El Serrablo: Etnografía.
de unión. Las relaciones –comercio, contrabando- de los altos valles españoles eran más fluidas con sus correspondientes franceses que con su entorno nacional, más verticales que horizontales.
El río como unión. Un río de vida en medio de una naturaleza
salvaje, petrificada e inmóvil en el moroso transcurrir de los siglos. Sin
embargo, el río también era un importante obstáculo. Su paso era muy
problemático, por lo que la existencia de puentes era vital para los pueblos de
la zona. Entre Lárrede y Senegüé se conserva, aunque en deficiente estado, uno
de los pocos puentes colgantes, el puente de las Pilas, que permitía el paso de
viajeros, peregrinos y ganados. Anualmente su explotación salía a subasta. El
pontonero debía encargarse de su mantenimiento y de cobrar a las personas que
lo usasen (5 céntimos por persona o
caballería y 40 céntimos por cada 100 cabezas de ovino, en 1911).
nobleza pero contaban con numerosos privilegios con respecto a los aldeanos, entre otros, la exención de determinados tributos o la posibilidad de acceder a cargos municipales.
Una de las casas infanzonas
más representativas de la comarca es casa Isábal, situada enfrente de la
iglesia, en Lárrede. Probablemente su construcción date del siglo XVII,
conservando todavía la típica chimenea troncocónica, tres ventanas de arco
conopial, una solanera, dos escudos de armas
y una bonita puerta adovelada con arco de medio punto. En el interior cuenta con preciosos
suelos de canto rodado con filigranas,
uno de ellos fechado en 1659, hogar tradicional y salas con alcobas. En esta
población, en las casas cercanas a la iglesia también pueden verse casas en
piedra, con dinteles y chimeneas pirenaicas con espantabrujas.
Otro pueblo que hemos visitado y descrito su iglesia es
Oliván, otro que pugna por evitar la despoblación. En este esfuerzo está
incluido el cuidado y el recuerdo de sus antiguas casonas, como las casas
Colorao, Chuan, Azón y el Herrero con portadas del siglo XVII y escudo de los
Aínsa en la
última de ellas, y casa Marina del siglo XIX que saluda permanentemente a su constructor con la inscripción “Viva mi dueño A 1856”.
última de ellas, y casa Marina del siglo XIX que saluda permanentemente a su constructor con la inscripción “Viva mi dueño A 1856”.
Los parajes de alrededor, hoy invadidos por el silencio y el
olvido, antaño fueron testigos de una continua actividad y trasiego tanto de
personas como de animales. Aquí se asientan numerosas fincas en las que los
vecinos de Oliván se surtían de leña para uso doméstico, pastoreaban pequeños
rebaños, obtenían carbón vegetal tras la combustión de artesanales carboneras
y, en algunos casos, también se obtenía cal procedente de hornos construidos en
pleno monte. La caza es la única actividad que ha conseguido mantenerse. Tanto
en Oliván, como en Berbusa o Ainielle, a pesar del estado de despoblación de estos
dos últimos, podemos observar entre sus casas elementos constructivos
tradicionales del Serrablo como los tejados de losa, chimeneas troncocónicas
con espantabrujas, puertas adinteladas y campos abancalados.
Ainielle, que queda a la latitud aproximada de Oliván,
aunque más al Este, en el Sobrepuerto, totalmente despoblado desde hace ya
muchos años, saltó a la fama con la impresionante novela de Julio Llamazares “La
lluvia amarilla”, de lectura imprescindible, que relata la triste existencia del
último morador.
El terreno es solitario. Desolada impresión de vacío. La
vida parece haberse retirado del paisaje, un mundo baldío y hueco. Sus
moradores, aislados por la geografía en estos parajes remotos, viendo como el
progreso avanzaba con la lentitud de un glaciar, se marcharon. La condición
humana cambia, el paisaje perdura.
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