jueves, 20 de noviembre de 2014

Rodellar. La Virgen del Castillo.

Llegamos a Rodellar, pueblo del Somontano de Barbastro, conocido por sus actividades de escalada y barranquismo. Vemos las casas de piedra, con chimeneas pirenaicas, y la iglesia de San Juan Bautista, del siglo XVII, pero aprovechando elementos de la anterior románica. Estamos en el Parque Natural de la Sierra y Cañones de Guara y, como el descenso de barrancos es una actividad regulada, hay una serie de carteles indicativos con información.

Salimos del pueblo y seguimos un camino de piedras irregulares, el “Camino de la montaña”, flanqueado por tapias de piedra seca, sin mortero, construidas por los agricultores para impedir que el ganado entrase en los campos. Hace frío porque el camino va a la sombra de las encinas o carrascas, quercus ilex, árboles sagrados que recibían culto entre los celtíberos. La palabra proviene de dos términos celtas. Bajo las grandes se celebraban ceremonias importantes (tratos comerciales, asuntos de tierras, bodas, etc.), como cuando en 1873, bajo la “carrasca de las Coronas” se proclamó en el
Conchita, camino de Cheto 
Somontano la I República. Alternan con el quejigo, quercus faginea, en los ambientes más húmedos. Todo esto nos recuerda la excursión a Lecina.

El terreno asciende progresivamente hasta el poblado de Cheto, de casas de piedra oscura, rodeado de árboles y con el fondo azul de las montañas coronadas por el blanco de la niebla que no va a conseguir sobrepasarlas. Al lado, en la loma de San Chil, hubo un poblado, una iglesia y un castillo en época medieval, aunque sólo se conservan restos de un muro. La vida no era fácil por la dificultad para abastecerse de agua y por la distancia a la tierra de labor. Un gran incendio obligó finalmente a los vecinos a abandonar la loma y trasladarse más cerca de los ríos Alcanadre y Mascún. Así nació Rodellar. En Aragón se llamaba cheto a una colmena vacía, untada con miel rebajada para atraer a las abejas.

Seguimos, acercándonos al barranco de la Virgen que hay que cruzar antes de emprender el ascenso a la ermita de la Virgen del Castillo, destino de la excursión, que se ve enfrente, colgada
inverosímilmente en el fuerte desnivel de la ladera, mimetizada en el paisaje. Pasamos por la fuente de Fonciachas (del latín fons, fuente), surgencia característica de la gran permeabilidad del sustrato calizo de la sierra, que, en la Edad Media, abasteció a personas y animales de San Chil y que nunca se secó. El ir a por agua era una tarea que realizaban normalmente las mujeres, que regresaban con los cántaros llenos sobre la cabeza o ayudadas por burros que las transportaban en las argaderas (cestos de mimbre).

Rodeados de unos fuertes cantiles verticales y vegetación de arbustos comenzamos la subida hacia la ermita de la que se aprecia claramente el ábside. El paisaje es extraordinariamente agreste, con grandes cuevas y oquedades en las murallas de caliza blanca y gris y con los meandros del río en el cauce. El ascenso es duro. Mientras la ermita se acerca, aumenta la panorámica sobre los barrancos.
José Luis, el de Huesca, en la ermita
El barranco de Mascún es una de las formaciones más impresionantes del Somontano, un increíble mundo de agua y roca. El Mascún se ha abierto paso esculpiendo estrechos cañones como resultado del proceso de disolución de la caliza. Fracturas en todas las direcciones, paralelas y perpendiculares al eje del barranco, han dado lugar a un mágico bosque de agujas y torreones. A la muralla rocosa la llaman la Ciudadela; la Cuca Bellostas (personaje popular del pueblo de Otín) es un monolito gigante de formas redondeadas. La erosión ha abierto dos espectaculares arcos naturales (los Ventanales); uno tiene la forma de un delfín. No sorprende que los árabes llamaran a este mundo mágico y mineral como Mascún: el habitado por los espíritus.

Arriba ya no tenemos frío. En este inexpugnable risco, sólo accesible por la cara Sur –ahora hay una vía ferrata-, se construyó un castillo en el siglo XI, desde el que se dominaba el Mascún. En el siglo XII el lugar se santificó con la construcción de este pequeño templo románico, cuya bella talla románica, policromada, se conserva en el Museo Diocesano de Huesca. Mientras comemos el bocadillo al sol un gran número de buitres sobrevuela la zona.

Al otro lado, por el río Alcanadre, se llega a la Losa Mora, ejemplo de cultura megalítica, un dolmen del III milenio a.C. Hay muchas leyendas vinculadas a los grandes bloques pétreos, considerándolos
elementos mágicos vinculados directamente con la vida y la muerte, que se relacionan con la Gran Madre, propia de culturas prerromanas. Así se habla de una hilandera nacida de entre luces y sombras que fue creando el mundo a través de los hilos de luz que iba trenzando. El hada, portadora de la vida, llevaba sobre su cabeza una gran losa que, al concluir su tarea, depositó sobre otros dos bloques formando el enigmático dolmen.

Bajamos viendo los Ventanales. En el que tiene forma de delfín hay escaladores.  Tras el paso del barranco, desde donde contemplamos de nuevo la ermita, la senda recupera la horizontalidad, la pendiente es mucho menor y se anda más deprisa por la senda con altos cortados a nuestra izquierda, hasta Rodellar.

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