4.- Belorado-Frómista.
Proverbio chino: “El viento se levantó por la noche y se
llevó todos nuestros planes” Amanece con lluvia. Sin entretenernos mucho en
melindres de tocador salimos por el camino pero en Villafranca-Montes de Oca
nos pasamos a la carretera para ascender el puerto de La Pedraja. La niebla nos
impide ver con detalle lo frondoso del magnífico bosque de robles y pinos. Toda
la tierra se oculta tras la densa cortina del bosque. El sonido del viento
produce un ruido como si gimiese el bosque. Miedo atávico.
En la bajada hace frío. En San Juan de Ortega –colaborador
de Santo Domingo y patrono del Colegio de Aparejadores y Arquitectos Técnicos-
es famoso el fenómeno que se da en su iglesia durante cinco días cercanos a los
equinoccios. A las cinco, hora solar, un rayo de luz ilumina un capitel del
ábside izquierdo.
El mal tiempo hace que elijamos el camino paralelo a la
carretera, dejando a la derecha a Atapuerca y sus yacimientos arqueológicos,
hasta Burgos. Visitamos la catedral y calles adyacentes y salimos por la puerta
de Santa María y el antiguo Hospital del Rey siguiendo el Arlanzón. Conforme
avanzamos va despejando el tiempo y tenemos un ligero viento a favor. Tendremos
que aprovechar la ocasión porque el rayo no cae dos veces en el mismo sitio,
pero el camino es duro. Letrilla: “De Rabé a Tardajos, no te faltarán trabajos.
De Tardajos a Rabé, libéranos Domine”. Las subidas y bajadas son constantes.
Los repechos son cortos pero muy empinados.
Con esta forma de ganar las indulgencias pasamos bajo los
arcos de San Antón. El Camino pasa bajo su propia historia. Es un lugar rodeado
de negras leyendas. El convento lo erigió la Orden de San Antón, fundada a raíz
de la curación de un afectado por el fuego de San Antón, enfermedad gangrenosa
extendida por comer cereales afectados por el cornezuelo, hongo que se
desarrollaba sobre todo en el centeno.
Entramos en Castrojeriz, de plano adaptado al esquema
longitudinal condicionado por el Camino. Brujuleamos por las estrechas calles.
Escudos y rejas: soberbia y precaución. Comida. Continuamos por comarcas
desangradas de gente aspirando la fragancia de los nombres anticuados, de los
sonoros apellidos. Hacemos kilómetros de un silencio más profundo que el de la
simple ausencia. Unas construcciones se desmoronan silenciosamente en la
soledad del llano.
Bordeamos la meseta de Mostelares y llegamos a Itero del
Castillo e Itero de la Vega que enmarcan el Pisuerga. Estos llanos cerealistas,
codiciados por el expansionismo castellano, hicieron de los alrededores del
puente escenario de batallas como entre Fernando I de Castilla y Bermudo III de
León, o, más tarde, Alfonso VI, derrotado cerca de Carrión por su hermano
Sancho II a quien ayudaba el Cid.
Tras parar en Boadilla del Camino para admirar su
impresionante rollo y visitar el albergue, llegamos al Canal de Castilla,
acariciado por el sol. Todo está quieto excepto el agua. Recorremos un breve
tramo por el camino de sirga hasta llegar a la triple esclusa. Paramos junto a
otros ciclistas y recordamos nuestro viaje por el Canal tres veranos atrás.
Pensábamos llegar hasta Castrojeriz y hemos venido hasta Frómista en alas del
viento. Hemos recuperado algo del tiempo perdido aunque no sabemos para qué.
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