martes, 9 de diciembre de 2014

El Serrablo. Geología.

En la misma excursión en la que vimos las características iglesias nos fijamos en otros elementos de esta zona. Al ir de Satué a Lárrede,  ascendemos un tramo y poco después del punto más alto, ya en bajada, al llegar a un punto desde el que la carretera atalaya el valle, hay unos paneles informativos que explican sus características geológicas.

Desde este punto son bien visibles las huellas de la erosión glaciar cuaternaria hace unos 45.000 años que erosionó el valle por donde discurre el río Gállego. Debido a la irregular topografía del fondo del valle, el hielo que lo llenó debió tener un espesor variable, alcanzando unos 500 m en Biescas y 200
en Senegüé, lo que le permitió, en las fases glaciares más antiguas, penetrar lateralmente en la depresión margosa de Javierre-Satué, modelando un collado en forma de artesa, en el que estamos.
Este buen observatorio permite apreciar una colina alargada -con sus laderas septentrionales cubiertas de densa vegetación, lo que contrasta con las áreas cultivadas que la rodean- que es la morrena de Senegüé, de forma arqueada, lo que crea un anfiteatro que encierra la pequeña depresión de La Paúl, de mayor humedad.

También en Senegüé puede apreciarse un buen ejemplo de glacis cuaternario –rampas suavemente inclinadas generadas en condiciones climáticas semiáridas, al pie de relieves montañosos-, que cae con suave pendiente hacia las terrazas fluviales de los ríos Aurín y Gállego. Estos glacis cubren una
Bloque de granito, encima de Oliván
gran extensión cerca de aquí, en la Val Ancha, entre Sabiñánigo y Jaca, y en la Canal de Berdún.

A  la derecha vemos cómo el pueblo Oliván se asienta sobre lo que en su día fue una morrena lateral, erosionada por el barranco Pasata, que evidencia la entrada del hielo y su acción erosiva por la presencia abundante de bloques de granito de todos los tamaños y calizas paleozoicas desplazados desde el Pirineo axial hasta este punto. Aquí se ve una formación geológica bien representada en la zona, el flisch: las laderas erosionadas del solano del barranco de Oliván dejan bien al descubierto la alternancia de capas duras de roca arenisca con otras más blandas de margas. De esta zona se han obtenido estupendos sillares usados en construcción.


Es invierno. Parados en el privilegiado mirador, el tenue sol invernal no evita el frío gélido mientras

Restos de la morrena lateral erosionada por el barranco Pasata
vemos, al fondo, las altas cumbres  de afilados picos –que sepultan su cresta en el cielo- como guardianes del territorio. Silencio; sólo se oye el arrullo de la brisa. “Todo parece ahora eterno” (Shelley).

Leyendo entre las cumbres y el valle la lección eterna de la Naturaleza recordamos la frase de Obermann, citada por Unamuno, de que jamás se podrá expresar el sentimiento de la montaña en una lengua hecha por los hombres de las llanuras. No es extraño que, ante la grandeza y magnificencia que nos rodea, reflejo perdido del universo, nos sintamos empequeñecidos.

El paisaje es memoria, sostiene las huellas del pasado. Pensamos en el despliegue de fuerzas colosales de la Naturaleza, en el despliegue de transformaciones geológicas, en cómo el relieve cambió sin necesidad de nadie, en aquel paisaje frigorífico de nórdica belleza esculpido por la erosión.

Pasan por la memoria los recuerdos de otros viajes por la zona, como el agua del río que tenemos delante, acumulándose en capas sucesivas como el flisch de Oliván. 

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