.


La iglesia de Santiago está antes de llegar al pueblo. Es un proyecto original, inacabado, que deja abiertas incógnitas sobre su función. Sus dimensiones no son las de una parroquia rural sino las de una iglesia monástica. Fue proyectado como un edificio de planta basilical de tres naves y tres ábsides semicirculares, pero no se terminó. Como fue donado por el rey Sancho Ramírez (1064-1094) al Monasterio de San Juan de la Peña, algunos historiadores han visto la posibilidad de que fuera a acoger a la comunidad dadas las adversas condiciones de vida.

Tiene dos fases constructivas: los ábsides podrían ser factura de un taller de origen francés que hubiera trabajado en la Catedral de Santo Domingo de la Calzada, dada su relación con el lenguaje arquitectónico de ésta (exuberante decoración de la portada y con las columnas-contrafuerte que jalonan los ábsides y el muro meridional); el cerramiento de los ábsides y la decoración son obra del Maestro de San Juan de la Peña o de Agüero. Éste concibió un estilo propio, visible también en San Pedro el Viejo de Huesca y en las portadas de San Nicolás de El Frago o San Antón de Tauste. Sus rasgos formales más importantes son los ojos en forma de almendra, los pliegues de las ropas semicirculares y el uso de un repertorio fijo de formas vegetales. Los marcos arquitectónicos concretos a los que se liga su obra son los frisos, arquerías de claustros –como en San Juan de la Peña-, capiteles a la altura del arranque de bóvedas y portadas –Agüero-.

La pieza maestra es la portada meridional, cuyas esculturas son en su mayor parte obra del Maestro de San Juan de la Peña. Tiene cuatro arquivoltas, dos de baquetón y dos planas, que se apoyan sobre columnas con ricos capiteles (izquierda: leones devorando un carnero, bailarina entre dos músicos, bailarina contorsionada, hombre conversando y soldados luchando; derecha: combate de centauros, leones devorando una cabra, perros enfrentados, mantícoras o cuadrúpedos con rostro humano). El tímpano esculturado representa la epifanía o adoración de los Reyes Magos. Debajo, las quicialeras representan a monstruos en forma de león andrófago devorando a un guerrero y a una mujer desnuda. Todo ello bajo un tejaroz sostenido por seis canecillos historiados (arpía, dragón que se muerde la cola, hombre y mujer de pie, juglar contorsionado, león, dragón). Hay magníficas y muy abundantes marcas de cantería y todos los datos apuntan a la segunda mitad del s. XII como fecha de su construcción en una pequeña meseta.

El pueblo está a un kilómetro escaso de este templo, en una posición enriscada que ofrece innumerables rincones sugestivos en sus empinadas calles y que presenta alguna curiosidad añadida como el Museo del Órgano en la casa rectora o abacial. En el centro de la población hay un espacio formado por la Plaza Mayor y el ensanchamiento de algunas calles que está presidido por la iglesia de San Salvador, cuya peculiaridad radica en que se trata de un edificio compuesto por construcciones de distintas épocas –desde el s. XII hasta el s. XVIII-, que conjuga distintos estilos artísticos manteniendo la armonía.

La nave central, de bóveda de cañón apuntado, es de origen románico; las naves añadidas son de época tardogótica y la cripta subterránea del s. XVI; el ábside semicircular es barroco, igual que los retablos Mayor y de Santa Ana, ambos del s. XVIII; la torre, referente en el paisaje, de planta rectangular y gran envergadura, es de los ss. XVI-XVII.

Pero lo más interesante es la portada románica, precedida por un pórtico del que persisten dos arcos de medio punto apoyados en un zócalo corrido. Consiste en una bella composición formada por arquivoltas semicirculares profusamente labradas (taqueado ajedrezado jaqués, roleos, palmetas, celdillas), decoración vegetal y capiteles labrados con figuras de animales mitológicos sobre columnas laterales debajo, y un espléndido tímpano con el Pantocrátor en el centro rodeado de los cuatro símbolos de los evangelistas: ángel, león, toro y águila. Además tiene un elemento poco común, que es el conservar todavía restos de policromía.

Desde la plaza puede distinguirse bien el conjunto, del mismo modo que se ven bien las señas de identidad del pueblo, los majestuosos monolitos de piedra muy cerca de las casas. Se aprecia su composición de partículas sólidas procedentes del desgaste de los relieves pirenaicos y depositadas por el río Gállego. La erosión ha completado su aspecto actual. Entre todos destaca Peña Sola, fractura de una gran masa que sobrepasa los 200 m de altura. También es posible observar las rapaces que anidan en este medio, molestadas por las varias vías de escalada, deporte aquí poco masificado.


Todo forma un conjunto único: paisajístico, senderístico (Ver artículo Huesca, Villalangua-Salinas Viejo), artístico, etc., que bien merece una detenida visita.

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