Toledo
Volvemos de nuevo a Toledo, a sumergirnos en un viaje en el
tiempo. El coche se queda en el gran aparcamiento que hay cerca de la Estación
de Autobuses, al otro lado del Tajo, y nosotros seguimos una senda, dejando en
lo alto a nuestra izquierda el medieval castillo de San Servando, que lleva al magnífico puente de Alcántara,
cuya firme y grácil silueta contemplamos mientras ascendemos hacia él. Los años
pasan por el puente, la vida se renueva, pero el puente no cambia ni con los
años, ni con los siglos, ni con los cambios en las relaciones humanas. Todo
pasa a través de él, igual que las aguas corren bajo sus arcos. El tiempo ha
pulido sus piedras. Desde el pretil contemplamos el agua que, espumosa y lenta,
corre siempre nueva y siempre la misma. La ciudad queda en la margen derecha
del Tajo, que la rodea en el meandro conocido cono torno del Tajo.
Cruzamos el puente y subiendo a la derecha, por fuera de la
muralla, se llega a las escaleras mecánicas que dejan un poco por encima de la
puerta de la Bisagra y un poco por debajo de la plaza de Zocodover. Esta zona era la alcazaba, que estaba
separada del resto, y en los barrios del sur, cerca del río, estaban las
tenerías, tintorerías, etc. Ya estamos, con muy buen tiempo, en este centro
importante de la historia medieval española, en la capital de la España gótica,
a la que Tito Livio había definido como “una pequeña aglomeración fortificada”.
De esos tiempos quedan murallas, puertas, y las sempiternas espadas en las tiendas.
Aquí asoma la Edad Media, que otros lugares dejaron atrás hace siglos.
En esta ocasión vamos a ver la segunda exposición sobre El
Greco, “Arte y Oficio”,en el Museo de la Santa Cruz, un hospital del siglo XVI
fundado por el Cardenal Mendoza, proyectado por Enrique Egas y donde Alonso de
Covarrubias fue el autor de las obras escultóricas, hizo la bellísima portada
plateresca, un patio y proyectó la escalera con triple arquería, de medio punto
el central y escarzanos los laterales, que nos puede dar una idea de cómo sería
la desaparecida del Palacio Arzobispal de Alcalá de Henares. Mientras
contemplamos todo esto resuenan en las altas bóvedas los pasos lentos de los
visitantes.
No es necesario comentar ningún monumento, porque todo el
conjunto, todo el inmenso patrimonio, es Monumento Nacional. Aquí hay restos de
todos los periodos históricos -romanos, visigodos, judíos, musulmanes,
cristianos-, pero nosotros queremos callejear por esta ciudad de las tres
culturas (cristiana, musulmana y judía) o de la tolerancia, por esta estructura
urbana árabe –lo mismo que la noria en el río, puertas de muralla, etc.-, con sus
calles sinuosas, estrechas, con los tejados que casi se tocan, pero con las
ventanas sin mirar de frente; por estos edificios que encierran a la vista
pública sus tesoros más preciados, las fuentes de agua, los patios llenos de
verdor. Hay un largo paseo desde la Plaza de Zocodover hasta el puente de San
Martín, en cuyas cercanías estuvo la primitiva judería –hasta Santo Tomé- y
donde se conservan dos espléndidas sinagogas. La calle hierve en multitudes.
En el paseo se disfruta la estética mudéjar (mudayyan =
mudéjar, domesticado) en la arquitectura y la decoración, el uso del ladrillo,
las yeserías, la mampostería, los arcos entrelazados. Vamos recordando una
visita guiada nocturna, a la escueta luz fatigada de los faroles, sobre
Leyendas y Mitos en la que un grupo bastante numeroso fue absorbido por la
oscuridad de la noche. La oscuridad crea el misterio y en la oscuridad el tiempo
parecía haberse detenido y el frío era más intenso. También recordamos los
lugares que inspiraron a Gustavo Adolfo Bécquer, a Garcilaso de la Vega, etc.
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Benjamín, Roberto y José Luis |
Entrar en este mundo del arte es acceder a otra vida
superior en la que se enriquece el espíritu, pero también el cuerpo que goza a
través de los sentidos, porque, en este mundo sórdido y vulgar, las obras de
arte constituyen una realidad aparte, más pura, más perfecta. Estas obras
humanas, concebidas a la perfección, no comparten el destino de las cosas
efímeras, tienen eterna juventud, ignoran lo que es envejecer. Incluso el arte consigue a veces lo que no
consigue la religión. Es la Historia inmortal de los cuerpos mortales. Esta
telaraña de callejas hormiguea de gente. Ya Milan Kundera decía que hoy en día
el mundo del arte y la literatura se asemejan cada vez más al prét-à-porter.
La ciudad baja hacia el agua. Con la vista, desde lo alto,
del espectáculo del río hendiendo la llanura nos vamos.
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