El Torcal de Antequera.
Este paraje natural, de protección especial, se sitúa en
el municipio de Antequera, zona centro de la Provincia de Málaga, formando
parte del arco calizo de las sierras subbéticas, uniéndose por el Sur a la
Sierra de las Chimeneas al Oeste y a la Sierra de las Cabras al Este. El origen
de este Karst se debe a la acumulación de esqueletos y caparazones de animales
marinos depositados en capas horizontales en el fondo del extenso mar de Tethys,
que ocupaba la región entre la Meseta Ibérica y Sierra Nevada, en el periodo
Jurásico cuando los dinosaurios caminaban sobre el planeta, hace 200 millones
de años.
Durante la Orogenia Alpina, estos sedimentos carbonatados
acumulados en ese extenso mar, convertidos en rocas calizas que componen la
naturaleza misma del Torcal, fueron comprimidos, deformados y fracturados por
el descomunal empuje, dirección N-S, de la placa africana sobre la ibérica,
emergiendo lentamente en un proceso continuado. A pesar de ascender más de
1.000 m sobre las aguas, conservan buena parte de su horizontalidad, pero las
espectaculares formas no surgieron tal cual de las profundidades. Las calizas
quedaron expuestas a los agentes atmosféricos, y la acción lenta y continuada
de las aguas de lluvia, la nieve, el viento, provoca que se disuelvan y
erosionen, ocasionando fracturas o fallas, grietas (diaclasas) que se transforman
en callejones o corredores, formándose en su intersección hoyos o dolinas
(sinónimo de Torcas).
El conjunto queda sometido a un proceso de erosión
característico generando un peculiar modelado denominado Karst o paisaje
kárstico, que puede ser superficial o subterráneo, por infiltración del agua,
existiendo una enorme riqueza en simas, formas subterráneas y cuevas, como la
del Toro. El karst se comporta como una esponja, haciendo circular el agua por
su interior a través de una intrincada red de fisuras para evacuarla por su
parte baja, en contacto con materiales impermeables, en forma de manantiales. La
gelifracción o erosión de la roca por acción del agua helada, junto con la
disolución diferencial de las distintas calizas por ataque químico del CO2
atmosférico presente en el agua de lluvia, y por la alternancia en algunos
puntos de la caliza con otras capas de margas y arcillas, han modelado multitud
de formas en las rocas, produciendo un museo de esculturas, como El Tornillo,
logotipo del Paraje.
Este paraje, de duro aspecto mineral, ha estado poblado
desde antiguo. La presencia humana está atestiguada en los restos neolíticos de
varios yacimientos, el más importante la Cueva del Toro. Los restos romanos
apuntan al uso en cantería de los recursos geológicos del lugar, usándose las
calizas para la construcción de villas próximas (Antikaria, Osqua y Nescania).
De la presencia árabe queda, además de algunas tumbas, la torre vigía en la
sierra de La Chimenea. La ocupación fue permanente hasta el pasado siglo,
cuando fue abandonado el único poblado conocido, denominado como Las
Sepulturas, pequeños habitáculos de piedra con terrenos de cultivo y apriscos,
que demostraban la habilidad de los lugareños en el trabajo de la piedra.
El auge industrial del s. XIX originó un profundo cambio.
La extracción de la piedra se hizo intensa, se produjo un intenso carboneo del
encinar y se masificó el pastoreo, impidiendo la regeneración natural de la
vegetación, lo que se tradujo en el aspecto desolado de muchas partes de la
sierra que ahora vemos. Su adquisición por la Junta de Andalucía y los intentos de regeneración, pueden
cambiar su apariencia.
Se deja el coche en el Centro de Visitantes, con área de
interpretación de la naturaleza -donde se proyecta un documental-,
bar-restaurante, etc. Desde aquí arrancan las sendas de dos itinerarios, ambos
señalizados, para recorrer el Paraje: itinerarios Verde (1.440 m, dificultad
baja-media, 45 min.) y Amarillo (dificultad media, 2 h., 2.750 m.), coincidentes
en dos tramos, inicio y final. En el recorrido se pasa del Torcal Alto, al SO,
la mejor zona del relieve cárstico, al Torcal Bajo, menos espectacular pero que
contiene restos históricos y culturales relacionados con los poblamientos de
épocas pasadas. Los dos están separados por una gran cresta rocosa, Las
Vilaneras, con el punto de máxima altura, el Camorro de las Siete Mesas, de
1.336 m.
