lunes, 24 de noviembre de 2014

Abizanda

Ya hemos estado aquí en otra ocasión, pero ahora queremos detenernos más. El conjunto defensivo aparece magnífico, inconfundible, antes de llegar. La espléndida torre, de 24 m de altura, junto al recinto amurallado, se alza desde hace siglos sobre la roca calcárea para vigilar y defender un amplio territorio, conectado visualmente con los castillos y torres de Samitier (ver otro artículo), Monclús, Muro de Roda (ver otro artículo), Escanilla o Buil.  El nombre de la población, de raigambre árabe, es de origen medieval. La primera mención escrita es de la época de Ramiro I. Posteriormente dependió del conde Urgel en el s. XIV, del obispo Diego Gómez de Fuensalida y del linaje de los Maza de Linaza.

El mayor hito visual es la torre, de perfil inconfundible, elevada sobre un peñón calizo en el desfiladero del barranco El Río. Es el monumento emblemático. A su espalda, el caserío se acomoda bajo la sierra homónima y quedan unas casas aisladas, al otro lado del barranco, formando la aldea de Solanilla, a la que se accede por un puente de piedra.


Llegamos al recinto defensivo y admiramos la torre, construida por maestros lombardos en el siglo XI, sustituyendo a otra musulmana. Fue la época en la que Sancho III de Navarra creó una línea defensiva. La planta baja es almacén. Los dos pisos siguientes eran vivienda y tienen ventanas geminadas. Se accedía a la primera planta por una escalera de madera que podía quitarse en episodios de ataque. La puerta de acceso tiene un arco de medio punto, pequeñas dovelas y dintel. El último piso, el cadalso, era defensivo y de vigilancia, tiene un corredor de madera y en él se ha reproducido el sistema de captación de agua de lluvia mediante tinajas.  

Este castillo alojó una iglesia románica que fue reemplazada por la actual, dedicada a la Asunción, edificada extramuros en el s. XVI. Y un tercer edificio es la casa abadía, la vivienda del párroco, reconvertida en Museo de las Creencias y Religiosidad, que contiene una interesante exposición de objetos y documentos que ilustran los modos de vida y los ritos de protección, mezcla de saber popular y supersticiones, unidos de modo íntimo a los ciclos estacionales y a los imperativos del medio natural. También hay explicaciones sobre la casa tradicional, las labores agrícolas y los impuestos eclesiásticos y reales (diezmos y primicias).

Paseamos el pueblo, todo en piedra, y llegamos a un balcón hacia el Pirineo, nevado contra el cielo azul.  Entre las viviendas destacan las casas fuertes como La Mora (s. XVII, robusto matacán encima de la puerta, defensivo), Casa Carlos o Maza de Lizana (portada con gran arco de medio punto de dovelas adornadas; solar cuadrangular, tres pisos dedicados a servicio, habitación y falsa; zagúan empedrado distribuidor natural, horno independiente, almacén; torreón cuadrado de cuatro plantas, aspilleras en forma de gota típicas del s. XVI), Casa Salamero, etc. Función defensiva tenían los pasajes como el de casa Román.

Conchita, delante de la torre.

Pero no todo son casonas, también hay un valioso patrimonio arquitectónico ligado a la vida diaria como las construcciones adecuadas a la actividad agrícola: almacenes, pajares, corrales, aventadores, eras, cobertizos abovedados para herramientas, etc. Algunas casas presentan aleros avanzados para protección contra la meteorología.

En nuestro paseo vamos encontrando lugares de interés como el crucero en la plaza, o el aventador de Casa de Lueza (una construcción abierta en las dos fachadas principales para crear una corriente de aire que separe el grano de la paja) o un pozo árabe. Bajo el castillo está la Cueva de la Garganta, donde se hallaron restos de la Edad del Bronce.

El territorio estaba sacralizado por varias ermitas. La más popular es la de San Victorián, al O, de apariencia románica aunque es bajomedieval, a la que se va en romería el 12 de enero, día del santo, en el que tiene lugar el curioso “augurio de los langostos”. Bajo una de las encinas, consideradas sagradas, se extiende un mantel blanco en el suelo con las tortas de caridad  bendecidas por el  párroco y se espera a que aparezcan los saltamontes o langostos, que son de tres colores. Según predominen los blancos, los verdes o los negros,  la cosecha será buena en cereal, olivas o uva respectivamente. En caso de no aparecer sería muy mal presagio pues las langostas salen incluso con nieve.

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