Etapa4. CARCASSONNE-LE SOMAIL. Jueves, 4.
Amanece soleado, con algo de viento. Nos
despreocupamos. Vamos al puerto de Carcassonne,
bonito de día, y hacemos la foto habitual. Salimos por la orilla derecha, por un camino cuyo suelo varía según los tramos, aunque no está muy mal. Rodamos bastante bien, en un tramo con muchos barcos amarrados en las orillas. Parece que sean viviendas permanentes, porque incluso tienen acceso para vehículos.
bonito de día, y hacemos la foto habitual. Salimos por la orilla derecha, por un camino cuyo suelo varía según los tramos, aunque no está muy mal. Rodamos bastante bien, en un tramo con muchos barcos amarrados en las orillas. Parece que sean viviendas permanentes, porque incluso tienen acceso para vehículos.
Un nuevo pinchazo obliga a parar y cambiar
la cámara. Va haciendo calor, por lo que nos ponemos en una sombra. El Canal se
apoya en una loma y recuerda al Henares rozándose con los farallones rocosos en
la zona de El Val. Tras un tramo con menos arbolado, entramos en una zona muy
umbría que da una reconfortante sensación de frescor. En las
esclusas parece que haya más piedrecillas que antes, lo que aumenta el miedo al pinchazo.
esclusas parece que haya más piedrecillas que antes, lo que aumenta el miedo al pinchazo.
Comemos junto al puente, al final del
puerto, en una zona ajardinada con una mesa y bancos.
Después descansamos un poco, esperando que pase un poco el centro del día porque la tarde se adivina calurosa. Así va a ser, efectivamente, porque, además, hay menos árboles. Atravesamos un trozo de senda muy estrecha, entre maleza y cañas. En otro tramo el suelo está con algo de agua y los que van más bajos, como Jorge, casi se mojan. Es un puente sobre un barranco. El camino desaparece en algún momento y tenemos que ir por la carretera. El suelo está mal, lo que provoca desajustes en alguna de las piezas de las bicis, como el apoyo de los pies en la de Jorge. Todo el campo circundante está poblado de vides.
Después descansamos un poco, esperando que pase un poco el centro del día porque la tarde se adivina calurosa. Así va a ser, efectivamente, porque, además, hay menos árboles. Atravesamos un trozo de senda muy estrecha, entre maleza y cañas. En otro tramo el suelo está con algo de agua y los que van más bajos, como Jorge, casi se mojan. Es un puente sobre un barranco. El camino desaparece en algún momento y tenemos que ir por la carretera. El suelo está mal, lo que provoca desajustes en alguna de las piezas de las bicis, como el apoyo de los pies en la de Jorge. Todo el campo circundante está poblado de vides.
Esta etapa está resultando un poco más
larga. Ponemos punto final al cansancio en el Port la Robina, en Le Somail.
Hemos recorrido 63 kilómetros. Manel nos espera con bebidas frescas.
Descansamos, comemos algo y bebemos mientras una gran bandada de lo que parecen
estorninos nos sobrevuela. Sonreimos al crepúsculo, acalorados. El día, apenas dorado,
se extingue en la noche que se acerca. En la penumbra del día declinante volvemos
a Carcassonne, al mismo hotel. Ducha, colada, arreglo de la bici de Jorge.
El ser humano está esclavizado por las
exigencias de su cuerpo. Por la noche vamos a cenar a la ciudadela. Tras
aparcar cómodamente viene una cansada subida hasta la plaza, llena de gente.
Sentados se nota mucho calor porque no corre nada de aire. Después damos un
tranquilo paseo. Nos invade la dilatada pereza del esfuerzo físico sin preocupación mental. Todo está iluminado y es muy bonito, aunque alguien dice, acertadamente, que desde dentro no parece tan bonito como por fuera.
La ciudadela, construida en el siglo XII por los Trencavel, vizcondes de Carcasona, y modificada sin cesar a lo largo de los siglos siguientes, todavía está habitada. 52 torres y dos murallas concéntricas hacen un total de 3 kilómetros de recinto amurallado. Hay que ver la Basílica de St-Nazaire - del s. XII-, las puertas de Narbona –con dos enormes torres- y de Aude - del s. XIII-, la palestra - espacio entre los dos recintos amurallados amoldado a la pendiente de la colina-, y el teatro -lugar emblemático del Festival de la Cité-.
tranquilo paseo. Nos invade la dilatada pereza del esfuerzo físico sin preocupación mental. Todo está iluminado y es muy bonito, aunque alguien dice, acertadamente, que desde dentro no parece tan bonito como por fuera.
La ciudadela, construida en el siglo XII por los Trencavel, vizcondes de Carcasona, y modificada sin cesar a lo largo de los siglos siguientes, todavía está habitada. 52 torres y dos murallas concéntricas hacen un total de 3 kilómetros de recinto amurallado. Hay que ver la Basílica de St-Nazaire - del s. XII-, las puertas de Narbona –con dos enormes torres- y de Aude - del s. XIII-, la palestra - espacio entre los dos recintos amurallados amoldado a la pendiente de la colina-, y el teatro -lugar emblemático del Festival de la Cité-.
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