Samitier
Llegamos con el coche y aparcamos cerca de una fuente con
unas curiosas caras en su columna central. Es un buen día, con sol. La
temperatura es fresca y permite afrontar bien el camino en ascenso, rodeado de
arbustos, hasta la primera parada, la ermita de Santa Waldesca, a la que se
pedía
protección contra las tormentas. Es del siglo XVI, muy sencilla y
equilibrada, con la techumbre en dos partes, una de madera y otra de crucería,
y con una pequeña ventana ojival al S como la portada.
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José Luis -el de Huesca-, Conchita y José Luis. Ermita de Sta Waldesca |
La panorámica va aumentando conforme ascendemos. El pueblo
queda debajo, destacando la torre de San Vicente como gran hito visual. En otra
parada contemplamos, hacia el otro lado, el embalse de Mediano. Se ve la presa
a la derecha y el agua completamente azul. El nivel es bastante bajo, quedando
al borde del agua una banda sin vegetación que indica el punto más alto, y
viéndose la torre de la iglesia del pueblo que quedó sumergido.
Hacia arriba vemos el punto al que nos dirigimos, el
conjunto militar y religioso, lugar emblemático de la frontera organizada por
el rey pamplonés Sancho III el Mayor en el s. XI, y, tras su muerte, por sus
hijos Gonzalo y Ramiro. Está situado en un vertiginoso emplazamiento sobre el
estrecho de Entremón, desde donde protegía el acceso por la ribera del Cinca y
los diferentes pasos que
comunicaban ambas orillas. Otros recintos fortificados
de la zona eran Muro de Roda (ver otro artículo), Tierrantona, Morillo de
Monclús, Troncedo, etc.
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Embalse de Mediano desde el recinto fortificado |
En lo alto está la iglesia dedicada a San Emeterio y San
Celedonio, baluarte que cierra el acceso al recinto. Su carácter castrense se
aprecia en su entrada elevada, reconvertida en ventanal, y en el torreón de la
esquina NO. Por eso sorprende el ambicioso proyecto de tres naves con sus
correspondientes ábsides semicirculares; algunos autores apuntan la posibilidad
de la existencia de monjes-soldado, lo que encajaría con la advocación a dos
mártires hispanos, soldados en el ejército romano. Otra puerta en el muro N nos adentra en la
fortaleza. Se conservan restos de muralla, un cubo cuadrangular y una torre de
planta irregular, de seis lados, y un aljibe. La construcción, de un tono algo
amarillento, destaca del blanco gris de la caliza en la que se asienta. Abajo,
muy profundo, el Cinca.
Después de comer el bocadillo, bajamos al pueblo y vemos la
Torre de San Vicente, de origen defensivo y de vigilancia y que también se usó
como iglesia. Estas torres defensivas proliferaron durante el s. XVI en el
contexto de la convulsa sociedad de la época, con el azote del bandolerismo y
al interés de la Corona por controlar las fronteras. El hecho más conflictivo
fue la enajenación de la
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El Palacio, casa fuerte de D. Juan de Latrás |
A comer nos vamos al cercano Ligüerre de Cinca, un pueblo
expropiado por la Confederación Hidrográfica del Ebro por la construcción del
embalse de El Grado, inaugurado en 1969. La UGT lo reconstruyó e inició un programa
de rehabilitación para usos turísticos, sociales y agropecuarios, con respeto
por las formas arquitectónicas tradicionales y manteniendo la ambientación
popular.
Nos detenemos en el Palacio, la casa del señor, don Juan de
Latrás, compuesta por un torreón, un zaguán y un ala ligeramente más alta. Está
situada sobre unos escarpes de la margen derecha del Cinca que protegían el
paso a la otra orilla y el acceso al camino de La Fueva. También vemos las
Casas Ramón (muy renovada), Sebastián (edificio noble), Broto, Linés (pasadizo
cubierto), Garcés (horno absidiado) y la Casa Abadía, de las pocas que tiene
fecha: 1668.
Con la lectura de un cartel que habla de la fuente, del
cajón en el que se cruzaba el río, de un molino harinero y de las navatas,
abandonamos estos lugares solitarios, deshabitados, llenos de historia pero sin
gente.
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