Abizanda
Ya hemos estado aquí en otra ocasión, pero ahora queremos detenernos
más. El conjunto defensivo aparece magnífico, inconfundible, antes de llegar.
La espléndida torre, de 24 m de altura, junto al recinto amurallado, se alza
desde hace siglos sobre la roca calcárea para vigilar y defender un amplio
territorio, conectado visualmente con los castillos y torres de Samitier (ver
otro artículo), Monclús, Muro de Roda (ver otro artículo), Escanilla o Buil. El nombre de la población, de raigambre árabe,
es de origen medieval. La primera mención escrita es de la época de Ramiro I.
Posteriormente dependió del conde Urgel en el s. XIV, del obispo Diego Gómez de
Fuensalida y del linaje de los Maza de Linaza.
El mayor hito visual es la torre, de perfil inconfundible,
elevada sobre un peñón calizo en el desfiladero del barranco El Río. Es el
monumento emblemático. A su espalda, el caserío se acomoda bajo la sierra
homónima y quedan unas casas aisladas, al otro lado del barranco, formando la
aldea de Solanilla, a la que se accede por un puente de piedra.
Llegamos al recinto defensivo y admiramos la torre,
construida por maestros lombardos en el siglo XI, sustituyendo a otra
musulmana. Fue la época en la que Sancho III de Navarra creó una línea
defensiva. La planta baja es almacén. Los dos pisos siguientes eran vivienda y
tienen ventanas geminadas. Se accedía a la primera planta por una escalera de
madera que podía quitarse en episodios de ataque. La puerta de acceso tiene un
arco de medio punto, pequeñas dovelas y dintel. El último piso, el cadalso, era
defensivo y de vigilancia, tiene un corredor de madera y en él se ha
reproducido el sistema de captación de agua de lluvia mediante tinajas.
Este castillo alojó una iglesia románica que fue reemplazada
por la actual, dedicada a la Asunción, edificada extramuros en el s. XVI. Y un
tercer edificio es la casa abadía, la vivienda del párroco, reconvertida en
Museo de las Creencias y Religiosidad, que contiene una interesante exposición
de objetos y documentos que ilustran los modos de vida y los ritos de
protección, mezcla de saber popular y supersticiones, unidos de modo íntimo a
los ciclos estacionales y a los imperativos del medio natural. También hay
explicaciones sobre la casa tradicional, las labores agrícolas y los impuestos
eclesiásticos y reales (diezmos y primicias).
Paseamos el pueblo, todo en piedra, y llegamos a un balcón
hacia el Pirineo, nevado contra el cielo azul.
Entre las viviendas destacan las casas fuertes como La Mora (s. XVII,
robusto matacán encima de la puerta, defensivo), Casa Carlos o Maza de Lizana (portada
con gran arco de medio punto de dovelas adornadas; solar cuadrangular, tres
pisos dedicados a servicio, habitación y falsa; zagúan empedrado distribuidor
natural, horno independiente, almacén; torreón cuadrado de cuatro plantas, aspilleras
en forma de gota típicas del s. XVI), Casa Salamero, etc. Función defensiva tenían
los pasajes como el de casa Román.
Conchita, delante de la torre.
Pero no todo son casonas, también hay un valioso patrimonio
arquitectónico ligado a la vida diaria como las construcciones adecuadas a la
actividad agrícola: almacenes, pajares, corrales, aventadores, eras, cobertizos
abovedados para herramientas, etc. Algunas casas presentan aleros avanzados
para protección contra la meteorología.
En nuestro paseo vamos encontrando lugares de interés como
el crucero en la plaza, o el aventador de Casa de Lueza (una construcción
abierta en las dos fachadas principales para crear una corriente de aire que
separe el grano de la paja) o un pozo árabe. Bajo el castillo está la Cueva de
la Garganta, donde se hallaron restos de la Edad del Bronce.
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