San Juan de la Peña (I): Historia.
El río Gallicum, el río francés o el que va a las Galias,
el río Gállego -hasta donde quiso extender las fronteras de Euzkadi el Consejo
Nacional Vasco, en el exilio tras la Guerra Civil, en pago por la colaboración
de su servicio de información con franceses e ingleses- nos guía al principio,
hasta que nos desviamos hacia el monte Pano, hasta el monasterio de San Juan de
la Peña, cuyos orígenes están unidos al del reino de Aragón. Antes pudo haber
un santuario pagano en honor de la Naturaleza y pudo estar ocupado por los
primeros eremitas cristianos. La leyenda aparece en forma de historia de los
albores del s. VIII, cuando Voto, de cacería, estuvo a punto de caer por el
precipicio y se salvó al invocar a San Juan Bautista, que daría nombre al
monasterio. Abajo vio el cadáver de Juan de Atarés, al que enterró, viniendo
posteriormente con su hermano Félix.
El primitivo condado del valle de Hecho (monasterio de
San Pedro de Siresa) se fue extendiendo al de Ansó, a la Canal de Berdún a
principios del s. X (monasterio de Santa María de Fuenfría, castillos de Atarés
y Senegüé) y el valle medio del Gállego, siendo de la mitad de este siglo el
núcleo primitivo del monasterio. Tras la ocupación por Sancho Garcés I de
Pamplona, el testamento de Sancho III el Mayor de Navarra dio nacimiento al
reino de Aragón mediante la unión de los condados de Aragón, Sobrarbe y
Ribagorza. Sancho Ramírez y Pedro I lograron la legitimidad de la dinastía al
colocar al reino bajo la protección de la Santa Sede y donaron al monasterio,
que tras los ataques de Almanzor había sido refundado por Sancho III el Mayor
en 1025, patrimonio y rentas, introduciendo en 1028 la regla de San Benito y en
1071 el rito litúrgico romano, abandonando el toledano. A finales de este siglo
XI se trajeron desde Almería los restos de San Indalecio, ahora en Jaca, a
quien se rogaba por la lluvia.
Los siguientes siglos ya no serían tan prósperos para el
monasterio. Las donaciones regias a los monjes cistercienses y a las órdenes
militares provocaron la crisis del s. XII. En el s. XIII siguió la crisis a
pesar de la protección de Jaime I y, a fin de siglo, de Jaime II, y de ser
mitrado su abad. En el primer tercio del s. XIV se fueron despoblando algunos
términos y en 1375 se produjo el primer gran incendio que originó nuevas
condiciones para la vida monástica. En 1399, el Santo Grial –encomendado por
Sixto II en 258 a su diácono Lorenzo, quien lo envió a Huesca, su ciudad natal,
y que fue traído para esconderlo de los musulmanes por el obispo Auduberto- fue
llevado por Martín I el Humano a Zaragoza. En el s. XV estuvo vacante el cargo
de abad, gestionado directamente por Benedicto XIII, lo que se aprovechó para
destinar sus rentas a la restauración, y en 1494 se produjo el segundo gran
incendio. En 1571 se refundó la diócesis de Jaca con propiedades del monasterio
lo que originó otra gran crisis, indicando un informe de 1573 el estado de
ruina del monasterio. El Conde-Duque de Olivares se llevó muchos libros en 1626
y en 1675 otro gran incendio acabó con el monasterio, junto con la humedad y la
caída de piedras. Se pensó en el traslado y en 1676 se puso la primera piedra
del monasterio nuevo.
El monasterio, a 1.180
m de altitud, se encuentra escondido bajo una enorme roca, bajo un enorme
voladizo pétreo en el interior de una cueva, rodeado de espesa vegetación y con
poca luz solar debido a su orientación. Su situación es impresionante. La
enorme roca que lo cobija está formada por conglomerado –al que los montañeses
llamaban almendrón-, fragmentos de piedras de distintos tamaños unidas por un
cemento de tipo arcilloso, que se formó en largo proceso en el que los
ríos pirenaicos erosionaban en la parte alta de las cumbres y depositaban en
las depresiones de los valles, modelándose y compactándose los materiales en el
trayecto. La visión actual es el resultado del plegamiento producido en la
Orogenia Alpina y la posterior acción erosiva de los agentes medioambientales
que provocó la inversión del relieve.
