domingo, 2 de noviembre de 2014

6.- Ruesta-Sangüesa.

Madrugamos para terminar la etapa antes de comer. Tras un buen desayuno salimos cuando todavía
es de noche. Bajamos hacia el camping, que parece una zona de acampada, cruzamos el arroyo Regal y vemos la ermita de Santiago, del siglo XI. La pista va ascendiendo mientras el día naciente ahuyenta a la noche. El cielo comienza a brillar al este pero el alba es todavía incierta. La oscuridad va cediendo el paso a la luz.

El repecho avanza hacia nosotros de modo inexorable. Es una ascensión lenta en rodeos, ganando más horizonte cada vez, viendo tenderse a nuestros pies, como un mapa, el llano. Alrededor, mansas colinas vestidas de pinos. En la subida el tiempo ya no es nuestro, dura siglos, ha dejado de fluir. Al cruzar un tramo de bosque una ligera llovizna nos inquieta. Silenciosos, con la insistencia monótona de la gota de agua, subimos como autómatas. Superado un desnivel de más de 300 m llegamos a la cima del monte Fenerol. Lo más duro de esta etapa está en el inicio. La vista de la sierra de Leyre
es buena. Queda un paisaje atrás; otro enfrente, esperándonos. El paisaje se precipita pendiente abajo en los dos sentidos.

En la parada para el almuerzo nos volvemos a cruzar con Armando. Seguimos llaneando y una senda nos marca el descenso por entre campos de labor. Así llegamos al tramo que está indicado como calzada romana, justo antes de Undués de Lerda, 663 m, último pueblo de Aragón, perteneciente a la comarca de las Cinco Villas. Aunque no nos quedamos aquí, subimos al pueblo situado en plena Sierra de Sarda. Aparecen casas con grandes dovelas, ventanas con dinteles decorados, chimeneas aragonesas, escudos, etc. Tiene muy buen aspecto. Hemos abandonado
la zona donde habita el olvido, la tierra del silencio. Al otro lado del Aragón está el monasterio de Leyre.

A partir de aquí se sigue por un camino en medio de un valle muy ancho, aburrido. Aquí el mundo yace plano. Por aquí pasa el canal de las Bardenas, que sale del embalse de Yesa. Acabamos de entrar en Navarra. En el Codex Calixtinus se achacaba a los navarros malicia, perversidad, perfidia y lujuria, aunque se decía que tenían buen pan, leche, vino y ganado. Cruzamos una carreterita que lleva a Javier, a nuestra derecha, y seguimos en medio de una sofocante solanera. El sol cegador llena el camino en estos días calcinados, polvorientos; el aire abrasador se
espesa en este agosto que arde. En este tramo llano nos adelanta un ciclista.

No se ve Sangüesa a pesar de que no estamos muy lejos. Unas nubes han ido apareciendo en el alto cielo y, al poco, notamos las primeras gotas, que se agradecen pero que se van transformando en lluvia creciente. Ponemos las fundas a las mochilas y seguimos, pero la lluvia aumenta y tenemos que ponernos las capas y chubasqueros. De repente el cielo se viene abajo. El cielo se abre y suelta un diluvio. Dejamos que la tormenta arrecie sobre nosotros y seguimos. Dura poco. Llegamos a Sangüesa y al albergue. Armando, que ha parado en Undués, llega
después. Estamos todos: los de Málaga-San Sebastián, Albacete, Armando y los alemanes, que también llegan después.

Salimos a comer –nos recomiendan el restaurante 1920- y volvemos a echar la siesta. Por la tarde, sello en la Oficina de Turismo –que invita a un vino o café- y visita turística, durante la que nos dejamos caer en el pasado sin hurgar demasiado en él. Sangüesa es otro pueblo calle, con un gran patrimonio artístico. Paseamos la calle Mayor, que termina en Santa María la Real. Este espacio es la belleza del pueblo y su función era la de impresionar. Portones antiguos y ventanas de piedras labradas rememoran grandezas pasadas en batalla contra el tiempo y los elementos.

El cielo se llena de sombra. Se abre la noche. Para la cena volvemos al 1920. Muy bien. Con el rostro contaminado de sueño volvemos al albergue y nos hundimos en un sueño profundo, vivificador, sin sueños. Nuestros sueños se realizan de día.

No hay comentarios:

Publicar un comentario