jueves, 6 de julio de 2017

El Torcal de Antequera.



Este paraje natural, de protección especial, se sitúa en el municipio de Antequera, zona centro de la Provincia de Málaga, formando parte del arco calizo de las sierras subbéticas, uniéndose por el Sur a la Sierra de las Chimeneas al Oeste y a la Sierra de las Cabras al Este. El origen de este Karst se debe a la acumulación de esqueletos y caparazones de animales marinos depositados en capas horizontales en el fondo del extenso mar de Tethys, que ocupaba la región entre la Meseta Ibérica y Sierra Nevada, en el periodo Jurásico cuando los dinosaurios caminaban sobre el planeta, hace 200 millones de años.

Durante la Orogenia Alpina, estos sedimentos carbonatados acumulados en ese extenso mar, convertidos en rocas calizas que componen la naturaleza misma del Torcal, fueron comprimidos, deformados y fracturados por el descomunal empuje, dirección N-S, de la placa africana sobre la ibérica, emergiendo lentamente en un proceso continuado. A pesar de ascender más de 1.000 m sobre las aguas, conservan buena parte de su horizontalidad, pero las espectaculares formas no surgieron tal cual de las profundidades. Las calizas quedaron expuestas a los agentes atmosféricos, y la acción lenta y continuada de las aguas de lluvia, la nieve, el viento, provoca que se disuelvan y erosionen, ocasionando fracturas o fallas, grietas (diaclasas) que se transforman en callejones o corredores, formándose en su intersección hoyos o dolinas (sinónimo de Torcas).

El conjunto queda sometido a un proceso de erosión característico generando un peculiar modelado denominado Karst o paisaje kárstico, que puede ser superficial o subterráneo, por infiltración del agua, existiendo una enorme riqueza en simas, formas subterráneas y cuevas, como la del Toro. El karst se comporta como una esponja, haciendo circular el agua por su interior a través de una intrincada red de fisuras para evacuarla por su parte baja, en contacto con materiales impermeables, en forma de manantiales. La gelifracción o erosión de la roca por acción del agua helada, junto con la disolución diferencial de las distintas calizas por ataque químico del CO2 atmosférico presente en el agua de lluvia, y por la alternancia en algunos puntos de la caliza con otras capas de margas y arcillas, han modelado multitud de formas en las rocas, produciendo un museo de esculturas, como El Tornillo, logotipo del Paraje.

Este paraje, de duro aspecto mineral, ha estado poblado desde antiguo. La presencia humana está atestiguada en los restos neolíticos de varios yacimientos, el más importante la Cueva del Toro. Los restos romanos apuntan al uso en cantería de los recursos geológicos del lugar, usándose las calizas para la construcción de villas próximas (Antikaria, Osqua y Nescania). De la presencia árabe queda, además de algunas tumbas, la torre vigía en la sierra de La Chimenea. La ocupación fue permanente hasta el pasado siglo, cuando fue abandonado el único poblado conocido, denominado como Las Sepulturas, pequeños habitáculos de piedra con terrenos de cultivo y apriscos, que demostraban la habilidad de los lugareños en el trabajo de la piedra.

El auge industrial del s. XIX originó un profundo cambio. La extracción de la piedra se hizo intensa, se produjo un intenso carboneo del encinar y se masificó el pastoreo, impidiendo la regeneración natural de la vegetación, lo que se tradujo en el aspecto desolado de muchas partes de la sierra que ahora vemos. Su adquisición por la Junta de Andalucía  y los intentos de regeneración, pueden cambiar su apariencia.

Se deja el coche en el Centro de Visitantes, con área de interpretación de la naturaleza -donde se proyecta un documental-, bar-restaurante, etc. Desde aquí arrancan las sendas de dos itinerarios, ambos señalizados, para recorrer el Paraje: itinerarios Verde (1.440 m, dificultad baja-media, 45 min.) y Amarillo (dificultad media, 2 h., 2.750 m.), coincidentes en dos tramos, inicio y final. En el recorrido se pasa del Torcal Alto, al SO, la mejor zona del relieve cárstico, al Torcal Bajo, menos espectacular pero que contiene restos históricos y culturales relacionados con los poblamientos de épocas pasadas. Los dos están separados por una gran cresta rocosa, Las Vilaneras, con el punto de máxima altura, el Camorro de las Siete Mesas, de 1.336 m.

