lunes, 3 de noviembre de 2014

Etapa6. VILLENEUVE-LÈS-BEZIERS-PORTIRAGNES. Sábado, 6.

Amanece entre el lívido color rosa del alba, en la límpida y fresca paz de la aurora, la luz
espesada por la cortina. En estas horas mágicas del amanecer, el día entra silencioso por la ventana. Después de un buen desayuno salimos desde Villeneuve, desde una urbanización en las afueras de la población y tardamos en encontrar la salida al Canal. En la oficina de Turismo se les atranca la puerta y no nos pueden dar un mapa. Hacemos la habitual foto de grupo, esta vez sin pancarta.

Comenzamos nuestro último pedaleo por un tramo asfaltado por el que se rueda muy bien, bajo el sol, pero sin excesivo calor. Nos cruzamos con mucha gente, tanto ciclistas como peatones. En algún pueblo se ve el cementerio desde el Canal; da la impresión de que lo consideran poco importante a pesar de la
mucha vida que tiene. Se ven barcos modernos, funcionales. Muchos llevan alguna barca pequeña y bicicletas. Algunos, más viejos, llevan hasta macetas y una señora les arroja un poco de Canal. Otros, amarrados a la orilla, pueden servir de vivienda y se puede llegar en coche. Los barcos, como fragmentos desprendidos de tierra. Sobre el brillo de las tranquilas aguas, los barcos se deslizan imperceptiblemente a una velocidad limitada a 8 kilómetros.

El Canal sigue recto, pero nos desviamos, siguiento el tramo asfaltado, hacia la derecha y llegamos hasta la playa, cerca de Portiragnes. Hay mucha gente por ser día de fiesta, niños en ponys,
animación. Llega el momento culminante: vemos el mar. Fin del viaje. No hay paseo marítimo, la zona está protegida con unas cañas que sujetan las dunas. Notamos que falta Jorge. Volvemos por el tramo asfaltado y seguimos en el cruce a la derecha por el Canal, por un camino de tierra en mal estado, hasta una esclusa muy complicada, Les Ouvrages du Libron. No podemos pasar, aunque hay personas dispuestas a ayudarnos. Llamamos a Quim, que se ha quedado en la furgoneta, y nos dice que Jorge ha vuelto. Volvemos, cargamos la furgoneta y emprendemos el regreso.

En la autopista hay mucho tráfico. Paradas, pérdida de tiempo. Pasamos por el Castell de Salses, la frontera norte de Catalunya, y llegamos a Girona. Comida en un restaurante al que Quim va
muchos días. Tanto el dueño como los camareros nos atienden muy bien. Brindis final con cava que ha traído Manel.

Por la tarde, llegada a Les Fonts. Última foto, sin pancarta. Manel se va a su pueblo, cerca de Villafranca del Penedés. Manu y Quim vuelven a Girona. Yo los sigo hasta la autopista y giro hacia el Sur. Jorge se queda en Barcelona. Armando y Sonia se quedan con Albert para hacer buceo en Llafranch mañana.

Despedida y dispersión. Han sido 273 kilómetros en total. Hemos recorrido el trazado bajo un gran silencio caliente. Tras las compuertas encrespadas de espuma volvíamos al silencio. Los árboles han pasado rápidos a nuestro lado aunque el Canal pareciera siempre el mismo. Se ha conseguido el reto, se ha batido la marca, aunque no era eso lo importante. Hemos recorrido el Canal en unos días que son como instantes, como si no hubieran existido, borrados del tiempo, en pos de una idea capaz de detener el tiempo, sólida como un principio y dominante como un instinto.

La vida normal nos humaniza hasta el refinamiento, nos vuelve sensibles, complejos, decadentes como si sufriéramos de una civilización demasiado avanzada, ya podrida. El viaje sirve para unir fraternalmente corazones simples que no latan de envidia ante la alegría y los bienes de otros, para ser capaces de descubrir un ángulo risueño y cordial a la vida, para mirar la vida a través de una sonrisa.

            Ahora, cuando el viento parece arrastrar hasta nuestros recuerdos, este narrador testigo quiere, con economía narrativa, hacer revivir esos días y ese viaje poetizado en la imaginación, y rendir un homenaje a unos personajes de salud de espíritu resistente a la desolación y al abandono. 

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