viernes, 11 de agosto de 2017

Camino de Santiago: Palencia.


Itero parece derivar de hito, frontera. En el poema de Fernán González, cuando habla de los límites de Castilla, se dice “E de la otra parte Fitero el fondon”. El río Pisuerga era el límite entre Castilla y León y ahora lo es entre Burgos y Palencia. Estamos en el límite, en el puente románico –remodelado posteriormente- mandado construir por Alfonso VI, gran promotor del Camino, que tuvo molinos, aceñas, etc.

Pasamos por Itero de la Vega (ermita de la Piedad, s. XIII, con imagen de Santiago Peregrino) y atravesamos el llano cruzado por el canal del Pisuerga, línea húmeda en la tierra seca. Cruzamos la Tierra de Campos, campos de tierra, zona de un físico homogéneo, con lejano y recto horizonte y escasez de árboles, que se llamó Campos Góticos en el s. IX.

La monotonía de la llanura se rompe en el suave ascenso al Otero Largo y en el también suave descenso hasta Boadilla del Camino. Paramos en el albergue “En el Camino” donde hemos estado en otras ocasiones. El ancho camino continúa hasta que la presencia de altos árboles nos anuncia el espejismo del Canal de Castilla, que seguimos por el camino de sirga hasta la triple esclusa en las afueras de Frómista.

Esta población, cuyo nombre es un antropónimo visigótico que significa “el primero, el más importante”, es considerada fin de etapa en el Liber sancti Jacobi. De aquí era oriundo Pedro González Telmo, dominico, patrón de los marineros (fuego de San Telmo). Quizá debido a su riqueza artística, aquí todo es más caro sin que haya más calidad en el servicio. El tiempo cambia, baja la temperatura y hace mucho viento. Como en Hornillos del Camino, también aquí nos despide un gallo, situado en lo alto de una de las torres.

Tras cruzar las infraestructuras que rodean Frómista, se toma una senda peregrina que ya no se abandona. La ermita de San Miguel, s. XIII, anuncia la llegada a Población de Campos -que data, como los pueblos cercanos, de la repoblación de los ss. X-XI-, donde hubo una casa de los Caballeros de San Juan. El arbolado se desvía a la derecha siguiendo el cauce del río Ucieza. Con el mismo viento seguimos hasta Revenga de Campos y Villarmentero de Campos, fundado por alguno de los Armenteros o Armentales (“rico en ganados”) que aparecen en los documentos, que estuvo bajo la influencia de los cluniacenses instalados en Carrión, Frómista y Sahagún. Paramos en el albergue “Amanecer”, muy curioso, con instalaciones diferentes (tipis, cabañas, etc.).

A la izquierda se libró la batalla de Golpejera, en 1072, en la que Sancho II rey de Castilla y el Cid derrotaron a Alfonso VI rey de León, en la lucha por la sucesión de Fernando I que había dividido el reino. Seguimos en paralelo a la carretera hasta Villalcázar de Sirga o Villasirga, cuyo impresionante templo de Santa María la Blanca sobresale del caserío. La senda peatonal sigue hasta Carrión de los Condes, capital de la Tierra de Campos. Este nombre sustituyó al anterior, Santa María de Carrión, por la importancia de los Banu-Gómez. Uno de sus miembros hizo traer desde Córdoba los restos del mártir paleocristiano Zoilo y construyó un monasterio. También hubo hospitales e instituciones religiosas dedicadas a la hospitalidad y aquí nació D. Íñigo López de Mendoza, Marqués de Santillana, en 1398.

En la ruta por esta provincia nos hemos detenido para admirar muchas obras. En Boadilla, palomares, rollo (fin s. XV, gótico, decoración con motivos jacobeos) y la iglesia de la Asunción (románica reconstruida en el s. XVI; gran pila bautismal románica, s. XIII, semiesférica, pilar de 12 columnillas, decoración con motivos célticos).


