martes, 15 de agosto de 2017

San Juan de la Peña (III): Monasterio alto o nuevo.

Aunque el monasterio había sufrido otros incendios, el de 1675 resultó catastrófico, por lo que se iniciaron de inmediato las obras de construcción de un nuevo monasterio, pero cambiando la ubicación a la parte alta del monte Pano, a la explanada de San Indalecio. En 1682 se trasladó la comunidad a pesar de que las obras no terminaron hasta 1714. Como el espacio ya no era un problema, la nueva construcción era grande, con la planta en forma de C: las celdas y la casa del prior estaban en el ala izquierda, en lo que ahora es hostería; el fondo estaba ocupado por la iglesia y el ala derecha, con portada renacentista, por la casa abacial. La visión central la llena la iglesia, con fachada de ladrillo sobre la que se superponen tres portadas barrocas que presiden San Indalecio, San Juan Bautista y San Benito, que dan paso al templo de tres naves y varias capillas.

Felipe V en 1737 ayudó al monasterio, pero este templo también sufrió muchos avatares. En 1790, tras una gran nevada, hubo que reconstruir los tejados y en 1809 fue incendiado por las tropas del general francés Suchet que, sin embargo, respetó el viejo. El regreso de los monjes en 1815 sólo halló saqueo y destrucción. Tras un primer intento desamortizador en 1820, en 1835 se puso fin a la vida monástica, pasando los tesoros a la catedral de Jaca, y en 1843 el monasterio pasó a la Diputación de Huesca.

La vida de los monjes en este nuevo edificio era mejor que en el viejo. Tenían dormitorios individuales para poder prestar mayor dedicación al estudio. Los capítulos se celebraban al tañido de las campanas, se atendía a la benignidad y misericordia en los castigos, y la alimentación era buena (ss. XVII-XVIII: pescado, ternera, cordero, queso, fruta, chocolate. Canela, frutos secos, especias -azafrán, pimienta-, vino), comiendo cada uno en su celda. Tenían criados de labor y de oficios (carpintería, leñeras, pajares, caballerizas, herrería, horno, etc., y se ocupaban de la botica, hospital (médico, cirujano) y de los productos alimenticios llegados del exterior y que debían ser preparados en el horno. También atendían, por medio del limosnero, un hospital para pobres y peregrinos.

Todo esto puede verse en la parte derecha donde se ha instalado un completo Centro de Interpretación en dos plantas. El piso superior contiene paneles con una exhaustiva información sobre los orígenes del monasterio y su relación con los inicios del Reino de Aragón, documentos, preceptos benedictinos por los que se regía, monjes fabriqueros, monjes ilustrados, escritorio, otros oficios, monasterio viejo, Camino de Santiago Aragonés, etc.

Columnas de visitantes cansan el suelo de la primera planta, acristalado, que permite ver el piso bajo, donde se ha imitado la original construcción completada con unos maniquíes blancos que muestran la actividad que se desarrollaba en cada habitación. Así se pasa por la portería, celda del abad (tenía una cocina como todas), botica (autónomo y autosuficiente), habitación del boticario (ladrillo y piedra), hospedería (ladrillo, eje N), zona de servicios (habitaciones de criados y huéspedes, almacenes, talleres, ladrillo), corredor claustral norte (ladrillo, eje al que se adosan las dependencias monacales), refectorio (alargado, ladrillo, cerca de cocina y bodega, silencio, lectura), cocina y despensa (ladrillo, algo de piedra, hogar), bodega (subterránea). Todo en lado Norte.

Para la realización de todo esto fue necesaria la implicación de los llamados monjes fabriqueros, que organizaban todas las fases de la construcción, proveían las herramientas y materiales necesarios, negociaban los contratos con los jornaleros, controlaban los gastos y llevaban las cuentas. Ellos hicieron las reparaciones en el monasterio viejo y construyeron el nuevo, planificando el trabajo de picadores de piedra, aserradores de madera, blanqueadores, vidrieros, tejeros, canteros, etc. 
Saliendo a una zona ajardinada se puede ver la zona, con mucho espacio, donde están igualmente dramatizados con maniquíes los criados que realizaban las actividades citadas de carpintería, leñeras, pajares, caballerizas, herrería, horno, botica, médico, etc. La visita finaliza con un audiovisual interesante en la iglesia, en el que se explica la historia del monasterio y del Reino de Aragón, con varias pantallas, con iluminación de las distintas capillas en las que hay un escenario diferente en cada una, e incluso con un suelo móvil.

Una vez visto el monasterio es conveniente dar un agradable paseo por los alrededores para visitar algunos puntos concretos recorriendo amenos caminos. Un lugar interesante es el llamado Balcón del Pirineo, un magnífico mirador desde el que se domina todo el Pirineo de la provincia de Huesca y que ofrece una cercana vista de parte de la Jacetania. Cuenta con una mesa de orientación que permite identificar los picos en la lejanía. Desde el Mirador de Santa Teresa se ve de cerca la Peña Oroel, su gran proa de roca.

Otro punto de aconsejable visita es el Mirador de San Voto, recoleto ámbito desde el que se tiene la mejor vista sobre el Monasterio Viejo y el barranco de Gótolas con un fondo de pinos, tilos, avellanos y hayas. El suelo, sostenido por la osamenta de las rocas. Al lado están las ruinas de la ermita de San Voto y siguiendo un sombreado y ancho sendero, entre mucho acebo, regresamos hacia el monasterio pasando por un nevero o pozo de nieve, un pozo excavado, con muros de contención, donde se echaba la nieve y se compactaba para que se convirtiese en hielo, separándose en capas por medio de hojas o paja; en el verano, se cortaban los bloques de hielo y se transportaban de noche.

Un poco más allá, y ya a la vista del monasterio alto, una pequeña laguna ocupa el fondo de la gran explanada de San Indalecio que aquí termina, puesto que el bosque limita la laguna junto con una cerca de madera. Paseando la mirada por el paisaje se ve el entorno lleno de mesas ocupadas por visitantes que han traído comida y aprovechan el sol-sombra para recrearse en esta maravillosa naturaleza donde la gama de verdes es dividida por el resplandor rojizo del ladrillo de la construcción, que se carga de la dignidad de un inmutable pasado.


Nuestra mente ha estado ocupada únicamente por ideas de arte y recuerdos históricos, en los que nos hemos demorado con un examen minucioso, deteniéndonos a cada paso. La eterna vida del arte conservada en monumentos y ruinas nos trae grandes recuerdos y la persistencia en la memoria de una grandeza perdida. El monasterio tiene “buen lejos”, con las habituales gradaciones que se extienden desde lo bello hasta lo anodino. Una última mirada permite advertir cómo su armonía proviene de una rígida estructura lineal y simétrica. 

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