Museos Thyssen y Picasso de Málaga.
Estando en Antequera, se hace imprescindible una visita a
Málaga. Una excusa perfecta puede ser la visita a alguno de sus museos. Desde
las estaciones, de Autobuses y de Renfe-María Zambrano, se sale por la Plaza de
la Solidaridad hacia la Avenida de Andalucía, se cruza el río Guadalmedina
(Puentes de Tetuán y de la Misericordia) y por la Alameda Principal -en obras
por el Metro- se llega a la altura de la famosa y comercial calle Larios que recorro hasta la Plaza de la Constitución.
El museo Thyssen
está muy cerca, en pleno centro histórico, en el rehabilitado Palacio de
Villalón, s. XVI. Su recuperación ha permitido poner en valor una parte
fundamental de la arquitectura renacentista malagueña, asentada sobre la urbe
romana e inserta en la trama musulmana. La portada renacentista da entrada al
patio principal sobre el que se estructuran las plantas. Lo más destacado son
los artesonados y armaduras de lacería
de sus salones, con obras del s. XVII español.
A través de más de 250 obras ofrece un recorrido que
comienza con una selección de maestros antiguos, entre los que destaca Zurbarán (Santa Marina). Siguen los
principales géneros de la pintura española del s. XIX y comienzos del XX, con
especial representación de la pintura andaluza decimonónica, divididos en tres
apartados.
El primero es Paisaje
romántico y costumbrismo. Esta sección muestra los grandes cambios que
experimenta el paisaje como género pictórico durante el Romanticismo,
convirtiéndose Andalucía en la quintaesencia de la imagen romántica de España,
una imagen estereotipada que sugestionó a los pintores españoles deseosos de
consolidar su propia identidad y de abastecer el rico mercado internacional de
pinturas de tema andaluz. Hay obras de los Domínguez Bécquer, de Cabral Aguado Bejarano (En la romería de
Torrijos), etc.
El segundo apartado se refiere a la Pintura naturalista. El gusto artístico se modifica, durante la
segunda mitad del s. XIX, de la mano de Mariano Fortuny, que cultiva una
pintura de pequeño formato, colorista, cuidadosa de los detalles y de tema
amable. Es una pintura preciosista, de alta calidad técnica. Carlos de Haes
reacciona frente al romanticismo e interpreta el paisaje de modo realista y del
natural. También abundan las marinas. Artistas importantes son José Benlliure (El carnaval de Roma),
Raimundo de Madrazo, etc.
La exposición permanente termina en el tercer apartado, Fin de siglo. El género del paisaje se
renueva de la mano de Aureliano de Beruete y la escuela valenciana, con la
aspiración a la modernidad, luminosa y optimista, de Joaquín Sorolla o la
presencia cosmopolita de Darío de Regoyos. Gran éxito internacional alcanzan la
esencialidad de las viejas almas castellanas representadas por Zuloaga o las
trágicas y eróticas andaluzas de Julio Romero de Torres. Otros autores
señalados son Ramón Casas (Julia),
Anglada-Camarasa, etc.
También hay una exposición temporal, dedicada en este
caso a “La apariencia de lo real”, en
la que se aprecia el enriquecimiento de los recursos técnicos, desde el
trampantojo barroco hasta el hiperrealismo, que persiguen atrapar no sólo la
apariencia de lo real, sino su esencia. A través de “Naturalezas vivas” (búsqueda
de sensaciones táctiles y sugerencias espaciales), “Realidad figurada” (figuras
que desbordan el marco y dialogan con el espacio que les rodea), “Luces
interiores” (espacios domésticos, de intimidad, representados a través de la
perspectiva y la luz) y “A pleno sol” (vistas urbanas, espacios vacíos de
aspecto fotográfico. Antonio López, El
Campo del Moro), la exposición es un intento de capturar la luz en detalles
concretos y en sorprendentes ambientes).
Vuelvo a la Plaza
de la Constitución, tomo un estupendo zumo de naranja con churros, y
callejeo, pasando por la monumental catedral en dirección a otro museo,
Picasso, donde hay mucha gente pero la cola va rápida y me entretengo en
admirar un magnífico artesonado. Este museo responde al deseo de Pablo Picasso
de que su obra estuviera presente en la ciudad en la que nació en 1881 y su
creación se debe a Christine y Bernard Ruiz-Picasso, nuera y nieto del artista,
que donaron 233 obras que constituyen los fondos. Después de varios retrasos,
fue inaugurado en 2003 en el palacio de Buenavista y en este año, 2017, se ha
renovado, ganando en cercanía y conocimiento acerca de la obra.
La exposición está estructurada de forma cronológica,
revelando la extensión del trabajo del
artista a lo largo del tiempo, su versatilidad y su constante vocación por
explorar las posibilidades expresivas de cualquier soporte. Al nuevo recorrido
se han incorporado obras como “Restaurante” (1914, óleo pegado sobre cristal), “Las
Tres Gracias” (clásico y monumental), “La siesta” (1932, formas redondeadas y
colores suaves característicos de los años treinta), “Cabeza de toro” (1942,
realizado con el manillar y el sillín de una bicicleta).
Todo el conjunto conforma una narración expositiva que
comienza por los años de su formación, pasa por los grandes momentos
estilísticos y temáticos de su trayectoria –cubismo, mediterráneo, retrato,
etc.- y termina con la reinterpretación de los grandes maestros. El recorrido
se hace a través de obras significativas como “Retrato de Lola” (María
Dolores Ruiz Picasso, 1894, Picasso tenía 13 años, sofisticación de los
detalles), “Cabeza de mujer” (1906-7,
poco antes de terminar Las señoritas de Aviñón, comparte rasgos con un célebre
autorretrato), “Frutero” (1919,
naturaleza muerta con fondo neutro como forma de crear el espacio, reproduce
los procedimientos de collage que había utilizado con anterioridad).
“Las tres Gracias”
(1923, encarnación de belleza, amor o fertilidad, revisión de la iconografía
clásica en los años 20, formato monumental), “Bañista tendida” (1931, el tema de las bañistas es habitual por su
interés en el fluir y en el mar, cercanía a los principios surrealistas,
ausencia de rasgos de personas específicas), “Mujer con los brazos levantados”
(1936, conoce a la fotógrafa Dora Maar, que fue su compañera, es la celebración
de un nuevo amor pero con una intensidad nueva, anunciando los retratos llenos
de emoción de Dora llorando, debido a que el estallido de la guerra en España
le afectó profundamente), “Busto de mujer
con los brazos cruzados detrás de la cabeza” (1939, la pintó en Royan,
costa atlántica, poco antes de iniciarse la Segunda Guerra Mundial, se la
identifica con la mujer que llora en sus obras de esa época).
“Cabeza de toro” (1942, poder de transformación de dos objetos
comunes, reconocibles, generando casi un poema visual), “Naturaleza muerta con gallo y cuchillo” (1947, mensaje mixto entre
vulgar escena de cocina y sacrificio ritual o alegoría de la necesidad de
matar, se potencia la sensación de profundidad mediante la convergencia de dos
planos), “Cabeza de fauno” (1948, la
cabeza ocupa todo el centro de la fuente de barro, además de los faunos también
usó con estos platos temas de la primera época como la tauromaquia), “Jacqueline
sentada” (1854, retrato de su esposa, homenaje a Matisse).
Después de tanto arte, paseo por el Teatro Romano, a los
pies de la Alcazaba, Palacio de la Aduana, Ayuntamiento, Paseo del Parque
adelante hasta el Centro Pompidou y la vista del puerto. A la vuelta, comida
por el centro, fin de la visita y regreso.
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