lunes, 31 de julio de 2017


San Juan de la Peña (II): Monasterio bajo o viejo.

 



La planta baja está formada por la Sala de Concilios y la iglesia mozárabe. La primera, que fue el

dormitorio común, es una estancia con la escasa iluminación que penetra a través de estrechas aspilleras, dividida en espacios rectangulares mediante grandes arcadas apoyadas sobre cuatro pilastras cruciformes que sostienen las bóvedas de cañón. Es de mediados del s. XI y después quedó convertida en una especie de cripta. La iglesia mozárabe es la parte más antigua, quizá de la segunda mitad del s. IX, de estilo mozárabe de tradición visigótica, tiene dos pequeñas naves, prolongadas en el s. XI, terminadas en ábsides rectangulares excavados en la roca y comunicadas por doble arco de herradura sobre columna única, a modo de ajimez. A destacar los frescos románicos del s. XII, del maestro del panteón de San Isidoro de León.


 

En el s. XI se construyó encima un nuevo monasterio. Se inicia por el Panteón de Nobles, un ancho
pasillo con techo de roca con un muro que tiene, semejando los columbarios romanos, dos hileras de nichos sepulcrales, 13 en el cuerpo superior y 11 en el inferior, con lápidas semicirculares enmarcadas por decoración románica, como el ajedrezado jaqués que, en forma de imposta, recorre el panteón y enmarca cada nicho. La mayoría de los nichos están ornamentados con una cruz o crismón, como la cruz de Íñigo Arista y, en algunos, figuras femeninas, como cariátides, sostienen la estructura arqueada de los nichos. Una lauda es muy interesante: se trata de la resurrección del alma que, en forma corpórea y enmarcada en una mandorla, es alzada hacia el cielo por dos ángeles mientras, en la parte baja, borroso, el cadáver está en el ataúd mientras se celebra el funeral. Los nichos de la parte baja tienen otra ornamentación basada en animales como una leona, imagen recurrente de la simbología funeraria en la Edad Media o un grifo, animal mitológico cuya leyenda se emparenta con la resurrección del alma.

 

La parte de enfrente está formada por restos de dependencias monásticas y en la pared que cierra
está la sepultura más moderna, la del conde de Aranda, del s. XVIII. Al lado está la puerta por la que se accede a la
iglesia nueva, románica del s. XI, con un primer tramo cubierto por la roca en la que se han excavado los tres ábsides semicirculares, mayor el central, decorados en el interior por arquerías ciegas. El segundo tramo está cubierto por bóveda de cañón reforzada por arcos fajones sobre pilastras. 


 

En perpendicular al muro del Evangelio se abre el Panteón de Reyes, que funcionó como sacristía
y tiene planta en L. El tramo más largo, el perpendicular, limita con el Panteón de Nobles, es del tiempo de Carlos III y tiene cuatro relieves de estuco: batalla de Aínsa con la cruz de Sobrarbe, batalla de Arahuest con la cruz de Íñigo Arista, sitio de Huesca y jura de los reyes de Aragón. Enfrente están la mayoría de los reyes aragoneses hasta Pedro I, tras laudas sepulcrales de bronce del s. XVIII.

 

De la iglesia se sale por una puerta de arco de herradura, típicamente mozárabe, que procede de
la parte baja del monasterio. En las dovelas de la puerta hay una inscripción en latín del s. XII: “La puerta del cielo se abre a través de ésta a cualquier fiel, si se aplica en unir a la fe los mandamientos de Dios!” El muro exterior de la iglesia está convertido en un museo epigráfico, acribillado por lápidas funerarias en las que constan nombres, cargos y fecha de la muerte de monjes, una forma de luchar contra el tiempo que continúa el culto a la muerte, uno de los valores de la Edad Media, de este panteón que custodia los restos de reyes y nobles.

 

A continuación está el magnífico claustro, sin techo, el lugar más impresionante, que tiene diez
arcadas en las crujías Norte y Sur y seis en las otras dos. La Norte desapareció en el gran incendio de 1675 y la Este está muy deteriorada. Los capiteles, que muestran una historia ilustrada, pueden clasificarse en dos grupos. El más antiguo, de finales del s. XI, presenta temas animalísticos y afinidades con la escuela languedociana.

 

El otro grupo, unos 20, son de mediados del s. XII, fechados entre 1145 y 1175, obra del Maestro de San Juan de la Peña, descubierto en una columna de la iglesia de Santiago de Agüero. Las características más reseñables de su obra son los ojos grandes y abombados, las manos grandes y explicativas de la acción, la cabeza desproporcionada, etc. Representan escenas del Génesis y del Nuevo Testamento: Creación, Tentación y Castigo de Adán y Eva, Caín y Abel, Anunciación, Visitación, Natividad, Anuncio de los Pastores, Sueño de San José, etc.

 

A la izquierda, saliendo de la iglesia, queda la capilla de San Victorián, s. XV, fundada por el abad
Marqués, que lo había sido del monasterio de San Victorián –en el Sobrarbe- y está enterrado en el muro de la epístola. Tiene una bella portada de estilo gótico florido, con cinco arquivoltas decoradas, y bóveda de crucería. En el otro extremo del claustro está la capilla de los Santos Voto y Félix, del s. XVII, que tiene menor interés artístico.

 


Aquí, bajo la roja desnuda, se siente la fuerza telúrica, la atracción de la tierra que hace de este lugar un enclave mágico y misterioso al margen del arte que lo rodea. A los hechos ya registrados por la historia, al conocimiento histórico y al interés por el pasado se suma una intuición espontánea que nos acerca a lo que fue la vida aquí, a una reflexión sobre el pasado y el tiempo desbordando los planteamientos tradicionales que se dan en otros lugares antiguos, sagrados pero ya muertos, con su destino petrificado, sin poder escapar de su cuerpo de piedra. Este lugar de sonoras evocaciones, carente ya de su sentido antiguo pero con un gran valor presente, es visto ahora como si fuésemos llevados en sentido contrario por dos corrientes del tiempo, pero, por unos momentos al menos, algo nos acerca a estas venerables piedras y la emoción sube a la garganta.

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