sábado, 6 de diciembre de 2014

Nocito.

Desde Huesca, pasando por Arguis y Belsué, llegamos al barrio de San Juan de Nocito. Las casas están muy bien rehabilitadas en piedra, destacando las chimeneas pirenaicas con espantabrujas, algunas en forma de cruz. El pueblo, que da nombre al valle, se levanta en la cara Norte de la Sierra de Guara, a los pies del Tozal, y nos ofrece un interesante casco urbano, iglesias o ermitas,  y un buen número de posibilidades de ocio y deporte en contacto con la naturaleza.

Este valle ha estado poblado desde antiguo, como atestiguan los dólmenes de Ibirque (Sendero GR-16, hasta Biescas), el de Belsué o el del Barranco del Palomar,  indicadores de los poblamientos de la
Edad de Bronce. La presencia romana queda atestiguada por dos cabezas en piedra hoy en el Museo Provincial de Huesca, pero esta remota localidad cobra entidad a partir de la fundación en el siglo VIII del Santuario de San Úrbez.

El casco urbano está dividido en dos barrios que reciben en nombre de sus iglesias: San Juan, siglos XVI-XVII y con una curiosa pila bautismal, y San Pedro, siglo XVI, separados por el río Guatizalema (en árabe, “el río que se seca a menudo”), que se cruza por un puente de origen medieval, de dos ojos de medio punto –más grande el central-, y perfil de lomo de asno. Cruzando el
puente se llega al barrio de San Pedro, que cuenta con arquitectura popular montañesa: casas de piedra con tejados de lajas coronados por las típicas chimeneas troncocónicas y portadas de medio punto con grandes dovelas. También hay arquitectura civil, casas de familias infanzonas, como los Cipreses o los Villacampa (albergue), con escudos heráldicos sobre sus puertas.

Vamos al Santuario de San Úrbez. Salimos del pueblo y a la derecha nos quedan Fragineto y el Tozal de Guara. El camino tiene muchas piedras, en subida no muy fuerte rodeado de bosque de robles, quejigos, y pequeños prados y campos de labor abandonados. También se pasan zonas más
terrosas en medio de grandes bloques de piedra que sobresalen de la vegetación. El punto alto está señalado con un sencillo crucero.

San Úrbez había nacido en Burdeos en el 702, pasó buena parte de su vida en el cenobio que fundó en estas tierras viviendo como ermitaño, cuidando de los rebaños e implorando al cielo para que lloviera. Venerado ya en vida, murió con 100 años siendo enterrado en la cercana Ermita de Nuestra Señora de las Montañas. En el s. XVIII la ermita que había servido de cenobio se reformó y amplió dando lugar al Santuario, que se sitúa en lo alto de un promontorio saliente que domina gran parte del valle.

El santuario es un grupo compacto en L formado por la iglesia y el monasterio adosado en su frente occidental, todo en sillar y sillarejo.  Originalmente se trataba de una iglesia románica del siglo XII,
José Luis -el de Huesca-, y Conchita
cercana a la cueva-eremitorio  en la ladera del monte Airal donde pasó sus últimos años San Úrbez. Sufrió importantes reformas en el siglo XVI y en el XVIII. Como resultado quedan restos románicos (pinturas, relieves)  y pinturas y yeserías barrocas.  Tiene puerta renacentista  de ingreso, torre-campanario románica, iglesia con planta de cruz latina de tres naves. Al lado está el Refugio.

Aquí quizá hubo templo romano y sí hubo un cenobio que hunde sus raíces en el mundo visigodo, mozárabe. El culto a las reliquias del santo era muy celebrado por los pueblos de alrededor, llegando romerías incluso desde Huesca.  Tenía fama de invocar la lluvia en tiempos de sequía mediante la inmersión de sus reliquias
en la balsa aneja al Santuario. Fue el lugar donde se guardaron los restos de los niños-mártires Justo y Pastor y el centro religioso y cultural de los valles del Guarga. En la actualidad perdura la romería del último domingo de junio, que juega un importante papel como aglutinadora de los antiguos habitantes, hoy emigrados.

A la vuelta, el conjunto de edificios desaparece pronto de la vista porque somos engullidos por el bosque. El suelo es malo en algún lugar. El camino no tiene pérdida pero, de vez en cuando, hay los típicos montones de piedras como señal y nosotros contribuimos a su aumento dejando la nuestra. Tras una bajada rápida, el bosque se abre y Nocito aparece a la vista.

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