lunes, 28 de agosto de 2017

San Miguel de Foces (Ibieca)

La majestuosa sierra de Guara domina y protege como un gigante toda una zona de pequeños pueblos. Bajo su dominio, en un descampado a dos kilómetros de Ibieca, al lado donde el camino que va a Sieso de Huesca cruza la calzada romana Ilerda-Osca, aparece la iglesia de San Miguel de Foces. No se trata de una simple ermita y, como en otros lugares, su grandeza y ubicación causan extrañeza a primera vista. Los documentos medievales hablan de un monasterio y parece ser que hubo un castillo en un montículo cercano, pero apenas quedan restos de los dos.

Unas excavaciones arqueológicas arrojaron algo de luz sobre los orígenes. Apareció un gran edificio de espesos muros que puede ser anterior al siglo XIII en el que se edificó la iglesia. Al norte de ésta, unos sencillos muros demuestran la existencia de estancias auxiliares (pajares, cobertizos, cuadras). Junto a la pared del mediodía se encontró una pequeña necrópolis con cinco cuerpos orientados al este y tumbados boca arriba. En la iglesia se aprecian cambios en su estructura, con una nave lateral al norte de la principal que rellenaría el hueco del crucero y una prolongación hacia el sur del muro oeste. El hallazgo de bastantes metros de un muro realizado con doble fila de sillares y relleno interior, al que se adosarían las viviendas, sugiere que todo el recinto pudiera haber estado rodeado de protección.

Pero lo único que queda realmente es la iglesia, dedicada al arcángel San Miguel, erigida por Don Ximeno de Foces en 1249 como panteón familiar y como muestra de devoción a la Orden del Hospital de Jerusalén. Los caballeros sanjuanistas fueron asesinados en 1309, en una celebración importante a la que debían asistir todos y, según la tradición, fue abandonado el lugar que había llegado a ser un gran conjunto monástico que contaba con claustro, hospital de peregrinos, hospital de leprosos, edificaciones anexas, un poblado cercano y una casa de ejercicios que sería la actual ermita de Santa María del Monte en Liesa.

La espléndida iglesia marca arquitectónicamente el paso del románico tardío, cisterciense, en la nave, al gótico de la cabecera. La portada está situada a los pies del muro sur y consta de guardapolvo, cuatro arquivoltas de medio punto decoradas a base de motivos en zigzag, dientes de sierra, puntas de diamante o arquillos recortados, con tímpano liso –pudo tener decoración pictórica- orlado por greca de decoración vegetal al igual que los capiteles. La abundancia de marcas de cantero indica la cantidad de personas que trabajaron y la grandeza del proyecto, por lo que fueron recogidas en un panel. Destaca un curioso reloj de sol con indicación de las horas monacales (Prima, Tertia, Mediodía o Sexta –de aquí parece derivar siesta-, Nona, Vísperas) que marcaban la vida de los religiosos. Está construida por entero con sillares perfectamente labrados.



Tiene una sola nave de poca longitud que se continúa con el ábside principal de siete lados, abriéndose sendos ábsides secundarios de menor altura y pentagonales en los respectivos brazos del crucero, dando como resultado una planta de cruz latina con un amplio crucero marcado tanto en planta como en alzado. La nave se cubre con bóveda apuntada, pero la nave del crucero y los ábsides lo hacen con bóvedas de crucería góticas. Es especialmente notable el ábside central, al que confieren gran elegancia ocho nervios que se prolongan en los ventanales apuntados. Los muros de la nave del crucero acogen unos arcosolios, una especie de capillas-mausoleos, con cuatro grandes arcos apuntados, pareados a cada lado, destinados a albergar cuatro grandes sepulcros de los señores de Foces, el linaje que había fundado la iglesia y dominaba el lugar. Los capiteles de las columnas presentan decoración vegetal con la aparición de algún animal, todo esculpido con gran naturalismo.

Pero, con ser importante la arquitectura, lo mejor de la iglesia son las pinturas murales, que, por la inscripción que acompaña al sepulcro de Atho de Foces, pueden fecharse en 1302, desconociéndose el autor. Pertenecen al gótico lineal y están realizadas al fresco mediante técnica mixta, con comienzo al fresco y terminación a seco con los colores disueltos en aceites, lo que confería gran intensidad a las pinturas.



El brazo norte presenta unas pinturas, en peor estado de conservación, que representan un curioso Pantocrátor rodeado por el Tetramorfos, en el que dos de las figuras están en el intradós al no haber espacio en el fondo. En la parte superior hay una secuencia narrativa correspondiente a pasajes del Nuevo Testamento que incluye la Anunciación, la Natividad, la Adoración, la Matanza de los Inocentes, la Huida a Egipto, etc. En conjunto, predominan los colores oscuros, el negro.


Las pinturas del brazo sur muestran un mejor estado. Se disponen bajo los arcosolios los miembros principales de la familia Foces, Ximeno y su hijo Atho. Sobre la tumba de éste aparece el tema del Calvario, con Cristo crucificado junto a la Virgen y San Juan flanqueados por ángeles turiferarios. Debajo, dos ángeles llevan el alma de Atho y en el intradós, imágenes de ángeles y santos.



Sobre la tumba de Don Ximeno aparece Dios Padre en la parte superior y debajo Cristo acompañado por los Doce Apóstoles. En el intradós se identifican San Juan Evangelista, Santa Catalina y Santa Margarita. El panel superior las escenas aluden a la vida la Virgen y de San Juan Bautista. Los arcos están rodeados de pinturas de los escudos heráldicos ligados al linaje nobiliario de Foces. Los colores son más claros, destacando los rojos luminosos de la parte inferior.



Esta transición estilística entre el románico y el gótico que aquí se aprecia perfectamente, es también visible en otros edificios de Huesca como Las Miguelas y el Santuario de Salas, en las afueras, pero esta iglesia y sus pinturas –que tan bien nos ha explicado la guía Ana-, aislada, perdida la relación con su origen y su pasado, fuera de contexto aunque felizmente restaurada, es una de las joyas del Somontano. Entrar en ella en este paraje aislado es como entrar por la puerta del tiempo. Después de esta exquisitez, otra: nada mejor para terminar la mañana que ir a comer ternasco asado al Camping-Albergue “Cañones de Guara y Formiga”, en Panzano.



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