La riqueza del bosque mixto es el reflejo del cruce de
influencias atlánticas y mediterráneas y se traduce en pinos, álamos temblones,
quejigos e incluso algún haya y sotobosque de bojes, rosales silvestres, acebo
y enebro. El nombre de este último, que ama el sol y coloniza los claros y
bordes del pinar, deriva del celta Jeneprus, rudo, áspero, por sus hojas
puntiagudas; con su fruto se hace la ginebra y se obtenía un aceite usado como
antiséptico; su madera tiene resina e impregna con su aroma el aire. Las rocas
sirven de espléndido hábitat para aves rupícolas como quebrantahuesos, buitre
leonado, alimoche, águila real, águila perdicera, halcón peregrino, cernícalo.
En este lugar se mezclan cultura y paisaje. Unamuno: “En
aquel refugio, casi caverna, bajo la pesadumbre casi visual de la peña colgada,
se le cernía a uno encima una argamasa de relatos históricos, de leyenda”. “Los
monjes escribían en paz hechos de guerra, y al escribir historia la hacían. Que
el hecho histórico es espiritual y consiste en lo que a los hombres se les hace
creer qué queda de lo que pasó en la leyenda”.
Se rigió por el precepto benedictino aunque fue un caso
particular y tuvo privilegios. Los monjes recibían rentas de las tierras de
labor asignadas al monasterio por lo que estaban exentos de trabajos agrícolas
o ganaderos y podían dedicarse, algunos, a labores intelectuales como copiar
códices en el escritorio y trabajar en pergaminos, siendo una Biblia del s. XI
lo más destacado. Tenían un dormitorio común, tendían a ser autosuficientes, no
eran pobres y no siempre respetaban el silencio. Debían guardar clausura pero
se iban temporadas en invierno. Vestían un hábito pardo o negro sin adornos,
pero tenían trajes lujosos para las ceremonias religiosas, en las que había una
atmósfera de sublimación espiritual.
Muy cerca está el Camino de Santiago Aragonés, que
recorre el trayecto desde los puertos de Aspe –entrando por Somport- hasta
Puente la Reina en Navarra. Es la Vía Tolosana. Hasta el año 1000, a pesar del
gran inconveniente que suponía su altitud de casi 2.000 m, lo que lo hacía
infranqueable durante varios meses, el paso más utilizado fue el que bajaba
desde el Puerto del Palo a Siresa y Hecho, aprovechando la calzada romana que
comunicaba el Bearne con Zaragoza y que descendía hasta Berdún. Desde mediados
del s. XI, se hizo más frecuente el camino de Somport, a donde se llegaba desde
Arlés, Toulouse, Auch, Pau y Oloron, y se fundó el Hospital de Santa Cristina,
uno de “los tres hospitales del mundo”.
El camino descendía desde Somport por Canfranc –Campo Franco-,
lugar fronterizo donde se cobraba peaje por entrada y salida de mercancías,
aunque los peregrinos estaban exentos. Aquí hubo albergue de peregrinos desde
1095. Por Villanúa y Castillo se llega a Jaca, al Banco de la Salud. Una
bifurcación a la izquierda llegaba a San Juan de la Peña y, por la derecha del
río Aragón, a Santa Cilia y Puente la Reina de Jaca (en las proximidades estuvo
la sede regia de Astorito). Desde aquí el Camino se dividía en dos ramales: por
la izquierda Arrés, Martes, Artieda, Ruesta, Undués de Lerda, Sangüesa; por la
derecha Berdún, Asso-Veral, Sigüés, Escó, Tiermas (baños reales), etc.
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