San Juan de la Peña (III): Monasterio alto o nuevo.
Aunque el monasterio había sufrido otros incendios, el de
1675 resultó catastrófico, por lo que se iniciaron de inmediato las obras de
construcción de un nuevo monasterio, pero cambiando la ubicación a la parte
alta del monte Pano, a la explanada de San Indalecio. En 1682 se trasladó la
comunidad a pesar de que las obras no terminaron hasta 1714. Como el espacio ya
no era un problema, la nueva construcción era grande, con la planta en forma de
C: las celdas y la casa del prior estaban en el ala izquierda, en lo que ahora
es hostería; el fondo estaba ocupado por la iglesia y el ala derecha, con
portada renacentista, por la casa abacial. La visión central la llena la iglesia, con fachada de ladrillo sobre
la que se superponen tres portadas barrocas que presiden San Indalecio, San
Juan Bautista y San Benito, que dan paso al templo de tres naves y varias
capillas.
Felipe V en 1737 ayudó al monasterio, pero este templo
también sufrió muchos avatares. En 1790, tras una gran nevada, hubo que
reconstruir los tejados y en 1809 fue incendiado por las tropas del general
francés Suchet que, sin embargo, respetó el viejo. El regreso de los monjes en
1815 sólo halló saqueo y destrucción. Tras un primer intento desamortizador en
1820, en 1835 se puso fin a la vida monástica, pasando los tesoros a la
catedral de Jaca, y en 1843 el monasterio pasó a la Diputación de Huesca.
La vida de los monjes en este nuevo edificio era mejor
que en el viejo. Tenían dormitorios individuales para poder prestar mayor
dedicación al estudio. Los capítulos se celebraban al tañido de las campanas,
se atendía a la benignidad y misericordia en los castigos, y la alimentación era
buena (ss. XVII-XVIII: pescado, ternera, cordero, queso, fruta, chocolate.
Canela, frutos secos, especias -azafrán, pimienta-, vino), comiendo cada uno en
su celda. Tenían criados de labor y de oficios (carpintería,
leñeras, pajares, caballerizas, herrería, horno, etc., y se ocupaban de la
botica, hospital (médico, cirujano) y de los productos alimenticios llegados
del exterior y que debían ser preparados en el horno. También atendían, por
medio del limosnero, un hospital para pobres y peregrinos.
Todo esto puede verse en la parte derecha donde se ha
instalado un completo Centro de
Interpretación en dos plantas. El piso superior contiene paneles con una exhaustiva
información sobre los orígenes del monasterio y su relación con los inicios del
Reino de Aragón, documentos, preceptos benedictinos por los que se regía,
monjes fabriqueros, monjes ilustrados, escritorio, otros oficios, monasterio
viejo, Camino de Santiago Aragonés, etc.
Columnas de visitantes cansan el suelo de la primera
planta, acristalado, que permite ver el piso bajo, donde se ha imitado la
original construcción completada con unos maniquíes blancos que muestran la
actividad que se desarrollaba en cada habitación. Así se pasa por la portería,
celda del abad (tenía una cocina como todas), botica (autónomo y
autosuficiente), habitación del boticario (ladrillo y piedra), hospedería
(ladrillo, eje N), zona de servicios (habitaciones de criados y huéspedes,
almacenes, talleres, ladrillo), corredor claustral norte (ladrillo, eje al que
se adosan las dependencias monacales), refectorio (alargado, ladrillo, cerca de
cocina y bodega, silencio, lectura), cocina y despensa (ladrillo, algo de
piedra, hogar), bodega (subterránea). Todo en lado Norte.
Para la realización de todo esto fue necesaria la implicación
de los llamados monjes fabriqueros, que organizaban todas las fases de la
construcción, proveían las herramientas y materiales necesarios, negociaban los
contratos con los jornaleros, controlaban los gastos y llevaban las cuentas.
Ellos hicieron las reparaciones en el monasterio viejo y construyeron el nuevo,
planificando el trabajo de picadores de piedra, aserradores de madera,
blanqueadores, vidrieros, tejeros, canteros, etc.
Saliendo a una zona ajardinada se puede ver la zona, con
mucho espacio, donde están igualmente dramatizados con maniquíes los criados
que realizaban las actividades citadas de carpintería, leñeras, pajares,
caballerizas, herrería, horno, botica, médico, etc. La visita finaliza con un
audiovisual interesante en la iglesia, en el que se explica la historia del
monasterio y del Reino de Aragón, con varias pantallas, con iluminación de las
distintas capillas en las que hay un escenario diferente en cada una, e incluso
con un suelo móvil.
Una vez visto el monasterio es conveniente dar un
agradable paseo por los alrededores para visitar algunos puntos concretos
recorriendo amenos caminos. Un lugar interesante es el llamado Balcón del Pirineo, un magnífico
mirador desde el que se domina todo el Pirineo de la provincia de Huesca y que
ofrece una cercana vista de parte de la Jacetania. Cuenta con una mesa de
orientación que permite identificar los picos en la lejanía. Desde el Mirador de Santa Teresa se ve de cerca
la Peña Oroel, su gran proa de roca.
Otro punto de aconsejable visita es el Mirador de San Voto, recoleto ámbito desde
el que se tiene la mejor vista sobre el Monasterio Viejo y el barranco de
Gótolas con un fondo de pinos, tilos, avellanos y hayas. El suelo, sostenido
por la osamenta de las rocas. Al lado están las ruinas de la ermita de San Voto
y siguiendo un sombreado y ancho sendero, entre mucho acebo, regresamos hacia
el monasterio pasando por un nevero o
pozo de nieve, un pozo excavado, con muros de contención, donde se echaba
la nieve y se compactaba para que se convirtiese en hielo, separándose en capas
por medio de hojas o paja; en el verano, se cortaban los bloques de hielo y se
transportaban de noche.
Un poco más allá, y ya a la vista del monasterio alto, una
pequeña laguna ocupa el fondo de la
gran explanada de San Indalecio que aquí termina, puesto que el bosque limita
la laguna junto con una cerca de madera. Paseando la mirada por el paisaje se
ve el entorno lleno de mesas ocupadas por visitantes que han traído comida y
aprovechan el sol-sombra para recrearse en esta maravillosa naturaleza donde la
gama de verdes es dividida por el resplandor rojizo del ladrillo de la
construcción, que se carga de la dignidad de un inmutable pasado.
Nuestra mente ha estado ocupada únicamente por ideas de arte
y recuerdos históricos, en los que nos hemos demorado con un examen minucioso,
deteniéndonos a cada paso. La eterna vida del arte conservada en monumentos y
ruinas nos trae grandes recuerdos y la persistencia en la memoria de una
grandeza perdida. El monasterio tiene “buen lejos”, con las habituales
gradaciones que se extienden desde lo bello hasta lo anodino. Una última mirada
permite advertir cómo su armonía proviene de una rígida estructura lineal y
simétrica.
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