8.-Sarria-Melide.
Nuestros apuntes indican que el camino es difícil pero
étnicamente aconsejable, así que decidimos seguirlo. Efectivamente el camino es
muy bonito pero duro. Atraviesa la Galicia profunda, el minifundio, el bosque,
los prados, avanzando por una difícil corredoira en ocasiones taponada por las
vacas. Se sumerge en los olores del campo y en la música de los pájaros y cruza
bajo los ladridos de los perros. Es muy agradable pero se avanza muy poco
porque algunas subidas hay que hacerlas andando.
Pasamos por Barbadelo, donde en el Codex Calixtinus se
alertaba a los peregrinos sobre los criados de los hosteleros compostelanos, y
por Vilachá, cerca de donde estuvo el monasterio de Loio en el que nació la
Orden de los Caballeros de Santiago, cuando doce caballeros acordaron proteger
a los cristianos de la presencia musulmana que pudiera quedar, como hacían los
caballeros templarios en los Santos Lugares. Ante el avance de la Reconquista,
el objetivo de la orden quedó sin fundamento, pero su intervención resultó
decisiva para limpiar la ruta de bandidos.
Por fin, una bajada nos lleva hasta el Miño y el embalse de
Belesar. Subimos a Portomarín, pueblo muy nuevo –reconstruido- y bonito,
llegando junto a la iglesia de San Nicolás, románica y con aspecto de
fortaleza. Para evitar el Monte de San Antonio salimos por la carretera en
subida hasta Hospital de la Cruz y luego alternamos el camino y una carretera
secundaria. El camino es muy bonito, formando los robles un túnel por el que se
transita a la sombra. Vamos aislados del mundo, reducidos a nosotros mismos
entre el cielo infinito y el bosque inmenso. Llevamos nuestra alegría viajera
al silencio del bosque. A derecha e izquierda los árboles huyen detrás de
nosotros, espíritus intrépidos.
Toda la vegetación dormita bajo el aire cálido y pesado. Así
llegamos a Palas del Rey, zona de cultura castreña. En el Libro I del Codex
Calixtinus se previene a los peregrinos de las prostitutas que salían a su
encuentro entre Portomarín y esta villa. A la salida se encuentra el lugar
Campo dos Romeiros, donde los peregrinos se reunían al salir el sol antes de iniciar
la última jornada que les llevaría a Santiago.
Por la tarde, paseo por el pueblo con nuestro elegante
desaliño. Vemos las calles antiguas, sus plazas, iglesias, etc., y hacemos
algunas compras. Pulsamos el latido de los barrios mientras la procesión de la
vida sigue su curso. En el centro se siente el clima del pasado. El resplandor
dorado de la tarde estival todavía inunda las calles. Tenemos sed. En el bar
perfeccionamos nuestra naturaleza física y moral mirando la jarra de cerveza
con gesto de honda sabiduría.
Para la cena nos han recomendado la pulpería Ezequiel que
resulta mejor de lo esperado. El cielo se va oscureciendo al otro lado de la
ventana mientras hablamos. Cuerpo indolente. Sedación de nervios. Debido a la
hora, y quizá al ribeiro, nos sentimos tentados a expresar algunas dulces
naderías.
Hoy es viernes y se ha notado en la abundancia de
peregrinos, especialmente grupos organizados de jóvenes que taponaban el camino
y nos jaleaban al pasar. Descansados por la corta jornada esperamos terminar
mañana sin novedad.
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