domingo, 23 de noviembre de 2014

Toledo

Volvemos de nuevo a Toledo, a sumergirnos en un viaje en el tiempo. El coche se queda en el gran aparcamiento que hay cerca de la Estación de Autobuses, al otro lado del Tajo, y nosotros seguimos una senda, dejando en lo alto a nuestra izquierda el medieval castillo de San Servando,  que lleva al magnífico puente de Alcántara, cuya firme y grácil silueta contemplamos mientras ascendemos hacia él. Los años pasan por el puente, la vida se renueva, pero el puente no cambia ni con los años, ni con los siglos, ni con los cambios en las relaciones humanas. Todo pasa a través de él, igual que las aguas corren bajo sus arcos. El tiempo ha pulido sus piedras. Desde el pretil contemplamos el agua que, espumosa y lenta, corre siempre nueva y siempre la misma. La ciudad queda en la margen derecha del Tajo, que la rodea en el meandro conocido cono torno del Tajo.

Cruzamos el puente y subiendo a la derecha, por fuera de la muralla, se llega a las escaleras mecánicas que dejan un poco por encima de la puerta de la Bisagra y un poco por debajo de la plaza de Zocodover.  Esta zona era la alcazaba, que estaba separada del resto, y en los barrios del sur, cerca del río, estaban las tenerías, tintorerías, etc. Ya estamos, con muy buen tiempo, en este centro importante de la historia medieval española, en la capital de la España gótica, a la que Tito Livio había definido como “una pequeña aglomeración fortificada”. De esos tiempos quedan murallas, puertas, y las sempiternas espadas en las tiendas. Aquí asoma la Edad Media, que otros lugares dejaron atrás hace siglos.


En esta ocasión vamos a ver la segunda exposición sobre El Greco, “Arte y Oficio”,en el Museo de la Santa Cruz, un hospital del siglo XVI fundado por el Cardenal Mendoza, proyectado por Enrique Egas y donde Alonso de Covarrubias fue el autor de las obras escultóricas, hizo la bellísima portada plateresca, un patio y proyectó la escalera con triple arquería, de medio punto el central y escarzanos los laterales, que nos puede dar una idea de cómo sería la desaparecida del Palacio Arzobispal de Alcalá de Henares. Mientras contemplamos todo esto resuenan en las altas bóvedas los pasos lentos de los visitantes.

No es necesario comentar ningún monumento, porque todo el conjunto, todo el inmenso patrimonio, es Monumento Nacional. Aquí hay restos de todos los periodos históricos -romanos, visigodos, judíos, musulmanes, cristianos-, pero nosotros queremos callejear por esta ciudad de las tres culturas (cristiana, musulmana y judía) o de la tolerancia, por esta estructura urbana árabe –lo mismo que la noria en el río, puertas de muralla, etc.-, con sus calles sinuosas, estrechas, con los tejados que casi se tocan, pero con las ventanas sin mirar de frente; por estos edificios que encierran a la vista pública sus tesoros más preciados, las fuentes de agua, los patios llenos de verdor. Hay un largo paseo desde la Plaza de Zocodover hasta el puente de San Martín, en cuyas cercanías estuvo la primitiva judería –hasta Santo Tomé- y donde se conservan dos espléndidas sinagogas. La calle hierve en multitudes.

En el paseo se disfruta la estética mudéjar (mudayyan = mudéjar, domesticado) en la arquitectura y la decoración, el uso del ladrillo, las yeserías, la mampostería, los arcos entrelazados. Vamos recordando una visita guiada nocturna, a la escueta luz fatigada de los faroles, sobre Leyendas y Mitos en la que un grupo bastante numeroso fue absorbido por la oscuridad de la noche. La oscuridad crea el misterio y en la oscuridad el tiempo parecía haberse detenido y el frío era más intenso. También recordamos los lugares que inspiraron a Gustavo Adolfo Bécquer, a Garcilaso de la Vega, etc.
Benjamín, Roberto y José Luis
Entrar en este mundo del arte es acceder a otra vida superior en la que se enriquece el espíritu, pero también el cuerpo que goza a través de los sentidos, porque, en este mundo sórdido y vulgar, las obras de arte constituyen una realidad aparte, más pura, más perfecta. Estas obras humanas, concebidas a la perfección, no comparten el destino de las cosas efímeras, tienen eterna juventud, ignoran lo que es envejecer.  Incluso el arte consigue a veces lo que no consigue la religión. Es la Historia inmortal de los cuerpos mortales. Esta telaraña de callejas hormiguea de gente. Ya Milan Kundera decía que hoy en día el mundo del arte y la literatura se asemejan cada vez más al prét-à-porter.

La ciudad baja hacia el agua. Con la vista, desde lo alto, del espectáculo del río hendiendo la llanura nos vamos.

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