domingo, 2 de julio de 2017

Antequera.

Aprovecho que voy al Caminito del Rey para ver esta importante ciudad que se define como Centro o corazón de Andalucía. Desde el altozano coronado por la alcazaba se divisa el paso natural que une hasta cuatro provincias andaluzas. Toda la comarca siente y respira a través de Antequera. La ciudad como elemento civilizador del territorio. Aunque tiene unos importantísimos restos prehistóricos, palpable demostración del poblamiento de la zona, la fundación de la ciudad va ligada a la aparición del municipio romano de Anticaria (“ciudad antigua”). Los germanos la destruyeron y los árabes la reocuparon, fortificándola con una alcazaba y muralla. Tras la conquista de la ciudad por el Infante Don Fernando en 1410, quedó como tierra fronteriza, lo que dio lugar a bellas leyendas moriscas.

Una es la historia del Abencerraje y la hermosa Jarifa, paradigma del amor y generosidad con el vencido. Después de la toma de Antequera por el infante Fernando, el moro Abindarráez va a casarse en secreto –el padre de ella no quiere- con Jarifa, pero en el camino cae prisionero de Rodrigo de Narváez al que cuenta su historia. Éste le ofrece ponerle en libertad para que pueda casarse si regresa al tercer día y así lo pactan. Jarifa intenta convencerle para que no se vaya proponiendo a cambio un rescate, pero él quiere cumplir el pacto y ella va con él. En el camino les cuentan una historia que prueba la honradez de Rodrigo -enamorado de una dama de Antequera-, que prefiere respetar la honra del marido a satisfacer sus propios deseos. Rodrigo intercede ante el padre de Jarifa y los deja marchar.

Otra leyenda cuenta el amor entre una princesa árabe y un caballero cristiano. El soldado Tello cae prisionero en la alcazaba y recibe la visita de la hija del rey moro, la bella Tazgona, que queda rendida de amor, busca excusas para verle y traman juntos el modo de escapar, siendo conscientes de las dificultades al pertenecer a culturas distintas. Huyen y son perseguidos el mismo día que los cristianos van a asediar Antequera, quedando acorralados. Suben a la cima de una afilada peña y se arrojan al vacío antes que separarse. Los reyes árabe y cristiano los ven cogidos de la mano y ensangrentados y deciden no proseguir la lucha.


Debido a la Cátedra de Gramática de la Colegiata de Santa María, el entorno de la alcazaba se convirtió en centro de poetas e historiadores, que propició con el tiempo la fundación de la Escuela Poética antequerana, precursora de Góngora. Durante el siglo XVI se fueron asentando numerosas órdenes religiosas que, con sus templos, la transformaron en la “ciudad de las iglesias”. A la construcción religiosa se unió la de los palacios de familias nobles, convirtiéndose en prototipo de ciudad barroca del sur y siendo durante el Siglo de Oro la novena ciudad de España por su población y actividad comercial.

Desde el siglo XVIII es un lugar de la Andalucía mítica, un paraje asociado, por su carácter orientalizante, al romanticismo que arrastra el sur. Incluso se dice que en la Peña de los Enamorados se halla resumido un trozo del carácter antequerano. Fue uno de los centros del nacionalismo andaluz, redactándose la Constitución Federal de Antequera en 1883 y firmándose el Pacto Autonómico en 1978.

Me alojo en el casco viejo, desde donde emprendo una visita a la ciudad que me lleva, desde el punto de Información, por la Plaza de San Sebastián (fuente del s. XVI, arco), que tiene en un lateral la Iglesia Colegial de San Sebastián (s. XVI, contraste cromático entre la caliza dorada y blanca de la portada plateresca y la torre campanario barroca de ladrillo rojo). Continúo el ascenso hacia la alcazaba pasando por la fuente del Toro (el agua sale por los belfos, pero el protagonista es un gran sol pagano), cuyo borboteo continuo y alegre parece el murmullo de una voz. Desde lo alto hay una inmejorable vista de la ciudad, con las torres de sus iglesias, y de la Peña de los Enamorados.

La entrada al recinto fortificado se realiza por el impresionante Arco de los Gigantes (sustituye a un acceso en recodo musulmán, s. XVI, con lápidas romanas procedentes del yacimiento romano de Singilia Barba y otras dedicadas a Felipe II) que da paso a la plaza de Santa María, donde asoma en su extremo la mole de la Real Colegiata de Santa María la Mayor (s. XVI, fachada de sillería construida con piedras de Singilia Barba). A uno y otro lado están las termas romanas y la alcazaba.

Ya en bajada, el paseo continúa por la Capilla Tribuna de la Virgen del Socorro (plaza del Portichuelo, s. XVIII, urbanismo castizo), la muralla, Plaza del Carmen (placa dedicada a los exiliados en 1410 que fundaron en Granada el barrio la Antequeruela, postigo de la Estrella) y Coso Viejo (palacio de Nájera –Museo de la Ciudad, el Efebo de Antequera, s. I d.C.-, s. XVIII; Convento de Santa Catalina de Siena –la visión de la vida a través de los ojos entreabiertos es clásica en las ciudades conventuales-; escultura del Infante Don Fernando; fuente de los Cuatro Elementos).

Continuando hacia el centro de la población, me detengo en la Casa-Museo de los Colarte, s. XVIII, centro cultural que muestra una exposición titulada “El puente, entre el conocimiento y la pasión” y que tiene obras de autores importantes como Andy Warhol (Vesuvius, 1985). El paseo continúa callejeando al azar y viendo infinidad de iglesias y casonas, hasta llegar a la Capilla Tribuna de la Cruz Blanca (s. XVIII, barroco tardío).


Hace mucho calor y el paseo cansa. De vuelta al alojamiento hago otra parada, esta vez en el Mesón “El Anticuario”, un B&B en la calle Encarnación –al lado del Coso Viejo-, regentado por Lola, que tiene buenas tapas a buen precio. El nombre le viene por la espléndida colección de armas que exhiben las paredes, medievales y más modernas, blancas y de fuego, europeas y africanas, entre ellas unas lanzas del África negra, una espingarda musulmana, etc. La amena conversación, la cerveza fría y las tapas, constituyen un buen punto y final para un ajetreado día cuando ya la ciudad se enciende en reflejos. 

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