Los dólmenes de Antequera.
Las primeras formas de arquitectura monumental en piedra
en la Prehistoria europea son los megalitos, del periodo Neolítico, hace
6.500-7.000 años. Esta arquitectura servía a las primeras comunidades de
agricultores y pastores, en su función como cámaras mortuorias o como templos y
espacios rituales, para la realización de ceremonias propiciatorias
relacionadas con la fertilidad de la naturaleza y la memoria de los antepasados,
para fijar ideológicamente la presencia y arraigo de la sociedad en la tierra,
para dar orden a la existencia frente a la imprevisible naturaleza y garantizar
la cohesión social frente al conflicto.
En este viaje en el tiempo a una sociedad y forma de vida
muy distintas de la actual, evocamos el pasado no sólo como rescate de la
memoria frente al olvido, sino como toma de conciencia de un lugar
privilegiado. Antequera cuenta con uno de los sitios prehistóricos más valiosos,
un conjunto de tres monumentos culturales y dos naturales, un gran centro
ritual que constituye una de las más antiguas y originales formas de
monumentalización paisajística mediante la integración de la arquitectura
megalítica, que parece un paisaje natural al estar enterrada bajo túmulos de
tierra, y la naturaleza, cuyas dos referencias
visuales tan importantes como La
Peña de los Enamorados y El Torcal sirven de orientación a los monumentos.
En el Centro de Recepción puede verse interesantísimo
documental “Menga: Proceso de Construcción”, en el que se aprecia el alto grado
de coordinación social necesario. Al lado está el Centro Solar Michel Hoskin
(Universidad de Cambridge) cuyo muro integra el perfil del horizonte oriental
de la vega antequerana, con la silueta de la Peña de los Enamorados y la
señalización del orto solar en cada solsticio o equinoccio. Desde aquí se sale
al Campo de los Túmulos donde se comprueba la igualdad de altura entre los túmulos
de Menga y Viera y el promontorio natural del Marimacho, constatando la
relación entre monumentos y paisaje.
Este Sitio es especialmente singular. En las sierras de
El Torcal y Mollina hay cuevas que fueron utilizadas por los primeros grupos
neolíticos, como la de El Toro, en el Torcal, con una ocupación inicial del
Neolítico Antiguo (5400-4700, antes de nuestra era [ANE]). Al final del
Neolítico (4300-3800 ANE) se asistió a un fuerte incremento de la actividad
económica, no sólo agrícola y ganadera, sino artesanal (alfarera y textil).
Estas primeras comunidades serranas pueden considerarse las predecesoras de las
constructoras de megalitos. En la vega de Antequera se han estudiado varios
asentamientos del Neolítico Final y de la Edad del Cobre en un radio de seis
kilómetros de los dólmenes o de la Peña, pero no es probable que cualquiera de
estas comunidades pudiera acometer individualmente la construcción, tarea que
debió requerir una estrecha cooperación entre numerosas comunidades que
compartían códigos religiosos y una noción conjunta de pertenencia tribal o
clánica.
En el Neolítico Final (4200-3200 ANE), periodo en el que
las comunidades agrarias de las fértiles tierras del valle del Guadalhorce
empezaron a experimentar un fuerte crecimiento demográfico y económico, es
cuando se construyeron Menga y Viera, mientras que el tholos de El Romeral fue
construido en la Edad del Cobre (3200-2200 ANE), periodo en el que se
desarrolla la metalurgia y se consolidan la complejidad social y los contactos
a larga distancia. Con estos monumentos megalíticos las comunidades
constructoras quisieron expresar su vinculación simbólica con los elementos
terrestres y con el cosmos, a través de los alineamientos que establecieron a
partir de los ejes de sus corredores, basándose en dos líneas principales. Una
está representada por los hitos geográficos: Menga está orientado hacia La
Peña, El Romeral se situará en la trayectoria del eje Viera-Menga-La Peña y su
corredor se orientará hacia otro accidente geográfico, la sierra de El Torcal.
La segunda se establece mediante el alineamiento del eje del corredor de Viera
hacia el orto solar de los equinoccios.
