sábado, 6 de diciembre de 2014

Barranco de la Pillera.

Volvemos de nuevo a Nocito, a 900 m de altitud, para disfrutar de una de las muchas posibilidades que ofrece el senderismo por la zona. Esta vez se trata de recorrer el barranco de La Pillera, sendero
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S-8, un itinerario lineal, de ida y vuelta, con un recorrido total de 8,6 kilómetros que puede hacerse tranquilamente, parando a comer el bocadillo, en tres horas puesto que la dificultad es baja. 
Únicamente hay que tener en cuenta que se atraviesa el barranco muchas veces por las piedras, por lo que hay que vigilar el nivel del agua, siendo la estación más recomendable el verano, por el poco caudal. Esta ruta enlaza con otras como el sendero de ascenso al Tozal de Guara por el Collado de Chemelosas, la ruta circular a Nocito, etc.

Desde el puente de Nocito se toma un camino muy cómodo en la margen derecha del río Guatizalema, hacia el Sur, durante dos kilómetros, hasta un pequeño ensanchamiento donde se cruza a la izquierda, al Este, por un vado. Al principio del barranco el valle es más abierto, permite la visión
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de las lomas cercanas, pero pronto se cierra con las laderas muy inclinadas que permiten un exiguo paso en el fondo. A pesar de todo, el paso es fácil.

Nos introducimos en un paisaje agreste, en un denso bosque del que en algún momento sobresale una alta peña que se destaca hacia el cielo. El variado arbolado llega hasta el borde del agua. Esta senda es llamada “el jardín de Guara” por su gran riqueza en especies vegetales. Este itinerario ofrece una excelente representación del paisaje con mayor influencia atlántica. Se pueden encontrar arces, bojes, tejos, avellanos, pinos silvestres y hayas, contrastando a poca distancia con encinas, enebros y sabinas que crecen en las solanas de la pared Norte que encierra el barranco.  

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En un momento aparece una pared baja en medio del cauce rodeada de rocas grandes. La ruta sigue hasta bellos rincones como la badina Estañonero y finaliza en el Brazo de Mar, cueva que enseguida se sumerge en las aguas subterráneas. La vuelta es por el mismo camino.

En el viaje de vuelta paramos en Lúsera, entre Nocito y Belsué, uno de tantos despoblados de la provincia. Desde la carretera se accede por una pista buena de un kilómetro que nos deja en lo alto de un cerro bastante plano, desde donde se domina una gran panorámica del valle, incluyendo el embalse de Belsué, ahora con un nivel del agua muy bajo.

Este lugar de resonancias familiares, fue abandonado hace ya muchos años, como todo el valle. Fue lugar de siete casas, grandes, en sillarejo y tiene un pozo-fuente que fue usado en época árabe,
especulándose si es de origen romano. Paseamos las ruinas silenciosas viendo chimeneas cuadradas y redondas, casas de piedra cubiertas con lajas, paredes que resisten aisladas (puertas de medio punto doveladas, ventanas reforzadas y adinteladas, sillarejo), dos pasos abovedados muy bonitos. Entre la piedra de chimeneas y arcos hay mucha toba para aligerar la construcción. Alguna casa está reconstruida.

Al borde mismo del abismo está la iglesia de San Miguel, barroca del siglo XVII, con una sola nave de tres tramos separados por arcos fajones, cubierta con bóveda de cañón con lunetos, cabecera plana, coro a los pies y torre adosada al Sur. Al exterior aparecen los contrafuertes y un óculo.ç

Al marcharnos, paramos abajo para retener en la retina una última imagen de esta población muerta. La alta torre de la iglesia, buen mirador, es el hito visual más importante, como en otros lugares. Abandono, ruina, recuerdos.

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