jueves, 24 de agosto de 2017

Pasarelas de Montfalcó y Congost de Mont-rebei. (I)

Ya habíamos recorrido el Congost de Mont-rebei en otra ocasión (ver artículo sobre Montañana, Huesca) y ahora surge la ocasión de unirlo a la nueva ruta de las pasarelas de Montfalcó. Las dos son lineales y están enlazadas, por lo que puede iniciarse en cualquiera de los dos extremos. Como a Montfalcó se llega por camino sin asfaltar, decidimos empezar en Mont-rebei, al que se accede desde Puente de Montañana, dirección a Tremp, con desvíos señalizados a la derecha. El punto final para el vehículo es el aparcamiento privado, 5€, que tiene posibilidad de reserva por internet. Es La Masieta (510 m de altitud), en la margen izquierda del Noguera Ribagorzana.

Al otro lado del río, en un cerro dominado por las ruinas del castillo muerto de Chiriveta, el vigilante del Congosto -del que únicamente queda una torre circular de dos pisos en lo alto de la sierra de Mongay-, aparece la románica ermita de Nuestra Señora del Congosto, cuya imagen se conserva en la Parroquia de Puente de Montañana. Ambos datan de mediados del s. XI, coincidiendo con el periodo de Reconquista, y constituyen un oasis de arte en un desierto de piedra.

En la dirección que tenemos que caminar el valle se entrega abierto, a la vista, y al fondo, en la sierra del Montsec -la primera gran formación del Prepirineo de esta zona-, se ve la puerta en la roca, la sierra cortada por el río que ha creado un paisaje vertical, el desfiladero de Mont-rebei, un cañón que tiene hasta 500 m de altura en algunos puntos y con lugares donde la anchura no pasa de 20 m. Está atravesado por un camino de herradura excavado en la roca caliza, con pasamanos y miradores. Es, como dijo C.J.Cela, uno de los caminos del río, que son los que unen, puesto que las montañas separan. Este mundo de roca es el hábitat ideal para rapaces (halcón peregrino, buitre leonado, alimoche, águila real, búho real, quebrantahuesos) y en el río hay nutrias. La vegetación se compone de robles en las umbrías y vegetación mediterránea (encina, boj, matorral) en las solanas; además hay endemismos como la corona de rey y la oreja de oso, plantas que viven en las fisuras de las rocas en sustratos calcáreos.

El primer tramo de la ruta, de menos de dos kilómetros, es por campo abierto -con encinas y boj en las laderas y frondosas en el fondo del valle- hasta cruzar un puente colgante, de silueta grácil y firme, que se bambolea al pasar, sobre todo si lo hacen varias personas a la vez. Le sigue un trecho de pasos tropezantes, con mal piso, sirga en la roca, talud no muy pronunciado y vegetación. Hacia atrás se aprecian las curvas del río antes de encajarse en la roca. Así se entra en este mundo vertical, con los tonos grises de la caliza punteados del verde de alguna planta y animados con el atractivo verde del río. Este tramo, con un pequeño túnel, es casi recto, y llano, por lo que se ve bien en toda su longitud. Incluso hay algunos bancos para disfrutar de unas vistas inmejorables mientras nos embarga un placentero sentimiento de libertad e independencia, de ausencia de ataduras. Un escalofrío emotivo recorre la piel, se siente en el espinazo la circulación de una descarga eléctrica y se nota una cierta sensación claustrofóbica.

A los 3,5 km el valle vuelve a abrirse sobre el embalse de Canelles y en las laderas aparece de nuevo el verde oscuro de encinas y boj hasta el límite que alcanzaron las aguas. El sendero asciende en fuerte repecho hasta el punto más alto, desde el que se ven las pasarelas, al otro lado del río. La vista va despejando el camino con anticipación. La senda acosada por el bosque; el muro verde del bosque limita la vereda –los árboles hijos de la roca- durante una parte del descenso, después los árboles ralean y la trocha se precipita hasta el puente colgante que cruza el Congost de Seguer, de 35 m de anchura. Estamos en el límite entre Lleida y Huesca, a los 4,5 km de recorrido. Veníamos a la sombra, pero el sol acaba de librarse de los montes de la margen izquierda y cae de lleno sobre nosotros.

Este puente-pasarela es más estrecho y se bambolea más que el anterior. Apoyados en las sirgas que hacen de pretil, asomados al vacío, contemplamos la espada verde-azul del río que corta la tierra, su quietud. Es el río de la civilización: antes abierto, ahora cerrado. Más abajo se ha puesto fin a su bravura, se han domado sus rebeldes e indómitas aguas; ha cambiado de carácter y personalidad al perder su brío. Pero el río, torturado por los riscos, consumó su victoria sobre la roca. La suavidad líquida del río, su lentísimo pulimento, labró esta estrechura entre las peñas demostrando la fuerza telúrica del mundo fluvial. Las tranquilas aguas copian los paredones calizos que las aprisionan.

Separadas por el río y unidas por el puente, así están las dos partes del recorrido. Entramos en la segunda, en Huesca. La trocha, apenas abandona el puente, se encrespa, coge fuerzas, y comienza a trepar hacia la cima acompañada de su escolta vegetal. La caliza del suelo está desgastada por el paso y las rampas son duras hasta que, de improviso, nos encontramos con el inicio de las primeras escaleras. Es un tramo de 50 m de desnivel, recorrido por tramos de rampa y otros de escalera que zigzaguean adosados a la pared, con postes y sirgas que hacen de barandilla. También hay lugares con sirga en la pared. Saboreamos el lento descenso.

Abajo, en un tramo de bien marcado sendero, entre vegetación arbustiva y algo de arbolado, hablamos con unos de Zaragoza, que nos cuentan el siguiente tramo de escaleras al que se llega después de unos pequeños declives. Tiene 33 m de desnivel y la particularidad de que es más lineal, pero en curva, que no se ve todo el recorrido. La sensación es diferente respecto al tramo anterior. Al terminar las escaleras quedan unos dos kilómetros hasta el refugio (780 m de altitud), pasando por una antigua edificación agrícola, el Corral de la Viña, por el barranco de la Tartera –pinos, olivos y madroños- y, ya cerca del pueblo, por el antiguo lavadero y la fuente –una de las escasas existentes-, con numerosos paneles que ilustran sobre la fauna y flora del lugar. Han sido 8,5 km, 2,5-3 horas, con un desnivel acumulado de 463 m de subida y 560 de bajada. Y queda la vuelta.



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