lunes, 3 de noviembre de 2014

Hayedo de la Tejera Negra.

En el aparcamiento estamos a 1400 m de altitud. Queremos adquirir caminando el sentido del espacio. Vista larga y paso corto. Salimos rodeados de pino silvestre cuyo verde ascético se destaca de los amarillos y ocres de los robles. El río Lillas, en eterno murmullo, rumorea escaso en el fondo, ribeteado de robles, dando cobijo a trucha, nutria, desmán de los Pirineos, etc. En los canchales aparece el mostajo, un árbol que sujeta el terreno en las laderas hendidas por la erosión, con cicatrices de torrentes secos.

Seguimos hasta la confluencia del arroyo de las Carretas, al que seguimos en ascenso. La Senda de Carretas se llama así porque por ella descendían las carretas que sacaban el carbón y discurre paralela. Conforme subimos, en el rumor continuo del bosque, disminuye la luz al formar los árboles entre sus copas la cúpula de una catedral de color. Los contraluces son espectaculares. Es la zona de rapaces nocturnas como el búho chico y el cárabo, que se alimentan de ratones, topillos, etc. Las hojas de los árboles cubriendo el suelo como una gran nevada de amarillos y ocres.

La senda, entre robles melojos, nos lleva a la carbonera, actividad económica muy importante en otras épocas; se hace más estrecha y aparecen los pinos silvestres acompañando a las hayas; se empina entre saúcos, con matorral de retama. La mirada se pierde en la hondura del bosque mientras vamos en silencio, escuchando el crujido de las hojas secas pajo las pisadas. En lo alto, la pradera de Matarredonda, a 1617 m de altitud, con amplia panorámica. Aquí aparecen los rojos, vivos como gritos, mezclados con los demás colores. Es el momento culminante. Exhibicionismo del paisaje. Sinfonía de colores en forma de armónica explosión que mezcla amarillos, ocres, rojos ardientes.

Desde este mirador, que da una percepción sintética, se ve un paisaje de tierra áspera y piedra dura, oloroso a polvo, pintado de colores encendidos; una geografía disparatada de montañas abruptas y barrancos profundos con el telón azulado y lejano de la sierra al fondo. El bosque se extiende hacia el horizonte en oleadas de colinas. La mirada se perfila sobre el infinito, se pierde en la lontananza cercada por los anchos espacios. Sopla bastante viento, así que tenemos que refugiarnos detrás de unas rocas de aristas vivas y alma muerta para comer. Cuando estamos terminando aparece un zorro que pasa a nuestro lado y se acerca a una pareja que le echa pan. Se aleja muy poco para comerlo y vuelve a continuación. Así varias veces. Nosotros le echamos las pieles de unas nectarinas y también las come haciendo gala de su omnivorismo. Podríamos haberle dado la comida en la boca si nos hubiéramos atrevido. Finalmente desaparece.

Volvemos a la senda, donde están los mejores ejemplares de hayas con el color rojo en su punto. Los ocres y rojos sustituyen a los verdes intensos unas semanas antes de que las ramas se queden desnudas. Hay zonas abiertas que actúan como miradores permitiendo ver amplias panorámicas coloreadas. No hay una sola grieta en las nubes que, viajeras, cruzan el cielo hacia otros caminos. Volvemos a los ocres y marrones espléndidos, el tapiz de las hojas en el suelo que cede mullido bajo los pasos. La luz y las variaciones cromáticas del bosque permanecen como única orientación en el paso del tiempo. Continuamos por el tejo, árbol de un verde muy oscuro, muy longevo y de madera dura y elástica. Llueve un poco, un viento-lobo llega ululando, aullando; se escucha su silbo en los árboles.

Pasamos la bifurcación que desvía hacia el aparcamiento, para abajo, o hacia otro mirador, hacia arriba, en un manto de silencio superior a cualquier palabra. Hay una zona más abierta, colonizada por la gayuba. Vemos unas colmenas -miel de brezo- en el mirador del Ortigal. Desde aquí descendemos hasta el aparcamiento donde acaba esta ruta circular.

Nos despedimos de la zona, viendo la silueta del viejo castillo de Galve de Sorbe que se recorta melancólicamente sobre el color del cielo.

Datos técnicos:  

Reserva: por Internet.
Punto de control: cerca de Cantalojas, a unos 8 km del aparcamiento.
Senda de Carretas: 2,5 h.
Paneles explicativos sobre la flora y la fauna.

Hayedo: es importante por su carácter relíctico, testimonio de la vegetación de otras épocas más húmedas. Debió ser más grande, pero ahora se refugia en determinados puntos. Son muy umbrosos, lo que impide que debajo crezcan otras especies. Se acompañan de rebollo, serbal y tejo. Expulsa cada árbol unos 50-60 litros de agua al día a la atmósfera, lo que origina un microclima forestal.

Carbonera: Podía hacerse en cualquier lugar, sin necesidad de maquinaria. Forma tronco-cónica o montículo ovalado. Se colocaban distintas trozas y una central, que al ser retirada al final, haría de tiro o chimenea. Se dejaba secar y se tapaba con hojas y tierra. 

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