Se inicia la ruta Verde –coincidente en este tramo con la
Amarilla- en el Llano de los Polvillares, junto al Centro de Visitantes y al
momento pueden observarse formaciones erosivas, la acción ganadera, la fauna,
etc. El sendero, que no hay que abandonar, serpentea entre amontonamientos blanquecinos
de rocas por un terreno abrupto y sinuoso que puede no resultar fácil para
muchas personas. Algunas formaciones, como la Esfinge, son más identificables. La
roca del suelo brilla por el continuo paso y podría resbalar si estuviese
mojada. La regeneración de la vegetación es evidente, pero hay más de porte
arbustivo que arbóreo. La sombra no abunda y el sol calienta de firme aunque
corre un ligero viento.
La llegada al arce (Hacer monspessulanum) de Montpellier
constituye un acontecimiento. Este hermoso árbol, de más de 9 m de altura y un
tronco de más de 1,5 m de perímetro, es una alegre rareza y está catalogado de
Interés Especial. A la izquierda sigue la Ruta Verde, pero yo sigo por la
Amarilla. La vegetación parece aumentar, resaltando el verde del blancogris de
las rocas. La vegetación climática potencial corresponde a la de un encinar
bético basófilo (básico o alcalino), con encinas, quejigos, serbales o arces,
pero abundan poco. A cambio, formaciones de espinares y zarzales cubren gran
parte del terreno, con madreselvas y plantas de degradación de la orla forestal
(espino, zarzamora, rosal silvestre, etc.). Las comunidades vegetales de mayor
importancia botánica son las rupícolas, adaptadas a las fisuras y grietas de
las rocas, entre las que hay algunas endémicas. En las dolinas aparecen otras
comunidades, importantes por su relación anterior con la actividad ganadera,
como los pastizales. Y muy importante por su abundancia y por la bella
combinación que forma con la roca es la hiedra.
En un momento, la acumulación de zarzales impide el paso.
Intento cambiar el rumbo por los alrededores, pero no se puede pasar por ningún
lado, por lo que tengo que retroceder sin terminar la Ruta Amarilla. Exceptuando
alguna rapaz en pleno vuelo, no veo ningún animal, aunque sí se ven algunos de
sus restos. Los más representativos son el zorro y la cabra montés, pero hay
muchas aves (águila Real, halcón Peregrino, águila Perdicera, buitres leonados,
búho real, mochuelo, cernícalo vulgar, avión roquero, chova piquirroja, etc.),
protegidas por una ZEPA, reptiles (lagarto, culebra de escalera, víbora
hocicuda) y otros mamíferos (topillo, tejón, comadreja, conejo).
Vuelvo hacia el Arce de Montpellier y giro a la derecha
siguiendo de nuevo la Ruta Verde. Hay zonas más llanas rodeadas por vigilantes
torreones y un suave descenso al fondo de un desfiladero, la falla de “Los
Arregladeros”, rodeado por chimeneas de piedra. Después, tras un tramo algo más
difícil, unos pequeños escalones naturales llevan hasta una pequeña explanada y
el final. Antes de terminar hay que visitar el Mirador de las Ventanillas, solamente
a 100 m, sobre la cabecera del río Campanillas y con una vista excepcional
sobre la localidad de Villanueva de la Concepción.
Ensimismado en la vista del Mirador, recuerdo una
leyenda. Cuando el infante don Fernando peleaba con los árabes para controlar este
estratégico paso entre comarcas, acampó en los páramos próximos a Antequera,
frente a los picachos fantasmales de El Torcal. Una noche, una joven vestida
con túnica blanca y con larga cabellera se le apareció en sueños y le pidió que
no dudase: “Conquista las tierras del sur y que salga el sol por Antequera”. A la mañana siguiente el rey entró en
Antequera sin resistencia. Aquella joven era santa Eufemia, que desde el 16 de
septiembre de 1410 fue designada patrona de la ciudad.
El viento ha hecho más llevadera la marcha, pero la
escasez de arbolado-sombra aumenta la sensación de calor. Vuelvo al Centro de
Visitantes, aviso en Información de que la ruta está cortada y hay que abrirla
y me dispongo, después de refrescarme, a degustar la fresca porra antequerana,
parecida al salmorejo cordobés pero más contundente puesto que al jamón añade
atún, tomate, huevo duro, etc. A todas las excursiones hay que buscarles un
final adecuado y sabroso y éste, sin duda, lo es.
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