lunes, 1 de diciembre de 2014

Bolea. La Colegiata. 

Hace un día muy frío, muy ventoso y desapacible. A pesar del viento el cielo está aborregado, lleno de nubes. Es un día gris, oscuro, pero, aunque amenaza, no llueve. Hoy no se puede salir de excursión senderista al campo, así que hacemos una visita artística por la tarde. Vamos en coche hasta Bolea (proviene del vocablo indoeuropeo “bol”, que significa colina o cerro), capital del municipio de La
Sotonera, en la comarca Hoya de Huesca, enclavada en un promontorio en la ladera de las sierras de Caballera y Gratal. El pico de Gratal, algo nevado, no se ve por completo, tapada la cima por la densa capa de nubes. Los campos, yertos, tienen un color gris ceniciento. La falta de luz iguala los colores y no destaca el relieve.

El monumento emblemático de Bolea es la Colegiata, la iglesia parroquial de Santa María la Mayor, una iglesia gótica de transición al renacimiento, del siglo XVI, que se ubica en los terrenos del antiguo castillo-palacio árabe (el campanario es un torreón que formó parte de la fortaleza, adaptado), y en los de una iglesia románica anterior, de la que quedan la
cimentación y una cripta. La vemos por fuera rodeándola, hacemos algunas fotos mientras una gran rapaz, quizá un buitre leonado, nos sobrevuela y entramos rápidamente porque el viento es muy fuerte.
En el interior apreciamos su claro carácter aragonés. Siguiendo el ejemplo de la Seo de Zaragoza y de la catedral de Barbastro, es una iglesia de salón, de planta cuadrada, de tres naves de igual altura separadas por arcos de medio punto y apuntados, con bóvedas de crucería estrellada e iluminación lateral.

La gran joya es el retablo Mayor, de traza gótica pero obra maestra de la pintura del primer renacimiento español, formado por una combinación de 20 pinturas al temple sobre tabla y 57 esculturas de madera policromada. Se compone de un amplio banco, un cuerpo con cinco calles y tres pisos y un guardapolvo. Sobresale el magnífico tabernáculo, cuyo diseño recuerda los ábsides mudéjares de las iglesias aragonesas y que sirve de peana para la talla central de la Asunción. La labor de talla es de Gil de Bravante, de procedencia flamenca y lo excepcional son las maravillosas pinturas de un pintor anónimo, seguramente italiano, el “maestro de Bolea”, con unos rasgos estilísticos que une dos corrientes: la flamenca (corrección del concepto espacial y aparición
de la expresión corporal) y la italiana (predominante, uso perfecto de la perspectiva, iluminación y sombreado).

Otros elementos notables son el retablo de San Sebastián (trazado gótico, de la misma escuela que el Mayor), el retablo de Santiago Apóstol (en capilla de singular belleza, con motivos ornamentales platerescos, atribuido a Damián Forment, con esculturas de alabastro policromado), el coro (siglo XVI, en madera de nogal) y el órgano (siglo XVIII). Lo contemplamos todo con ojos aprobatorios, atraídos por la belleza hipnótica y por la energía que irradian todos los elementos del monumento.

A pesar del fuerte viento, damos un paseo por el pueblo, de caserío apretado y calles estrechas,
Conchita, José Luis -el de Huesca- Nati y Javier
viendo casas con portadas de medio punto con grandes dovelas, otras con arcos rebajados renacentistas, algunas en arenisca desgastada, ventanas y aleros profusamente decorados, escudos (armas de Monreal), etc. 
La luz va decayendo en el escueto crepúsculo invernal, los últimos rayos del frío sol de invierno se deslizan al ocaso, el viento no cesa y el frío aumenta, condiciones que imponen el fin del paseo y la entrada a un bar para recuperar la temperatura con la merienda.

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