Los tres monumentos conservan todos sus elementos
constitutivos y su carácter unitario y están en buen estado de conservación,
con su estructura original casi intacta. Muestran una amplia diversidad de
soluciones y técnicas arquitectónicas, pero se caracterizan por el uso de
grandes bloques de piedra que forman cámaras y espacios techados con cubierta
adintelada (dolmen, Menga y Viera), característica de la tradición cultural atlántica,
o en bóveda por aproximación de hiladas en falsa cúpula (tholos, El Romeral),
propia de la tradición mediterránea, siendo ambas formas utilizadas con fines
rituales y funerarios y demostrando la planificación arquitectónica excepcional
por parte de quienes los edificaron.
El dolmen de Menga,
cumbre de la Prehistoria europea, es un megalito de galería en el que un atrio
abierto al exterior da paso a un corredor de planta rectangular que sirve de
acceso a la cámara, ovalada. Está construido con técnica ortostática, su
longitud es de 27,50 m, la altura varía desde los 2,70 m de la entrada a los
3,50 m de la cabecera y la máxima anchura de 6 m está en el final de la cámara,
donde hay un pozo excavado en la arenisca de 1,50 m de diámetro por 19,50 m de
profundidad, quedando alineado con los tres pilares. Cada lateral está formado
por 12 ortostatos y la cabecera por uno, y la cubierta la integran 5 losas. Pudo
construirse en una fase temprana del Neolítico final, 3800-2400 ANE, y
posteriormente fue utilizado como espacio sagrado o lugar funerario. El
cementerio actual se ubica cerca de este lugar, lo que manifiesta la
pervivencia del valor y significación cultural a lo largo de milenios.
Todo se cubre con un túmulo de 50 m de diámetro,
orientado al NE (acimut de 45º), al N de la salida del sol en el solsticio de
verano, orientación excepcional, explicada por el alineamiento con La Peña de
los Enamorados, formación natural de gran prominencia y significación cultural
en la región que recuerda por su silueta la cara de una persona durmiente. En
su sector norte, que es a donde apunta el eje de Menga, se encuentra un espacio
que en el Neolítico estuvo investido de un especial significado simbólico y
religioso, que incluye el abrigo de Matacabras, con pinturas rupestres de
estilo esquemático, que pudo ser un santuario o espacio de reunión relacionado
con la montaña. Esta dimensión paisajística del Sitio, estas relaciones
visuales entre Menga y La Peña son posiblemente únicas en la Prehistoria
europea.
El dolmen de Viera
es un sepulcro megalítico de corredor, al final del cual se dispone una cámara
cúbica a la que se accede por una puerta perforada en una gran losa de piedra.
Está edificado, como Menga, con técnica ortostática y tiene un recorrido de 22
m, una anchura que oscila entre 1,30 m al principio y 1,60 al final, y su
altura interior media es de poco más de 2 m. Cada lateral debió contener 16
ortostatos, la cabecera una única losa y la cubierta unas 11 cobijas, aunque no
todas las piezas se conservan. El sepulcro se cubre con un túmulo de 50 m de
diámetro, orientado ligeramente hacia el SE (acimut de 96º), que es lo
convencional. Probablemente se construyó en una fase avanzada del Neolítico
Final, con posterioridad a Menga, siendo luego utilizado como lugar de culto y
enterramiento.
A unos 4 km se encuentra el tholos de El Romeral. Exteriormente el túmulo no difiere de los
otros dos aunque es más grande, 85 m de diámetro, pero interiormente tiene
particularidades. Un corredor de paredes de mampostería de sección trapezoidal
y cubierta adintelada (conserva 11 losas) con una longitud de 26 m, una anchura
media de 1,50 m y una altura media de 1,95 m, da acceso, a través de una puerta
muy elaborada, a una gran cámara funeraria con cubierta abovedada por
aproximación de hiladas de mampostería que terminan en una gran losa
horizontal. Sus dimensiones son 5,20 m de diámetro por 3,75 m de altura. Al
fondo se abre un vano de acceso a un pequeño corredor que termina en otra
cámara que reproduce, a menor escala, la morfología y técnica constructiva de
la anterior. La longitud total es de 34 m y sólo las puertas de acceso están
construidas con técnica ortostática. Está orientado a un acimut de 199º, al
S-SO, ejemplo excepcional puesto que su eje apunta a la mayor elevación de la
sierra de El Torcal, conocida como Camorro de las Siete Mesas.
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