miércoles, 3 de diciembre de 2014

San Vicente de Labuerda.

A la vuelta de Tella paramos en este rincón olvidado del municipio de Labuerda, a 569 m de altitud, que ya se cita en documentos de 1056. Sus casas se disponen a lo largo de la ladera del Pico Moro, 1323 m,  y quedan flanqueadas por los barrancos de Sarratón o Fontanal y el de San Miguel.

Es una pequeñísima población con ejemplos de arquitectura popular pirenaica plasmados en detalles como las típicas chimeneas y ejemplos de arquitectura civil sobrarbesa como la casa Buil, del siglo XVI, perteneciente a un infanzón que quiso plasmar su poder adosando a su casa un robusto torreón
Al fondo, la Peña Montañesa
de planta cuadrada, con una bonita ventana geminada en un lateral. El cielo sigue bastante cubierto, pero no parece que vaya a llover. No hay mucha luz y el verde de la vegetación se ve muy oscuro.

Vamos, por un estrecho camino ascendente, a la Iglesia parroquial de San Vicente, una gran construcción separada del casco urbano y rodeada de fajas de añejos olivos. Todo es piedra. Todo el recinto está cercado por unos muretes que delimitan el área del cementerio. El acceso se realiza a través del esconjuradero, un tipo de edificio de raigambre popular que se puede encontrar en varias localidades de Sobrarbe (Asín de Broto, Almazorre, Mediano, Burgasé o Guaso, tal vez el más conocido). Éste es una construcción de pequeño tamaño, en piedra, abierta a los cuatro puntos cardinales mediante arcos de medio punto y con cubierta a cuatro aguas con lajas de piedra. (Ver un artículo sobre Alquézar).

Estas construcciones hablan de las viejas creencias populares de los habitantes de la zona y de su total dependencia respecto a los avatares meteorológicos. Se alzaban en puntos altos del paisaje y por tanto dominando excelentes vistas para que, desde allí, el párroco acompañado de los feligreses, recitara
oraciones y plegarias con las que aplacar los peligros de las amenazantes tronadas, ya que las tormentas de granizo o las avenidas de agua por las lluvias eran una tragedia.

Entramos al recinto para ver la iglesia, cuya grandiosidad para un lugar tan pequeño no se entiende salvo por el hallazgo cercano de las reliquias de San Visorio. En origen fue un templo románico de tradición lombarda al que se le realizaron añadidos en el siglo XVII. Por un lado tiene formas lombardas (friso de baquetones y pilastras en el ábside), pero por otro parece pertenecer a la corriente jacobea típicamente románica (gran desarrollo de los vanos del ábside, repertorio decorativo con canecillos, crismón y hasta capiteles, y la portada abierta con cuatro sencillas arquivoltas –símbolo solar en un capitel-). El interior es de una nave rematada con cabecera semicircular y cubierta de cañón apuntado, y cuenta con el retablo mayor gótico.

Más arriba está la ermita rupestre de San Visorio. Fue un joven francés llamado Missolin, que
emprendió viaje buscando la bendición divina. En estas montañas de Sobrarbe profundizó en la sabiduría de lo místico de la mano del anacoreta Froilán y pronto fue nombrado sacerdote y se convirtió en una celebridad, pero fue muerto por los musulmanes junto a sus ayudantes Firminiano y Clemencio. Aquí se levantó, en el siglo XVIII, el eremitorio situado en un mirador natural con una panorámica excepcional, con el valle del Cinca y la Peña Montañesa al fondo. El interior es una sencilla nave, parte excavada y parte construida, aunque en la primera se concentra la riqueza decorativa, cubriéndose totalmente con pinturas murales: motivos florales, geométricos, figuras del santo e imágenes contrapuestas del sol y la luna, el día y la noche.

Otras construcciones roqueras de la zona son el eremitorio de San Urbez en el espectacular valle de Añisclo, la ermita de San Lorenzo de Revilla en las gargantas del Yaga y la enigmática Espelunca de San Victorián en la soberbia Peña Montañesa.


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