sábado, 1 de noviembre de 2014

4.- Belorado-Frómista.

Proverbio chino: “El viento se levantó por la noche y se llevó todos nuestros planes” Amanece con lluvia. Sin entretenernos mucho en melindres de tocador salimos por el camino pero en Villafranca-Montes de Oca nos pasamos a la carretera para ascender el puerto de La Pedraja. La niebla nos impide ver con detalle lo frondoso del magnífico bosque de robles y pinos. Toda la tierra se oculta tras la densa cortina del bosque. El sonido del viento produce un ruido como si gimiese el bosque. Miedo atávico.

En la bajada hace frío. En San Juan de Ortega –colaborador de Santo Domingo y patrono del Colegio de Aparejadores y Arquitectos Técnicos- es famoso el fenómeno que se da en su iglesia durante cinco días cercanos a los equinoccios. A las cinco, hora solar, un rayo de luz ilumina un capitel del ábside izquierdo.

El mal tiempo hace que elijamos el camino paralelo a la carretera, dejando a la derecha a Atapuerca y sus yacimientos arqueológicos, hasta Burgos. Visitamos la catedral y calles adyacentes y salimos por la puerta de Santa María y el antiguo Hospital del Rey siguiendo el Arlanzón. Conforme avanzamos va despejando el tiempo y tenemos un ligero viento a favor. Tendremos que aprovechar la ocasión porque el rayo no cae dos veces en el mismo sitio, pero el camino es duro. Letrilla: “De Rabé a Tardajos, no te faltarán trabajos. De Tardajos a Rabé, libéranos Domine”. Las subidas y bajadas son constantes. Los repechos son cortos pero muy empinados.

Con esta forma de ganar las indulgencias pasamos bajo los arcos de San Antón. El Camino pasa bajo su propia historia. Es un lugar rodeado de negras leyendas. El convento lo erigió la Orden de San Antón, fundada a raíz de la curación de un afectado por el fuego de San Antón, enfermedad gangrenosa extendida por comer cereales afectados por el cornezuelo, hongo que se desarrollaba sobre todo en el centeno.

Entramos en Castrojeriz, de plano adaptado al esquema longitudinal condicionado por el Camino. Brujuleamos por las estrechas calles. Escudos y rejas: soberbia y precaución. Comida. Continuamos por comarcas desangradas de gente aspirando la fragancia de los nombres anticuados, de los sonoros apellidos. Hacemos kilómetros de un silencio más profundo que el de la simple ausencia. Unas construcciones se desmoronan silenciosamente en la soledad del llano.

Bordeamos la meseta de Mostelares y llegamos a Itero del Castillo e Itero de la Vega que enmarcan el Pisuerga. Estos llanos cerealistas, codiciados por el expansionismo castellano, hicieron de los alrededores del puente escenario de batallas como entre Fernando I de Castilla y Bermudo III de León, o, más tarde, Alfonso VI, derrotado cerca de Carrión por su hermano Sancho II a quien ayudaba el Cid.

Tras parar en Boadilla del Camino para admirar su impresionante rollo y visitar el albergue, llegamos al Canal de Castilla, acariciado por el sol. Todo está quieto excepto el agua. Recorremos un breve tramo por el camino de sirga hasta llegar a la triple esclusa. Paramos junto a otros ciclistas y recordamos nuestro viaje por el Canal tres veranos atrás. Pensábamos llegar hasta Castrojeriz y hemos venido hasta Frómista en alas del viento. Hemos recuperado algo del tiempo perdido aunque no sabemos para qué.

Visita, especialmente a San Martín. La cámara fotográfica detiene el tiempo, pero sólo intenta lentificar la mirada. Es un islote de tiempo, de años que han ardido y se han consumido, una fecha histórica grabada en el tiempo. Leemos el folleto explicativo. La identidad es la memoria y la memoria colectiva y organizada es la Historia. Hay que evitar que la memoria muera de olvido. Al salir somos lanzados de nuevo a nuestro siglo. Durante la cena una expresión de ausencia en los ojos es la protagonista. Nos zambullimos pronto en el sueño.

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