Se inicia la ruta Verde –coincidente en este tramo con la Amarilla- en el Llano de los Polvillares, junto al Centro de Visitantes y al momento pueden observarse formaciones erosivas, la acción ganadera, la fauna, etc. El sendero, que no hay que abandonar, serpentea entre amontonamientos blanquecinos de rocas por un terreno abrupto y sinuoso que puede no resultar fácil para muchas personas. Algunas formaciones, como la Esfinge, son más identificables. La roca del suelo brilla por el continuo paso y podría resbalar si estuviese mojada. La regeneración de la vegetación es evidente, pero hay más de porte arbustivo que arbóreo. La sombra no abunda y el sol calienta de firme aunque corre un ligero viento.

La llegada al arce (Hacer monspessulanum) de Montpellier constituye un acontecimiento. Este hermoso árbol, de más de 9 m de altura y un tronco de más de 1,5 m de perímetro, es una alegre rareza y está catalogado de Interés Especial. A la izquierda sigue la Ruta Verde, pero yo sigo por la Amarilla. La vegetación parece aumentar, resaltando el verde del blancogris de las rocas. La vegetación climática potencial corresponde a la de un encinar bético basófilo (básico o alcalino), con encinas, quejigos, serbales o arces, pero abundan poco. A cambio, formaciones de espinares y zarzales cubren gran parte del terreno, con madreselvas y plantas de degradación de la orla forestal (espino, zarzamora, rosal silvestre, etc.). Las comunidades vegetales de mayor importancia botánica son las rupícolas, adaptadas a las fisuras y grietas de las rocas, entre las que hay algunas endémicas. En las dolinas aparecen otras comunidades, importantes por su relación anterior con la actividad ganadera, como los pastizales. Y muy importante por su abundancia y por la bella combinación que forma con la roca es la hiedra.

En un momento, la acumulación de zarzales impide el paso. Intento cambiar el rumbo por los alrededores, pero no se puede pasar por ningún lado, por lo que tengo que retroceder sin terminar la Ruta Amarilla. Exceptuando alguna rapaz en pleno vuelo, no veo ningún animal, aunque sí se ven algunos de sus restos. Los más representativos son el zorro y la cabra montés, pero hay muchas aves (águila Real, halcón Peregrino, águila Perdicera, buitres leonados, búho real, mochuelo, cernícalo vulgar, avión roquero, chova piquirroja, etc.), protegidas por una ZEPA, reptiles (lagarto, culebra de escalera, víbora hocicuda) y otros mamíferos (topillo, tejón, comadreja, conejo).

Vuelvo hacia el Arce de Montpellier y giro a la derecha siguiendo de nuevo la Ruta Verde. Hay zonas más llanas rodeadas por vigilantes torreones y un suave descenso al fondo de un desfiladero, la falla de “Los Arregladeros”, rodeado por chimeneas de piedra. Después, tras un tramo algo más difícil, unos pequeños escalones naturales llevan hasta una pequeña explanada y el final. Antes de terminar hay que visitar el Mirador de las Ventanillas, solamente a 100 m, sobre la cabecera del río Campanillas y con una vista excepcional sobre la localidad de Villanueva de la Concepción.

Ensimismado en la vista del Mirador, recuerdo una leyenda. Cuando el infante don Fernando peleaba con los árabes para controlar este estratégico paso entre comarcas, acampó en los páramos próximos a Antequera, frente a los picachos fantasmales de El Torcal. Una noche, una joven vestida con túnica blanca y con larga cabellera se le apareció en sueños y le pidió que no dudase: “Conquista las tierras del sur y que salga el sol por Antequera”. A la mañana siguiente el rey entró en Antequera sin resistencia. Aquella joven era santa Eufemia, que desde el 16 de septiembre de 1410 fue designada patrona de la ciudad.


El viento ha hecho más llevadera la marcha, pero la escasez de arbolado-sombra aumenta la sensación de calor. Vuelvo al Centro de Visitantes, aviso en Información de que la ruta está cortada y hay que abrirla y me dispongo, después de refrescarme, a degustar la fresca porra antequerana, parecida al salmorejo cordobés pero más contundente puesto que al jamón añade atún, tomate, huevo duro, etc. A todas las excursiones hay que buscarles un final adecuado y sabroso y éste, sin duda, lo es. 

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