lunes, 3 de noviembre de 2014

Etapa2. TOULOUSE-ÉCLUSE DE LA MEDITERRANÉE. Martes, 2.

Nos levantamos temprano. Desayuno a las 7. Autoservicio en la entrada con sólo dos mesas y
las del exterior. Simplicidad: zumo, tostadas, mantequilla, mermelada, leche, café, infusiones. Pensamos ir al centro de la ciudad para tomar el Canal en la creencia de que será un tramo bonito. No encontramos un lugar donde descargar la furgoneta y perdemos tiempo; además, no nos gusta. Tenemos que ir un tramo por la acera, cruzamos semáforos delante de la estación de ferrocarril y llegamos hasta una especie de puerto donde hacemos una foto colectiva con la pancarta. Que quede constancia de estos espíritus a los que se les quedan pequeñas las fronteras de la vida cotidiana, de este viaje que parece el cumplimiento de un destino literario.

Continuamos cultivando la disciplina de la paciencia, escuchando el itinerario de nuestro pedaleo, adquiriendo mientras pedaleamos el sentido del espacio, con las palabras ilustradas por el
movimiento, mientras el sol tibio de la mañana acaricia nuestros rostros. Hacia las afueras ya es más bonito. Vamos por la orilla derecha en un camino asfaltado. El cielo se va nublando y hace algo de fresco, tiempo bueno para el pedaleo. Vamos trashumando el Canal, flotando en el espacio, flotando en el tiempo.

Hay muchas barcas amarradas a las orillas, algunas con la sensación de ser vivienda permanente. Es una bucólica estampa de ruralismo antañón. Nos cruzamos con mucha gente
corriendo o paseando. Muchos barcos, de distintos modelos y tamaños, pasan despacio y la gente nos saluda. Nosotros pasamos como las aguas del Canal. Se va levantando bastante viento. Encontramos en el Canal a una oca que se nos acerca curiosa, vemos a una pareja recién casada que va a Roma en bici, observamos un viejo barco de carga amarrado en un puerto deportivo, donde el paso hace un descenso en espiral sobre sí mismo.

Pensábamos comer en Ayguesvives, pero llegamos hasta Gardush, donde compramos bocadillos en una pastisserie. Gardush está a la altura de Villefranche-de-Lauragais, villa fundada por Alfonso de Poitiers, conde de Tolosa, quien mandó construir en 1271 una iglesia gótica con dos campanarios. 

Por la tarde sale el sol pero sigue haciendo viento. Paramos en las esclusas, algunas de las cuales tienen puntos de agua potable. Seguimos ahora por la orilla izquierda. En cada pueblo hay ensanchamientos de agua, puertos deportivos. En toda esta zona hay mucho arbolado. Fuera de la muralla de árboles que bordea el Canal se abre un paisaje ondulado de vides y campos de cultivo, en un amplio valle arbolado de pinos. Una casa está abierta a la amplitud del paisaje, midiéndose con la escala de los árboles. 

Nos encontramos con un grupo grande de franceses-as, en bici, con mucha carga. Hacemos una gran foto entre todos. Este es un mundo de amistades instantáneas. Aunque al principio de la etapa el suelo
estaba asfaltado, desde L´Ocean es de tierra y los últimos kilómetros está en bastante mal estado. Este último tramo se hace más largo. Terminamos en la Écluse de la Mediterranée, tras haber recorrido 58 kilómetros, tras experimentar emociones pseudoaventureras, con una especie de cansancio romántico, con la necesidad satisfecha de sublimar una existencia hedonista. Hemos conseguido paciencia, autodisciplina y generosidad, y vivir una vida que engrane con la de los otros.

Volvemos al siglo. Volvemos al mismo hotel de Toulouse; así no hemos tenido que rehacer la maleta. Cenamos en el hotel Ibis, que está al lado del nuestro. El cielo se ha ido cerrando, las nubes se han vuelto más negras y llueve. Desde donde estamos vemos la cortina de la lluvia y el reflejo en ella de los faros. La colada se moja. La mayoría del grupo sale a la noche y va al centro en el metro. Después, el descanso nocturno, el reparar el cuerpo, en un trabajo de Sísifo para estos personajes barojianos, de acción.

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