martes, 9 de diciembre de 2014

El Serrablo: Iglesias.

Desde Sabiñánigo sube una carreterita por la margen izquierda del Gállego, en paralelo a la que va a Biescas y a Formigal, que cruza una serie de pequeños pueblos con iglesias parecidas y muy características, que son nuestro objetivo para hoy (ver mapa en el artículo El Serrablo: Etnografía). Son iglesias que mantienen peculiaridades formales de la arquitectura prerrománica hispánica. El investigador Durán Gudiol las consideró mozárabes, bien de factura o de tradición, construidas por cristianos bajo dominio musulmán, en la segunda mitad del siglo X, o por sus continuadores, una vez que el territorio fue conquistado por los reyes de Pamplona o cuando ya pasó a formar parte del primitivo Reino de Aragón, a finales del siglo X y comienzos del XI.

Todas estas iglesias tienen un repertorio básico que las define. Al exterior muestran un basamento inferior, recorrido por una moldura redondeada, que sirve de apoyo a las lesenas, que se unen mediante arcos ciegos (normalmente siete, número que remite a la idea de perfección). Una ventanita
Lárrede
derramada a interior y exterior, para captar y difundir más luz, marca el eje del edificio. Encima, otra moldura similar a la anterior y, sobre ella, un friso de rollo o baquetones. El tejado apoya sobre una cornisa de sillarejos salientes. El interior es de una nave rectangular, techada con vigas de madera a dos aguas, bóvedas de cañón tras el presbiterio y bóveda de cuarto de esfera o de cascarón, a imitación de la bóveda celeste, en el ábside. En general tienen torres muy airosas, están construidas en materiales sencillos extraídos de canteras locales y, como recuerdo hispano-visigodo, aparecen arcos de herradura en puertas y ventanas. Como los maestros no dominaban las técnicas escultóricas, animaron sus construcciones combinando recursos arquitectónicos, arcos que cobijan a otros, marcos sencillos o dobles que encierran puertas o ventanas, etc., para que la decoración sea el juego de luces y sombras en los exteriores.

Empezamos en San Andrés de Satué, cuyo ábside, por su perfección, se emparente con el de Lárrede, aunque la nave, más alejada del lenguaje larredense y más cerca del románico pleno, indica la
Oliván
presencia de otro maestro albañil. Los dos trabajos están bien ensamblados mediante contrafuertes. La torre campanario es posterior a la época medieval.

Seguimos, admirando a lo lejos la majestuosidad de los nevados Pirineos murando el horizonte y pudiendo apreciar, gracias a unos paneles informativos, la formación glaciar del valle (ver el artículo El Serrablo: Geología). Hemos subido algo y ahora bajamos, viendo a la derecha, en alto, una torre de vigilancia, del siglo XVI, desde la que se ve la de Escuer. Llegamos a Lárrede, cuya iglesia de San Pedro es la joya del arte serrablés, es el ejemplar más completo y refinado. Presenta, como novedad, una falsa planta de cruz latina, el ábside perfectamente orientado al Este (nacimiento del sol y, por analogía, segunda y definitiva llegada de
Orós Bajo
Cristo), la torre (una de las pocas contemporáneas  al resto de la fábrica, se cubre con bóveda esquifada en el interior) con bellas tríforas en cada cara y falsos arcos de herradura en puertas y ventanas.

La siguiente iglesia que visitamos es San Martín de Oliván, de la misma época que la de Lárrede, tenía las características de la zona, pero en el siglo XVI se le añadió otra nave más pequeña en el lado Sur, perdiendo la fachada original. La torre, una de las más airosas, debió tener ventanas triples. En su interior conserva tanto la pila benditera como la bautismal, tallada en una sola pieza.


Terminamos viendo Santa Eulalia de Orós Bajo, pueblo que creció junto al antiguo vial romano que enlazaba el valle de Tena con Huesca por la ribera oriental del Gállego. El cementerio precede al
Lasieso
monumento, como en Oliván. Es más tardía, por lo que han desaparecido algunos elementos serrablenses como el friso de baquetones en el ábside y la torre es mucho más baja.

Ya en el viaje de vuelta, nos desviamos a Lasieso, siguiendo el Gállego, para visitar la iglesia de San Pedro, cuyo carácter monástico –fundado por el conde Sancho Ramírez hacia 1080- queda reflejado en su planta de dos naves desiguales y, al exterior, por su doble cabecera de ábsides diferenciados. La maravillosa torre, con triforas y baquetones en la parte superior, se eleva, como en Lárrede, sobre la nave menor.

Un final artístico para una excursión artística. Nos vamos con los ojos llenos de esta belleza sencilla, de estas iglesias viejas de siglos, de varios siglos de historia agitada, que nos ha retrotraído hasta otros lejanos tiempos. Nos vamos llevando en la retina la imagen de estas iglesias, forma de arraigo del campesino en la tierra, garantía de permanencia de los núcleos de población, signo de aquellos tiempos junto con el castillo, mientras una dulce penumbra de Edad Media invade el espíritu.

No hay comentarios:

Publicar un comentario