miércoles, 9 de agosto de 2017

Camino de Santiago: Burgos.


Cervantes decía que “Tres cosas hacen a los hombres discretos: letras, edad y camino”. Hay espíritus a los que se les quedan pequeñas las fronteras de la vida cotidiana, que sienten la necesidad de sublimar una existencia hedonista, de conseguir paciencia, autodisciplina y generosidad, de vivir una vida que conecte con la de los otros, de experimentar emociones pseudoaventureras. Al atractivo místico del viaje –que se parece al cumplimiento de un destino literario al que damos un tratamiento idealizado- se suma la llamada del Camino, así que, aunque sean pocos días, volvemos de nuevo.

Salimos de Burgos temprano, a oscuras el campo, el Camino ciego. Es noche cerrada y hasta las 7:00 h no llega el amanecer que alarga las sombras. Esta será la marcha de todos los días. Pasamos por el Barrio de San Pedro (hospital de Alfonso VI) y, dejando a la izquierda el Monasterio de las Huelgas y el Hospital del Rey (Alfonso VIII), cruzamos el Arlanzón por el puente de Malatos (hospital de enfermos contagiosos) y seguimos por el parque del Parral. La carretera va a Villalbilla de Burgos, que queda a la izquierda. Por la derecha se cruza la autovía y, después, el Arlanzón por el puente del Arzobispo. En los campos hay cigüeñas blancas y la vegetación de ribera –chopos, sauces, alisos- que acompaña al río gira a la izquierda. Paramos un momento junto a los carrizos y espadañas de la orilla.

En Tardajos (Alterdallia, Otero de Ajos en el Liber sancti Jacobi), por donde pasaba la calzada Clunia-Julióbriga y donde hubo un hospital, desayunamos antes de seguir por la carretera hasta Rabé de las Calzadas. En medio de los dos pueblos se cruza el río Urbel –famoso por su fauna y sus molinos- que sirve de drenaje al acuífero de la zona, integrado por materiales calcáreos, y que forma muchos meandros al pasar por este terreno blando, produciendo inundaciones que hacían difícil el cruce. De esta dificultad nació la letrilla: “De Rabé a Tardajos, no te faltarán trabajos. De Tardajos a Rabé, libéranos dominé”.

Rabé se situaba en la intersección de la calzada y el Camino y conserva la portada románica en su iglesia parroquial de Santa Marina. Desde Burgos ha habido mucha vegetación de ribera, pero ahora disminuye hasta casi desaparecer. El paisaje está ocupado por amarillos campos de cereal cosechados. Campos inundados de luz en el aire abrasado, cuya ondulante línea corta el horizonte. Un ascenso suave hasta el páramo, con la única nota de color verde de la fuente de Praotorre a la derecha, nos lleva hasta la vista de Hornillos del Camino (Furnellos), a donde se llega tras brusco descenso, la cuesta de Matamulos, y cruzando el río Hormazuelas.

Es un típico pueblo-sirga, donde hubo una comunidad benedictina relacionada con un monasterio francés y un lazareto o leprosería. La calle contiene muchas casas de piedra de buen aspecto y esta vez hay más albergues y restaurantes que la vez anterior. Nos quedamos porque, como dijo Séneca desterrado en Córcega, “toda la tierra es patria”. Al irnos, nos despide el gallo en lo alto de la fuente, en la plaza de la iglesia. Se sale en subida, por camino ancho, hasta el llano del páramo. Lejos, a ambos lados, hay molinos de viento. De nuevo se baja hasta el arroyo San Bol, donde hay albergue, antes de volver a subir. Sólo alguna pequeña arboleda verde mancha la llanura amarilla, tostada por el sol. La tierra es seca y aterronada. Un mar de tierra. Caminamos bajo la dulce paz del campo, ese sosiego que derrama la madre naturaleza en nuestro espíritu, sintiendo el alma sin edad de las piedras y la tierra sin vejez de los campos. En otra bajada brusca aparece Hontanas, con muchos albergues. Se deja a la derecha la ruina de San Miguel, a modo de monolito, y se desciende hasta la carretera acompañados por algunas hileras de chopos.