En esta tierra reseca el Canal de Castilla es un agradable espejismo convertido en realidad, uno de los proyectos más importantes de la ingeniería civil española en el s. XVIII. Su objetivo era ser vía fluvial de comunicación y transporte para solucionar el aislamiento de la meseta castellana y dar salida a los excedentes agrarios, cereales en su mayoría. Su construcción tuvo muchos problemas: se empezó en 1753 pero la explotación no comenzó hasta 1849. La época de mayor esplendor fue a mitad del s. XIX cuando había más de 350 barcas. La apertura de la línea férrea lo inhabilitó como vía de transporte pero siguió funcionando como fuerza motriz para fábricas de papel, harineras, etc., despertando industrialmente la zona.

En Frómista, además de San Pedro (gótica s. XIV, talla de Santiago peregrino s. XVI) y Santa María del Castillo (sobre antigua fortaleza), vemos la iglesia de San Martín, resto del monasterio del s. XI. Tiene tres naves y tres ábsides, cimborrio octogonal y gran riqueza escultórica. En Población de Campos está la ermita románica del Socorro, con talla románica de la titular, y en Villarmentero de Campos la iglesia de San Martín, con artesonado mudéjar.

Santa María la Blanca, en Villasirga, tiene forma fortificada puesto que fue casa-fortaleza de los Caballeros Templarios. Su románico es de transición, con tres naves, doble crucero, gran rosetón, conjunto escultórico en la fachada porticada, talla gótica de la titular, y sepulcros del infante don Felipe –hermano de Alfonso X- y su esposa doña Leonor Ruiz  de Castro. Alfonso X el Sabio, en las Cantigas, cuenta curaciones de peregrinos.

A la entrada de Carrión de los Condes está el convento de Santa Clara (s. XIII, Piedad de Gregorio Fernández). Adosada a la muralla, la iglesia de Santa María del Camino, que dio nombre a la población (s. XII, tres naves, imagen románica, portada bajo pórtico, rico programa escultórico. Cabezas de toro alusivas a la leyenda por la que Carrión se vio libre del tributo anual de las cien doncellas). En la plaza, la iglesia de Santiago, asentamiento templario (fachada, gran conjunto escultórico con figuras cotidianas en la arquivolta, el friso con el apostolado y el Pantocrátor rodeado del Tetramorfos).

Esta última parte ha sido de despedida. En puente Fitero nos han adelantado las chicas catalanas ciclistas. En Frómista, donde conocemos a Francesco (Milano, Italia), dejamos a Antonio (Almería), con un problema en un pie, y a Antonio y Silvia (Roma). Ya no vemos a Daniel que ha tenido que volver sobre sus pasos por un olvido.

Hemos atravesado el universo peregrino -un universo de libertad- cargados con los años y el peso de la mochila, reparando el cuerpo en un trabajo de Sísifo, con las ampollas en el punto de fuga de la andadura, caminando en distintas lenguas, entregándonos dócilmente al camino con los pasos marcando las pautas del tiempo, estimulando el ardor peregrino con el ánimo de los demás. Nos hemos sumado a las generaciones de personas continuándose en un mismo empeño, a la larga cadena humana que sigue la capacidad de fabulación de este mito colectivo por un camino que conduce a una estrella, al faro de esperanza al Oeste. Todos, como León el Africano (Amin Maalouf), decimos: “no procedo de ningún país, soy hijo del camino”.


 “Yo no viajo para llegar a ningún sitio. Lo hago tan sólo por el placer de ir” (Robert Louis Stevenson). En realidad no se trata de llegar, sino de ir; no de encontrar, sino de buscar. No hemos llegado al final, pero aquí es nuestro final, de momento. Nuestras pisadas se han detenido en este lugar. Dejamos la antorcha en otras manos. El Camino vive con la vida de todos los que lo andamos y lleva una inmensa carga de recuerdos y esperanzas. En el albergue de Castrojeriz, en la litera de encima, había un letrero que suscribimos. Con los pies algo heridos por el calor y el roce –sin dolor no hay gloria-, volvemos a casa donde trataremos de superar el estrés postraumático, el vacío posterior. El cuerpo se ha hecho presente, pero la mente no se ha reunido con él todavía. 
Pepe acaba como si nada

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