domingo, 2 de noviembre de 2014

Somport.

El sueño de toda persona es hallar un paso hasta los deseos de su corazón. Israel y Laia, jóvenes emprendedores, creadores de la empresa de seguridad informática Secura, ganadores del 2º Premio a la Mejor Iniciativa Empresarial que concede el Ayuntamiento de Alcalá, y con mucho trabajo diario, tenían previsto descansar de su dinámica agotadora. Querían vivir unos días al margen de los
vaivenes del mundo, metidos en sí mismos, experimentar esa ruptura de hábitos, ese placentero sentimiento de libertad e independencia. Para ello habían pensado, en el mes de agosto, seguir el machadiano se hace camino –y Camino- al andar y recorrer el Camino de Santiago aragonés acompañados por José Luis. El que este año fuera Jacobeo no les interesaba –lejos de ellos estas alharacas conmemorativas- pero tampoco les contrariaba.

Hasta que llega el momento de emprender el viaje lo sueñan, se nutren de imágenes literarias, oyen los tópicos, se anticipan; pero “donde hay un deseo hay siempre un camino” (dicho swahili) y un paisaje sólo se conquista con la suela de las botas. Comprenden la advertencia de Unamuno, de que, “cuando era más lento el viajar, se viajaba más de verdad, se recorría más de veras el camino, porque hoy el camino es puro medio”, y van a seguirla aunque en alguna ocasión crea problemas logísticos. También lo quieren contar a su regreso, porque “se viaja para contar. La condición imprescindible del viaje es el regreso. Por eso el viaje sin regreso es símbolo de la muerte” (Cristina Peri Rossi).

Cuando llega el día tienen preparadas las piernas y botas de siete leguas. Ninguna sombra se proyecta
sobre su viaje. Su mapa está abierto. Después de dar las últimas instrucciones a sus empleados, viajan hasta Jaca y suben en autobús hasta Somport. El autobús deja en la puerta del albergue una marabunta de peregrinos. Es el momento de registrarse y del sellado de la credencial. Les dejan en la habitación Somport, para seis personas, que comparten con un matrimonio de Málaga y una mujer de San Sebastián, a los que han conocido en el autobús.

Después de acomodarse, la cena. Desde el comedor advierten que están rodeados de montañas. Son los Pirineos. Están en Somport, el Summus Portus de la calzada romana que seguía por el valle de Aspe, a 1640 m de altitud. Es el
punto más elevado de todo el Camino, pero es más bajo que el Puerto del Palo, de 2014 m, en el valle de Hecho, por donde iba antes el Camino. Aquí llega la vía Tolosana (Toulouse), de Provenza o Arletana (Arles), que desde el siglo XII se convirtió en ruta secundaria.

Se dice que los Pirineos no habían representado una frontera, sino una espina dorsal que articulaba la zona, con un activo comercio y contrabando. Las relaciones de los valles españoles eran más fluidas con sus correspondientes franceses que con su entorno nacional. Las comunicaciones eran verticales, no horizontales. Cela decía que los caminos del río son lo que unen, puesto que las
montañas separan y, efectivamente, para los peregrinos era una muralla. El Codex Calixtinus decía, para que no desmayaran, que desde arriba parece tocarse el cielo con la mano. Ahora, estos afilados picos, esta pasión blanca, representan el pirineísmo, la afición a unas montañas que representan el adanismo, el retorno a los orígenes. Desde aquí quedan a Santiago 850 km, pero sólo quieren llegar hasta Puente la Reina de Navarra, donde se unen el Camino Aragonés y el Francés.

Este viernes se acaba. Ha sido largo y cansado, y mañana hay que madrugar. Mañana empezamos.

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