Ventosa-Santo Domingo de la Calzada.
La de ayer fue una etapa larga, 29 km, pero hoy la vamos a
superar, 35 km. Nos despertamos a las 5:00, pero otros ya están levantados.
Enfado de la hospitalera. Salimos de noche utilizando las linternas. A poco
pasamos por una zona de hitos como antes de Puente la Reina de Huesca: son
pequeñas columnas de piedras que simbolizan el lastre que dejan los peregrinos
a su paso por aquí. En el alto de San Antón había un convento y cuenta la
leyenda que los malhechores salían al paso de los peregrinos disfrazados de
monjes.
Dos kilómetros antes de Nájera hay un otero, el poyo de
Roldán, cuya cumbre es llana y en la que se sitúa una hazaña de Roldán. Según
la leyenda, acudió a Nájera para liberar a caballeros cristianos encerrados por
Ferragut y lo descalabró de una pedrada. Leyendas que vienen del fondo de las
edades épicas, historias y leyendas que nadie dice creer y que sin embargo
perviven en la memoria de generaciones como la única crónica del pasado.
En Nájera vemos un bar abierto. Desayuno. Cruzamos el río
Najerilla y vamos hacia la colegiata. Leyenda sobre el origen de la localidad:
el rey García Sánchez IV, de caza, penetró en una cueva donde encontró una
imagen de la Virgen. Allí se levantó el monasterio de Santa María la Real, para
convertirse en panteón de los reyes. Su nombre tiene ascendencia árabe, ya que
Naxera significa “entre peñas”. Sancho III el Mayor de Navarra la convirtió en
capital, haciendo pasar por ella el Camino, desviándolo del Norte. Tiene un
entramado urbano medieval, alargado, entre el cerro y el río.
Salida en subida, entre pinos y cereal, menos vides y algo
de regadío. En Azofra, de urbanismo jacobeo, vemos la Fuente de los Romeros. Un
crucero marca el límite con Alesanco. El Camino es despejado, sin árboles, sin
sombra. Todo está lleno de sol. Hay regadío, patatas, y menos vid. La carretera
cercana está en obras. Subida a Cirueña. Aquí fue apresado, según su cantar, el
conde castellano Fernán González por tropas navarras tras la batalla de
Valpierre. Poco después el alto de Matacón nos pone a la vista de Santo
Domingo, que yace en la llanura. Los cuerpos avanzan por sí mismos, sin
intervención de la voluntad. Comemos fruta porque no pueden despreciarse las
servidumbres del cuerpo.
El albergue municipal está muy bien. Es amplio y nuevo. Los
servicios son muy completos y tiene jardín. Los amabilísimos hospitaleros son
Helena, de Barcelona, y Celestino y Encarnita de Torrejón de Ardoz. En el segundo
piso las habitaciones tienen nombres de pueblos cercanos: Nájera, Cirueña, etc.
Nos asignan Azofra, 20 camas. Una chica eslovaca, Maika, nos cambia la cama
para estar cerca de su novio, Lukas.
Crucero, límite con Alesanco.
Paseo corto. Comida en restaurante Piedra. Hablamos con
Mamen, la amable dueña que nos dice que es el único sitio donde puede desayunar
el peregrino porque abren a las 6:30. Siesta. Tarde y paseo.
Población nacida para el Camino, debida a Domingo, patrón de
Ingenieros de caminos, canales y puertos. Leyenda sobre el gallinero: a finales
del siglo XIII, una familia alemana llegó camino de Santiago. El hijo,
Hugonell, de 18 años, rechazó los amores de la hija del mesonero, que, en
venganza, introdujo un vaso de plata en su equipaje para acusarle de robo. El
joven fue ahorcado, pues tal era la condena según el fuero de Alfonso X el
Sabio. Los padres, a la vuelta de Santiago, pasaron a despedirse de su hijo, y
éste les contó cómo Santo Domingo le había sostenido salvándole la vida. Fueron
a ver al corregidor y éste les contestó que estaba tan vivo como el gallo y la
gallina que se comía en ese momento. Las aves se incorporaron y cantaron. Desde
entonces el refranero dice: “Santo Domingo de la Calzada, que cantó la gallina
después de asada”.
Aquí hemos reencontrado a la catalana e hijos, a los
polacos, masajista, religioso, policía, etc. A un mexicano que deplora la
inseguridad en su país, todo le parece bien. Con esa conformidad entramos en el
sueño reparador.
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