Siguiendo el arroyo Garbanzuelo se llega a las ruinas del convento de San Antón, que fue preceptoría de los hermanos Hospitalarios de San Antonio, s. XII, que curaban la erisipela o fuego de San Antón, o fuego sagrado –erupciones cutáneas-, y el mal rojo de los cerdos. Una T –tau- queda visible bajo una ventana. Por el doble arco gótico, s. XIV, -con una alacena para depositar alimentos para los peregrinos que llegaban de noche-, bajo el que pasa el Camino continuamos hacia Castrojeriz que muy pronto queda a la vista. El desafío del horizonte resulta ineludible.

Es otro pueblo-sirga típico, muy alargado. Su origen, como el de Burgos, puede estar en el castillo, muñón arruinado que vigila el valle desde un cerro, erguido como una aguerrida presencia. Se tienen noticias desde Alfonso III, aunque su nombre –Castrum sigerici- sugiere algo anterior, visigodo. En el s. XV tuvo cuatro hospitales y varios conventos de órdenes mendicantes. Se pasa por la Colegiata de la Virgen del Manzano (transición al gótico, talla del s. XIII, Alfonso X la nombra en las Cantigas) y se continúa hasta la plaza a la sombra de las piedras arruinadas del castillo. Comemos en la Casa Cordón, donde hemos estado otras veces, que ahora también tiene albergue.

Paco-Lía-Pepe-José Luis- Giancarlo
El valle del río Odra era inundable como el del Urbel. Se cruza por un largo puente medieval, antes de la dura subida a la meseta de Mostelares. Toda la poética de las guías se estrella contra la realidad de la cuesta. Es un camino en nuestra vida largo, árido, duro, que aceptamos con indomable perseverancia. Los pasos se graban en el polvo y hay momentos en que la mochila parece contener todo el peso del mundo. El viento y un aliento de esperanza nos refrescan hasta la cima. Una fuerte bajada nos devuelve al llano y a la fuente del Piojo en medio de la monotonía de cereal cosechado y girasol de los campos. A la derecha queda Itero del Castillo, donde hubo una casa de la Orden del Hospital de San Juan de Jerusalén y otra del noble castellano Nuño Pérez de Lara, siendo quizá uno de sus restos la ermita de San Nicolás.

Nuria-Silvia-Imma
Estos tramos son de paisaje. No hay muchos elementos artísticos señalados. Pero aunque los hubiera, lo mejor del Camino siempre son las personas que conocemos y con las que “convivimos” unos días. Trashumando el Camino se vive un mundo de amistades instantáneas, aunque efímeras. En Hornillos conocimos la consideración de Laura (Canadá), la simpatía de Paco (Valencia), la expresividad de Lía (Italia) y la espiritualidad maratoniana de Giancarlo (Cerdeña, Italia). En las ruinas de San Antón hablamos con dos catalanas de Girona. En Castrojeriz apreciamos la introversión de Daniel (Illescas, Toledo), la espontaneidad de Antonio (Almería) y trabamos amistad con la jovialidad de Antonio y Silvia (Roma, Italia). En el restaurante Casa Cordón conocimos a las intrépidas y jovencísimas ciclistas, Nuria, Silvia e Imma, catalanas de Vich (Barcelona).


Silvia-Antonio
La fuerza de andar este Camino –que nos separa falsamente del mundo- parece privilegio de elegidos que unen fraternalmente sus corazones, que no laten de envidia ante la alegría de los otros. La metamorfosis del Camino consiste en la exaltación de las virtudes de la amistad y sacrificio por el compañero durante el viaje, en los vínculos de solidaridad entre peregrinos. Algunos andan guiados por el coraje que infunde un alto propósito, pero el Camino –como la vida- tiene distintos significados para cada persona. 


No hay comentarios:

Publicar un comentario